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18 octubre 2010
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Objeciones a un pensamiento buena onda, I
Cordelia Rizzo

La oposición
Hace un par de semanas, al confrontar a un grupo de periodistas y lectores sobre sus ideas y la forma de expresarlas descalificaron sin mucho argumento (honestamente) a la persona que inició la discusión y por extensión a quienes compartíamos punto de vista y también participábamos en la polémica. Todo esto surgió porque nos molestó el artículo de una periodista local que considerábamos antiético por el tratamiento que le dio al tema de la violencia social introyectada, que ella señala como producto de la intimidación de la delincuencia organizada.

La crítica no iba hacia el carácter como periodista de la que escribía sino hacia la pieza, la cual comenzaba hablando de hechos que no le habían acontecido a la escritora -pero que ella daba a entender que tal vez sí le habían pasado- para luego advertir que todo era parte de un sueño, aduciendo una falsa cercanía a lo que contaba en el entreacto. Si la cercanía con lo que narraba era real, no se notaba en el artículo. Utilizaba este artificio literario como puerta de entrada a una discusión sobre el terror que viven los periodistas en Ciudad Juárez, la masacre de los 72 migrantes en San Fernando Tamaulipas, argumentando que estos hechos nos han vuelto paranoides a todos y por eso ella tenía sueños en los que la amenazaban sicarios. 

En vez de entrar en un debate de ideas en torno a lo que me pareció a mí y a otros una falta de respeto a quienes sí han vivido ese tipo de violencia y una trivialización inconsciente de la seriedad de estos acontecimientos, sobre todo por el lucimiento de la habilidad periodística a través del recurso del sueño, desacreditó la crítica por la vía ad hominem. En este caso tachó a uno de sus opositores de envidioso, resentido, y sádico por confrontar vehementemente al texto con sus debilidades y peligros. 

Quienes defendían la postura de la periodista, durante una discusión virtual, aludieron a las filosofías de la paz social y la armonía entre seres diferentes y a la apatía social para acusar a sus otros detractores de faltos de conciencia sobre la diversidad cultural y de moralmente chatos por criticar a esta líder de opinión de una forma desalmada. 

Nunca se desacreditó el argumento de los opositores y sólo nos quedamos con la consigna de que nuestra lectura era de mala fe, pues el texto nos debía de haber conmovido por hablar de una realidad tan violenta y tan desafortunada que también es nuestra.  O sea, la probabilidad de integrar un diálogo se vio cortada, ¡porque se nos juzgó de antemano como personas sediciosas e insatisfechas! 

En estos tiempos de desgajamiento social y violencia inmanente, de fuentes tan diversas como el gobierno, las organizaciones criminales, la decadencia de las instituciones sociales como la familia y la escuela, los grandes capitales empresariales, etcétera, un nivel de discusión como este que relato nos habla de que estamos frente a un peligro de normalización de las mentalidades totalitaristas en la disciplina de la crítica social y cultural. 

Se ejerce una violencia discursiva desde el pensamiento y la expresión, que por no estar cifrada pasa desapercibida y que cobijada por la supuesta nobleza de su praxis, rechaza críticas incisivas. 

La realidad es que varias plumas y voces que ven sus posturas realmente enfrentadas y no solamente discutidas huyen seguido de la puesta en común que los critica y desacreditan al adversario con el adagio infantil de “me odias porque soy bonito” o “las palabras se las lleva el viento”, solapado por su habilidad retórica. Un ejemplo de esto en los grandes consorcios televisivos fue Carlos Loret de Mola, quien promovió la idea de que quienes criticaron a Iniciativa México estaban en contra del crecimiento del ciudadano mexicano.  Pero su auditorio es más listo y saben que, finalmente, una buena acción de Televisa no anula el cúmulo de jugadas perversas de esta empresa para dominar el espacio mediático. 

Otro velo que disimula este tipo de agresión inmanente es la cultura de la buena onda, que va de la mano con un pensamiento de izquierda anquilosado.  El buenaondismo (o chidismo como le dice una amiga tapatía) es el uso del imperativo de la buena vibra o positividad para desvirtuar los temas reales, las propuestas más austeras de mejora social y demás acontecimientos relevantes al abordaje de los problemas, aquellas estrategias y eventos menos publicitados. 

Surgen estas resistencias por un aparente temor a desestabilizar cierto equilibrio de las fuerzas que se daría a través de la admisión de los argumentos del adversario, estabilidad que en el fondo beneficia a estos aparentes detractores del ‘sistema’ porque los mantiene vigentes sin complejizar sus posturas.  

Lo que hace el buenondismo, más allá de su retórica, es desacreditar perspectivas que en apariencia se oponen, aunque sea levemente, a un modelo resolutivo del conflicto –y lo hace de entrada- por una susceptibilidad fuerte a las críticas de las tesis de sus esfuerzos por la mejoría social de su contexto.  No obstante, la crítica no tiene por qué obstaculizar una valoración positiva de que existan las energías que impulsan sus proyectos, mas no por eso se van a dejar de analizar estos ímpetus, sobre todo en términos de eficacia. ¡Es un principio de política pública!

Además, este pensamiento buena onda termina rechazando de tajo un abordaje serio que explore la naturaleza del conflicto y el funcionamiento de la oposición de las partes.  No observa lo suficiente sus mecanismos ni dinámicas. Se acerca poco a las ideas del oponente. Pareciera que teme contagiarse de la posición contraria.   

Prefieren los buenaondistas quedarse con las reflexiones que se ajustan a las reacciones que ellos esperan que produzcan sus textos, así como nuestras mamás nos enseñan de niños a rechazar el hostigamiento de los compañeritos en el kinder y decirles el clásico “botellita de jerez, todo lo que digas será al revés”.  Lo cual nos muestra que son (somos), en gran medida los críticos buena onda, adultos con lógicas y mecanismos reactivos aprendidos en la infancia.

(Mañana continúa.)

 

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