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1° Noviembre 2010
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Mauricio y el David
Coral Aguirre

Es notable cómo nuestras anteojeras respecto no de los conceptos sino de las palabras de quienes las emiten, cierran de tal modo el sentido común y la relación crítica.

Nadie lo ha dicho hasta ahora, nadie que yo sepa ante la propuesta de deshacerse del David por parte del alcalde de San Pedro, ha lanzado un suspiro de alivio. Yo sí.

Cuando llegué a Monterrey hace casi veinte años, lo primero que exclamé fue: qué horrible ciudad. Venía de vivir y trabajar en el centro del país, así que mi idea de las ciudades capitales de los estados de México tenía más que ver con Querétaro, Guanajuato, Morelia o San Luis Potosí.

Conocía desde Chiapas hasta Zacatecas. Eso era todo. Así que llegada a Monterrey descubrir que aquí también la cultura “de lo nuevo” a la manera americana se imponía en la frontera, fue decepcionante. Horrible, me dije, soñando con regresar a los paisajes urbanos que me habían conmovido tanto. Mi país es paupérrimo en las huellas de la Colonia, sólo Córdoba guarda en su centro histórico (en realidad no tenemos centros históricos, en todo caso una plaza), cierto esplendor. 

Pero mi sorpresa llegó al límite cuando llevada de paseo por San Pedro pude vislumbrar el David en medio de la avenida, allí en el mero camellón. En el primer momento lancé la carcajada. Mis acompañantes rieron conmigo. Qué feo, ¿verdad? Desde entonces he oído todo tipo de pullas por parte de los habitantes regios respecto de la espantosa copia de una de las maravillas de nuestro arte occidental. A lo largo de estos años las bromas se han sucedido con la gracia que siempre observo en el humor que se ejerce en esta tierra.

Nunca he visto valorado de ninguna manera ese mamarracho de patas cortas y cabeza de enano, ese David que, me consta, ha avergonzado en muchas ocasiones a los habitantes de Monterrey frente a turistas, amigos, familiares. Hasta hoy, cuando Mauricio con una visión propia de un hombre culto, qué le vamos a hacer, así es, decide quitar el adefesio.

No me interesa observar si la escultura se ladeó, se resquebrajó o vaya a saber qué cosa hubo de pasar para asistir a esa irresponsabilidad estética. Porque lo es. Lo cierto, que estamos ante la oportunidad de sacárnosla de encima y he aquí que todo mundo se lamenta y hasta se anuncia que alguien, rico por supuesto, quiere llevársela a su casa. Que se la lleve. Carezco de medio para tales salvatajes pero aunque me pagaran por llevármela a la mía, lo impediría con todas las fuerzas que me dan mis antepasados clásicos, renacentistas, neoclásicos, románticos y lo que viniere.

Hace unos días se presentó un ensayo sobre el carácter mexicano. El libro creo que se llama Mexicanidad y esquizofrenia  o a la inversa. ¿Estamos ante una corroboración?

Vale decir ya que estamos con Mauricio, que hace unos años, cuando era candidato junto con González Parás al gobierno del estado, en el principio de su campaña lanzó la propuesta de despenalizar la droga. Las buenas conciencias chillaron de espanto. Al cabo de los años, y ante el consenso que ha alcanzado dicha propuesta, pero sobre todo frente a los acontecimientos que han hecho de nuestra ciudad un verdadero caos, me pregunto si a la hora de las decisiones sabemos elegir con entera responsabilidad, sin dejarnos influir por valores que vaya a saber dónde se alojan. Como en el caso del David.

Ah, por cierto, mi mirada se ha domesticado. He aprendido a mirar a Monterrey con afecto y en ciertas ocasiones, reconozco sus talentos, quiero decir, naturaleza y ciudad, piedra y cemento.

 

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