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12 octubre 2010
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El Tío Presidente
Hugo L. del Río

La tía Benita, fresca todavía tinta de su título de maestra normalista, educada en esa mística que la llevaba a interpretar la enseñanza como una cruzada, daba clases al aire libre. La escuela estaba en construcción pero ni Benita ni el secretario estatal de educación –entonces creo que tenía el rango de director— ni los padres de familia querían esperar.

Los peques, sentados en la yerba, no sólo aprendían. Mi tía les transmitía su emoción.

Claro, eran otros tiempos. Serían el 35 ó 36 del siglo pasado.

Benita sintió que alguien la estaba observando. Cierto: era un tío alto y bien formado, con sombrero texano y pantalón color ámbar. El hombre estaba solo.

La felicito, maestra, le dijo el tío al acercarse. Tengo rato de estarla observando y veo que usted tiene la verdadera vocación del educador.

Benita, nacida y criada en rancho, no supo qué decir. Tenía apenas dieciocho años y le habían enseñado que los hombres siempre buscamos “aquellito”, de suerte que miró con desconfianza al desconocido.

El hombre se presentó:

Soy Lázaro Cárdenas, Presidente de México. Dígame qué necesita y se lo mando.

Mi tía se aturrulló toda y lo único que atinó a pedir fue un pizarrón.

Se lo envío, dijo don Lázaro. Y le dio una tarjeta en cuyo anverso escribió algo. Le dijo: si algún día va a México, vaya a buscarme a Palacio. Con esta ficha la llevarán a mi oficina.

El hombre se fue y Benita pensó que la había embromado. Pero pocas semanas después recibió el pizarrón. Luego, le ordenaron que se presentara ante no sé qué dependencia de la Secretaría de Educación, allá en el defe y, después de atender el asunto, se acordó de la tarjeta.

Palacio quedaba muy cerca y allá fue mi tía. Le marcan el alto, muestra la tarjeta y un oficial la lleva al despacho de don Lázaro.

El Presidente la recibió cordialmente. Luego de las formalidades de rigor le preguntó si necesitaba algo para su escuela, que ya estaba terminada.

Benita, apantallada al cien por ciento, no más atinó a responder:

Pues nos hacen falta unas cajas de gises.

Cuente con ellas.

Y sí, se las mandó.

 

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