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3 Agosto 2011
 


EL CRISTALAZO
La muerte de Eliseo Alberto
Rafael Cardona

Ciudad de México.- La muerte de Eliseo Alberto cuando su cuerpo enfermo había logrado por fin el anhelado trasplante renal, es dolorosa y lamentable en muchos sentidos.

La pérdida humana, por principio, y después la noción de ausencia. Obviamente ese sentimiento de mirar y no verlo, se debe acentuar en sus amigos y familiares, pero en el terreno profesional, muchos vemos con  melancolía el hueco de sus columnas. Como si una cariátide hubiera salido de carrera.

La calidad de su prosa, su elegancia para decirlo todo con la mayor plasticidad, ritmo y sencillez; humor y amenidad, es doblemente significativa en un medio profesional ayuno de plumas ya no digamos como la suya, tan elocuente, lúcida y luminosa, sino de redactores de frases siquiera legibles, ya no digamos correctamente elaboradas.

El periodismo mexicano ha perdido quizá a su mejor prosista.

No quiero incurrir en la atinada frase de su amigo Raúl Cortés, quien en preciso y emotivo desplante ha dicho: “así se escribe en español, coño”. Yo habría dicho nada más, así se escribe.

Tras la noticia de su fallecimiento y después de leer todos los textos elogiosos con los cuales se le ha despedido, quise releer las palabras donde, al menos yo, encuentro una de las raíces de su estilo. No la de su talento, pues eso es algo misterioso, genético y hereditario, supongo.

Vuelvo a los textos de aquella fuente. Estas palabras me llevan de inmediato a su columna de “La rueda dentada”.  Leo a Lezama Lima:

“La palabra eternidad aparejó un sopor, dando comienzo a un enorme ejército de tortugas verdes en parada descanso. Tortugas con el espaldar abombado durmiendo con algas y líquenes sobre el escudo.”

Obviamente quien  escuchó ese son de la palabra  “desde la infancia y aun antes” (habría dicho Nicolás Guillén), podía a su vez escribir así:

“Luego de aquel segundo interminable (contaba de cuando su padre les leyó a él y sus hermanos su traducción de “La bella durmiente”), cargó de aire sus pulmones y leyó esta oración como quien dicta un  testamento: “Se durmió el rey en el trono, el caballo en el establo y… (su mano dibujó en la nada un arco muy lento antes de que su dedo índice se clavara como un punzón en el muro del jardín) y repitió la frase con gran dramatismo, ahora de corrido sin interferencias: “Se durmió el rey en el trono, el caballo en el establo y … ¡la mosca en la pared!” Sentí un vacío en el estómago. De repente se desató la ventolera  y el pero buscó refugio en el pecho de mi hermana, su ama y cómplice. Un injustificado zumbido se instaló en nuestras orejas, como nota de marimba. Mi padre, Eliseo Diego, acababa de regalarme lo más preciado que aún poseo entre cielo y tierra: me enseñó a mirar.”

Hoy alguien deberá enseñarnos a mirar el mundo sin Eliseo Alberto. O mejor dicho, deberemos aprender a mirar el vacío. Ese vacío.

Alcázar
Si bien los diarios han ido dejando de lado la maravilla del lenguaje por pereza o por ignorancia, la mala crianza de las palabras se ha enquistado por todas partes.

Un ejemplo de esto es el uso de las palabras alcázar y castillo. ¿Cuántas veces se les ha escuchado en estos días a los conductores de noticias en la radio y la TV hablar acerca de las reuniones de Javier y los sicilianos en “El alcázar del castillo de Chapultepec”, con tal o cual autoridad política?

Y lo hacen con tal desparpajo como si lo primero fuera parte de lo segundo, como si se hablara de la terraza, el pabellón o la caballeriza; el estanque o el calabozo. No. Alcázar y castillo son sinónimos. Es una repetición innecesaria, como todas.

Antier, durante su mesa redonda con  Sergio Aguayo, Lorenzo Meyer y la señora Dresser, Carmen Aristegui lo dijo en varias ocasiones. Y no hubo quien, siquiera por compañerismo, le hiciera ver su error. Y esos son los intelectuales.

Lujambio
Seguramente usted escuchó o leyó las opiniones del secretario de Educación, Alonso Lujambio en torno del “cínico” Humberto Moreira, el presidente del PRI.

Pocos se dieron cuenta del contexto, pero no podía pasar inadvertido para un político cuerudo y experimentado como César Camacho, quien analiza los dichos de AL y del presidente Calderón, quien hace un trepidante llamado a la unidad nacional

“Con el propósito de ganar la notoriedad que no ha conseguido con buenas ideas, ni resultados apetecibles, el Secretario de Educación nuevamente mete en aprietos a su jefe, quien ahora difícilmente podría explicar la actitud de sus subordinado a los legisladores del PRI quienes, haciendo eco del llamado del Presidente habían señalado, apenas unos minutos antes, que "en nuestras manos está dejar de socavar nuestro futuro; convoquemos a la unidad, a hacer una agenda única"; y que "las reformas que se discuten en el Congreso resultan inaplazables, pues son el elemento catalizador de otros cambios indispensables para construir acuerdos y tomar urgentes decisiones de interés general".

¡Órale! 

 

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