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4 de agosto de 2010
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En Guanajuato nadie muere

(Recuerdo de Chávez Morado)

Hugo L. del Río

 

Guanajuato es una ciudad mágica. Las casas son castillos de plata poblados por fantasmas de mujeres y hombres que, en las noches, bailan, se cortejan, intercambian chismes, arman intrigas políticas y terminan por hacer el amor.

 

No son almas en pena, qué va. Son espíritus alados y alegres; vivieron en otros siglos y una vez pagado el tributo a la madre tierra decidieron permanecer en Guanajuato por los tiempos de los tiempos. Son inteligentes y tienen buen gusto.

 

- Vamos a ver a Chávez Morado y Olga Costa, me dijo Myrna.

- No nos conocen.

- ¿Y qué?

 

Era una de esas mañanas que Guanajuato regala a los enamorados: la moneda de oro de un sol que no sabe si acercarse o tomar distancia; el aire fresco y limpio; recién regados los callejones encantados; flores en balcones que supieron de besos y promesas de amor.

 

Y el Pípila, allá arriba, con su losa en la espalda y la tea en la mano.

 

Los maestros tenían su casa en el barrio de Pasita. Mientras Myrna buscaba dónde estacionar el auto yo me perdí diez veces. Finalmente, un vecino me llevó de la mano.

 

Nos presentamos.

 

Y nos invitaron a entrar.

 

Chávez Morado y su Olga: murales, grabados, óleos, esculturas, escenografías y vestuarios para ballet en una casa de luz donde se asentaba lo mejor del ser humano: la creación que da nacimiento al arte y la belleza; las emociones y los sentimientos que le confieren a la persona gracia y belleza, amor y solidaridad.

 

Una casa donde ellos creaban colores y formas que gratifican con coraje y fortaleza al ser humano para entender y acometer su verdadera misión en este mundo: cantarle a la vida, extenderle la mano al caído, subir montado en el pegaso de la belleza hasta tocar las estrellas.

 

Esa tarde bebimos. Las damas, con relativa moderación. Muy relativa. Los caballeros, con harta sed. En la ciudad mágica todo es posible. Allá vivieron hombres como Chávez Morado, mujeres como Olga Kostakowsky. Militaron en la Liga de Escritores y Artistas Revolucionarios, en el Taller de la Gráfica Popular, en el Frente Nacional de Artes Plásticas.

 

Pelearon por un mundo mejor. No se pudo. Otra vez será. Dejaron la huella de sus pasos y sus sueños. A ver quién olvida, entre miles de obras del maestro, “Tragedia de las cinco de la tarde” y “Vendedores de piñatas”. 

 

Todo lo bueno termina. Ya era muy entrada la noche cuando nos despedimos para nunca volverlos a ver. Quizás algún día, en algún lugar, volveremos a brindar por la vida, por las emociones y las pasiones del ser humano.

 

Esa madrugada soñé o los vi. Eran Hidalgo y su viejo amigo, el marino Riaño. También andaban achispados. Reían y discutían si son más apetecibles las mujeres de este o aquel otro lugar.

 

Son cosas que nada más ocurren en Guanajuato.

 

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