Estados débiles, Estados fuertes
Alejandro Heredia
onterrey.- Después de la rebelión de la juventud contra los poderes omnímodos del Estado, en las décadas del sesenta y setenta, donde uno de los principales objetivos consistía precisamente en la crítica y dislocación del sistema estatal antidemocrático, verticalista, corporativista y demás características nefastas del sistema, asistimos, junto a Joel S. Migdal, en su libro Estados débiles, Estados fuertes (FCE, 2011), a la redefinición del Estado contemporáneo, a la sintomatología de Estados fuertes en cuanto a su fuerza burocrática, y débiles, en cuanto al funcionamiento y aprovechamiento de sus capacidades.
Para Migdal existen dos elementos que nos pueden servir para definir al Estado post-moderno: el primero tiene que ver con la imagen que el Estado en cuestión pretenda transmitir hacia dentro o fuera de la organización estatal. La imagen corresponde a la de “una entidad autónoma, integrada y dominante que controla, en un territorio determinado, la creación de reglas, ya sea directamente a través de sus propios organismos o indirectamente permitiendo que otras organizaciones autorizadas ─negocios, familias, clubes y similares─, generen ciertas reglas de alcance limitado”.
Como podemos observar es la clásica caracterización del Estado, donde la eficiencia y eficacia del mismo rara vez se pone en duda, y donde la legitimación de la autoridad estatal luce indemne ante la autoridad erosionada del Estado.
El segundo elemento apuntado por Migdal, quien es profesor de la Universidad de Washington, son las prácticas, es decir, “el desempeño cotidiano de los organismos y actores del Estado”. Las prácticas pueden tanto “reforzar” como “debilitar la imagen del Estado”, “consolidar o neutralizar la noción de las fronteras territoriales y las que existen entre lo público y lo privado”.
Todo lo anterior nos indica que la figura del Estado es una idea que a cada momento histórico se reelabora, se de-construye y se inventa. Una entidad contradictoria, donde está dada la dominación, la cual está ligada a la imagen de totalidad e integridad que deja ver el Estado; y por otro lado, las prácticas en las que se deja ver su congruencia.
Lastimosamente, al valorar a México desde el punto de vista anterior, observamos que el Estado mexicano tiene una burocracia, la cual superficialmente se observa estable y eficiente, pero que en realidad adolece de múltiples fisuras.
Como observa Migdal, en el ensayo que le da título al libro, el gobierno egipcio durante el gobierno del general Abdul Nasser o el de Hosni Mubarak, los funcionarios medios llegaban a permanecer en sus puestos por más de 15 años. Mientras en el caso mexicano, cada seis años se renuevan los funcionarios de elección y los funcionarios por designación. Esto acarrea un desarraigo en la función de gobernar, sometiendo esta tarea a los vaivenes de la política.
Citando a Hansen (Politics of Mexican Development), la cooptación en la política mexicana, se manifiesta en los jugosos negocios legales e ilegales que realizan los funcionarios sexenales, los cuales les permiten “acumular un capital suficiente para retirarse el resto de su vida”. Tanto el enriquecimiento como las fricciones que dentro del aparato gubernamental se suscitan con la intención de conservar el poder.
En estos tiempos, donde el término “gobernabilidad” está muy en boga, el texto de Joel Migdal nos dibuja el andamiaje de las perturbaciones del fenómeno estatal, exponiendo como corolario en su tercer capítulo, las relaciones inherentes entre la sociedad civil y el Estado, como una de las llaves para desmadejar el laberinto de la autoridad posmoderna.
Estados débiles, Estados fuertes / Joel S. Migdal; trad. De Liliana Andrade Llanas y Victoria Schussheim –México: FCE, 2011, 191 p.; 17x11 cm – (Colec. Umbrales).
ISBN 978-607-16-0572-6.