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12 octubre 2010
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De profesores a licenciados
Héctor Franco Sáenz

Para llegar a conformar una visión más acabada acerca de las causas que han conducido a contar con una baja calidad de la educación en México; a la explosión desmesurada de la matrícula como se vivió a partir de la década de los cuarenta, habría que agregar otro elemento coadyuvante de la inflexión en el rendimiento escolar, aunque parezca paradójico, la terciarización de los estudios de Educación Normal.

Analizaremos este caso a partir de cuando los estudios de Normal Básica pasaron a ser considerados de “licenciatura”, o sea de nivel superior, lo cual se concreta a principios del gobierno de Miguel de la Madrid en 1982, consumando así lo establecido desde 1973 en la Ley Federal de Educación, donde ya se señalaba que “los estudios de Normal correspondían al nivel superior”, precepto hasta entonces no materializado.

Hasta esa fecha, los estudios normalistas oscilaron entre el ser y el deber ser, ya que desde los cuarenta, autoridades e intelectuales, reconocían (y se lamentaban) del bajo nivel cultural de quienes ejercían el Magisterio, labor profesional a la que se accedía al haber concluido la primaria completa (de 6 años) y realizar en la Normal el ciclo secundario de 3 años y el ciclo profesional de otros 3, como ocurre por lo general hasta fines de esa década.

A la vez se daba el caso de quienes sin lograr estudiar en la Normal se incorporan a la docencia, contando sólo con estudios de primaria superior, personas que se conocían como maestros “empíricos” y para quienes se estableció el Instituto Federal de Capacitación del Magisterio (IFCM), instancia donde se les capacitaba en las materias y las técnicas de la enseñanza.

La situación descrita debe servir para explicar el fenómeno y no para alarmarse, dado que eran muchas las necesidades, creciente la demanda y escasos los recursos humanos calificados, quienes en todo caso, preferían trabajar en la ciudad y no ir al campo, donde entonces se encontraba la mayoría de la población, víctimas del analfabetismo y los males que eso conlleva, como se refleja con claridad en algunas cintas de la época de oro del cine mexicano como “Río Escondido”.

Diferentes razones influyeron para no dar el salto, como reconoce Jaime Torres Bodet en sus “Memorias”, quien reconoció haber cometido un error al no acordar exigir el bachillerato como requisito en la preparación del magisterio, en la “Convención de Educación Normal” celebrada en Saltillo el 23 de abril de 1940 y tantos, donde sí alcanzó a expresar su preocupación porque en los estudios de la Normal no existiera el tránsito que se daba en otras profesiones con la preparatoria; consideró “semejante falta de transición como un error pedagógico incuestionable, ya que la determinación prematura de una profesión como la de educador, es un riesgo para la sociedad que perjudica a los alumnos y también a los profesores”.

Luego dice, en 1959, que no se hizo porque “reconocí que mientras la capacidad financiera del Estado no permitiese pagar mejores sueldos a los miembros del magisterio, la imposición del bachillerato como elemental requisito para ingresar en las aulas de las Normales disminuiría sensiblemente el número de aspirantes al Título de Maestro”, lo que con el paso del tiempo reconoció como un grave error no haber afrontado el problema en su momento.

La situación expuesta prevalece hasta que se toma la decisión de exigir el bachillerato, por la indefinición que se presenta respecto a los estudios de Normal dado que mientras por un lado se reconocía la necesidad del cambio, por otro seguía teniendo peso el argumento por lo que no se decidió hacerlo en 1943. Así fue como se fueron dando algunos cambios en los planes de estudio, como el de 1967 que consistió en incrementar un grado a la carrera de maestro, pasando de tres a cuatro años. Otro cambio se da en 1975, modificación curricular que incorpora, en los mismos 4 años, los contenidos del bachillerato, en un enciclopédico plan de estudios. 

De esta forma fue como luego de cuarenta años de haberse planteado, en 1982 se tomó la decisión de exigir el bachillerato como condición para ingresar a la Normal, decisión que no ha resultado ser la panacea esperada, debido a que por varios años no se lograba definir cómo iba a ser (tipo) y dónde se iba a cursar el bachillerato a exigir, eso además del efecto poco afortunado que produjo dejar de ser profesor para pasar a ser licenciado.

El título, el grado como signo de estatus, empezó a pesar más que la profesión, o sea el oficio de enseñar, generando una fuerte crisis de identidad profesional, no se diga en esos momentos cuando se hablaba (por la influencia que el DIE (Departamento de Investigación Educativa del IPN tuvo en la reforma) de que el objetivo era formar “profesores-investigadores”, idea con la que se “vende” el cambio curricular porque ser “profesor-investigador” era de mayor estatus, como sucede ahora con el grado de “doctor”, grados que hasta el momento tienen muy poco impacto en la práctica educativa.
Otro factor que influye para no obtener el logro esperado con haber exigido el bachillerato, es la ausencia de rigurosidad y exigencia de la calidad, de las preparatorias de donde provienen los futuros maestros, hecho que ha permitido que las Normales se conviertan en el “último refugio” para quienes no obtienen el promedio para entrar a la universidad, realidad toda que ha conducido a que en términos reales, los estudios de las Normales sean de un nivel (viéndolo con buenos ojos) que corresponde a un bachillerato pedagógico.

Por último, y para continuar con el debate, tenemos que en algunos países donde se elevaron a nivel universitario los estudios de Normal, se ha cuestionado si esa medida ha contribuido al logro de una mayor calidad de la enseñanza, por ello, es importante tomar en cuenta lo que plantea Juan Carlos Tedesco, quien señala que el proceso de deterioro de la calidad de la enseñanza, puede ser concebido como un proceso de pérdida de capacidad para cumplir funciones sociales significativas, como son:  pérdida de significado en términos de mercado de trabajo y  pérdida de significado desde el punto de vista político.

 

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