695 22 Diciembre 2010 |
Versiones diegas ¿Dudas? No: descreimiento. Las versiones que el gobierno y la familia Fernández de Cevallos pusieron a circular no convencen a nadie. Entre tanta mentira, sólo destaca una verdad: el comentario del señor Fauzi Hamdan, amigo y correligionario de Diego. Al queretano lo secuestró “un grupo muy poderoso”, dice Hamdan. Eso es lo único que nos creemos. Naturalmente que los secuestradores forman un comando o equipo “muy poderoso”. ¿Hablamos de guerrilleros, de delincuentes sin objetivos políticos o de ex agentes de alguna corporación de la policía política? Diego dice que su plagio respondió a un “marcado cariz político”. Según él, los secuestradores lo trataron de convertir a una ideología política que, se sobreentiende, se corresponde con alguna de las numerosas ramas que le dan fuerza y debilidad al árbol del marxismo. Esto a ver quién se lo cree. Los infrarrojos que votaron por la dialéctica de las armas no pierden su tiempo tratando de convencer a los secuestrados de las bondades de su filosofía política. Menos todavía lo harían con Fernández de Cevallos, un hombre impregnado en cuerpo y alma del pensamiento conservador del siglo XIX o, tal vez, del XVIII. Diego es un señor feudal: misógino, aristócrata, latifundista, refractario a todo lo que dé la idea de modernidad. Hombre barbado de a caballo, traje charro, fumador de puro. Es el retrato hecho carne del señor patrón. En su caso, paternalista, generoso a su manera, no desprovisto de buenos sentimientos. ¿De qué lo van a convencer si Fernández de Cevallos es, además, un linajudo caballero que divide al mundo en dos: él y los otros siete mil millones de seres humanos? El político de Querétaro ya está libre, sano y salvo. Puedo criticarlo. Tampoco es imposible. Sólo digo que se me hace difícil imaginar tanta temeridad. Él dice que no necesitaba escolta porque “la gente” lo protegía. Sería un interesante ejercicio de desarrollo político y cultural poner en claro a qué “gente” se refiere. Como sea, nadie lo defendió. Bien. O mal. Ya está en manos de sus captores. El gobierno de Felipe Calderón decide no intervenir. Vaya: se hace jurisprudencia al andar. En México la autoridad se cruza de brazos (cierto, cierto, como quiera lo hace) si lo pide la familia de la víctima. Luego viene el estira y afloja. El Diego que vimos en la tele se veía sano, fuerte, arrogante –como siempre— seguro de sí mismo. Llegó manejando un auto: Mercedes Benz, faltaba más. La barba, bien recortada; el cabello, como si lo hubiera peinado un estilista, como los llaman ahora. Ninguna huella, ninguna señal de esa fatiga, de esa debilidad, de ese nerviosismo, de esa depresión que, muchas veces, acompaña de por vida a los sobrevivientes de un secuestro, sobre todo si el plagio duró más de siete meses. Y la ropa: deportiva, informal, pero elegante. Vestuario que le dejaron los secuestradores, dice el hombre. Uno piensa que los plagiarios tienen muy buen gusto. Y el rescate, ¿quién lo pagó y cuántos millones fueron? ¿Palmó la dolariza el gobierno calderonista? La familia de Diego como que se notaba renuente a cubrir el rescate. Dizque pidieron dinero prestado, con el compromiso de devolverlo sin comprometer el patrimonio de la dinastía. Al gobierno y al PAN les conviene manejar la versión de un secuestro político, aunque en esos casos siempre se plantean cierto tipo de condiciones, como liberar presos políticos, que aquí estuvieron ausentes. Nos mandan un mensaje: la guerrilla es tan poderosa que se da el lujo de plagiar a personajes como Diego. Hay que aplastar a estos subversivos. Sería bueno ver el ejemplo de Guatemala. Verlo y, lo que es mejor (para la oligarquía, claro), seguirlo. Hace décadas Ivo Andric escribió que en el reino de los poderosos “las preguntas no sólo no son contestadas, sino que son olvidadas”.
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