m
647
15 octubre 2010
15l
 


 

Lección chilena
Lylia Palacios

En agosto pasado me permití compartir mi emoción en este espacio por haber escuchado al gobierno chileno que no escatimarían tiempos, ni recursos, para sacar vivos a los mineros sobrevivientes  atrapados en la mina San José. Y desde el martes, 12 de octubre, el mundo entero puso sus ojos en el ducto por donde vimos salir al primero de los 33 trabajadores atrapados 700 metros bajo tierra.

La escena es indescriptible en su grandeza humana. ¿A cuánto equivale la vida de estos 33 hombres? La respuesta es simple: a la misma densidad de la dignidad de un pueblo, al tamaño de la honorabilidad de un gobierno; lo demás se llama voluntad de acción y la hicieron: un rescate costoso y complicado que significó millones de dólares y cientos de horas de trabajo para lograrlo, para hacer historia.

Una de las escenas que reproducen los diarios fue la salida del minero que emergió de la tierra al grito de: “¡viva Chile, mierda!” Mismo que pidió: “no nos traten como artistas, ni periodistas; quiero que me traten como minero; quiero morir amarrado al yugo”.

Para muchos mexicanos este milagro de la sociedad chilena lo hacemos propio, pero a la vez se ha convertido ya en el recuerdo más amargo de nuestra tragedia: la de haber permitido que los 65 mineros de Pasta de Conchos quedaran sepultados en una mina a menos de 200 metros de profundidad. Anteayer escuchaba al obispo Raúl Vera, indignado, enardecido (como le es propio y admirable), sobre todas las artimañas gubernamentales y empresariales para impedir cualquier exploración en la mina de Coahuila. ¿Para qué?,  se preguntaba Vera: para evitar que se pueda descubrir la posibilidad de que después del derrumbe de febrero de 2006, sí había sobrevivientes y simplemente se les dejó morir.

¿Con qué cara podrá el gobierno mexicano federal panista y estatal priista, y todo el congreso multipartidista ver a la cara a los integrantes de la “Familia Pasta de Conchos”, que sigue demandando justicia? Pues con la misma que vienen viendo desde hace más de dos décadas toda problemática social y laboral: con la del cinismo, la ignorancia y la indiferencia.

Pero me interesa insistir. Es cierto, es fundamental la voluntad política de un gobierno para resolver los problemas y necesidades sociales, pero esto no sucede sin su contraparte, es decir, sin una sociedad participativa que lo demande. En este sentido, ¿qué tanto nos va ganando a todos la insensibilidad frente a la injusticia cotidiana? Sólo dos ejemplos evidentes: ante el cierre arbitrario de la Compañía de Luz y Fuerza, que dejó a casi 40 mil trabajadores en el desempleo, una fuerte corriente de opinión prefirió olvidarse de ellos bajo el pobre argumento de que el líder del SME no es el mayor de los demócratas y asunto cerrado.

Ahora, también asistimos con igual o peor indolencia ante la crisis de Mexicana de Aviación, y el muy probable despido de cientos de trabajadores de cielo y tierra. Los sindicatos de Mexicana fueron los primeros en estar dispuestos a negociar su propio contrato colectivo a fin de evitar el cierre, no obstante haber demostrado que no era el “alto costo laboral” el que tenía en la picota a la compañía, y sí el manejo financiero fraudulento del dueño Gastón Azcarraga, que por cierto, ¿dónde está?

Sí, el pueblo chileno ya le dio a la humanidad un regalo invaluable. Algo nos moverá. ¿O no? Ojalá no optemos por quedarnos en el pasmo o en la arropadora ignorancia. Y mejor dejo que cierre este asunto el atinado Lichtenberg cuando dice, a finales del siglo XVIII: “Nada puede contribuir tanto a la tranquilidad del alma como no tener opinión propia”; y como decía Alejandro Norato, sindicalista telefonista: “analícenlo y saquen sus conclusiones”.

 

Para compartir, enviar o imprimir este texto, pulse alguno de los siguientes iconos:

¿Desea dar su opinión?

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 

 

pos

 

pa

 

p81