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957 26 Diciembre 2011

Julia Marichal
Ernesto Hernández Norzagaray

M
azatlán.-
A esta actriz, promotora de la cultura negra y activista social, la conocí a mediados de los años setenta en la ciudad de México. Cultivamos una amistad que sostendríamos hasta el día en que fue una víctima más de la violencia que cruza el país y nos amenaza a todos.

Al escribir estas páginas ocurre especialmente contra quienes defienden en todos los foros por los derechos humanos y luchan contra el olvido o la impunidad. Esta comunidad de luchadores recientemente sufrió, además de la muerte de Julia, la del sonorense Nepomuceno Moreno y dejó malherida a la juarense Norma Andrade. Al cerrar estas páginas, me enteró de nuevos ataques en Michoacán y Guerrero contra miembros del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad que dirige el poeta Javier Sicilia.

Se podrá sugerir que en el caso de Julia el móvil de su muerte es otro y  que las evidencias de la investigación apuntan hacia un sobrino, con quien habría sostenido una discusión es una hipótesis entre otras y la investigación deberá comprobar cuál de ellas es la verdadera, mientras es tan válida la del sobrino como la que se inscribe en las coordenadas de ese tipo de luchadores y no se debería descartar a priori otras motivaciones que eslabonen estas muertes y desapariciones. 

La actriz
Pero, ¿quién fue Julia Marichal? Nuestra querida Julia era una mujer que amaba la vida, pues sabía querer a su familia, amigos y era muy sensible al dolor humano. Era de esas personas que crecen y no dejan de tener ese aire de infancia. Espontáneas, amistosas, amables, solidarias y sobre todo libres y generosas. Fue parte de esa generación de actores que se formó en el teatro universitario antes de aparecer en la pantalla grande y pequeña. Miembro de una pléyade de directores y actores que gravitaron en los pasados sesenta y setenta en torno al Teatro Santa Catarina de la UNAM en el corazón de Coyoacán. Aquella generación que escenificó obras rupturistas como las películas “Fando y Lis”, de Alejandro Jodorowsky, “Los Caifanes” de Juan Ibañez o “Las pirañas aman en cuaresma” de Francisco del Villar.

Actuó en algunas de las primeras telenovelas que hicieron historia como “El Derecho de Nacer”, “La Tormenta” o más recientemente en la exitosa “Marimar”, donde trabajó al lado de Thalía. Sin embargo, su mejor labor fue en el teatro no comercial donde desarrolló una gran actividad explorando la negritud quizá como respuesta a un ambiente de racismo que ella misma sufrió en carne propia en algunos círculos de nuestra sociedad, como lo dibujaría Rius en unos de sus comics didácticos. No obstante, lo hacía con amabilidad y didáctica, sabía como profesora de actuación, que el teatro era una vía eficaz para sensibilizar sobre lo nefasto de la intolerancia de cualquier género. Más allá de credos y colores de piel. Fue protagonista además de obras teatrales como “Papá Buen Dios”, de Jean Sapin; “Un tranvía llamado deseo”, de Tennesse Wiliams; o “Las Brujas de Salem”, de Arthur Miller, donde compartió el escenario con actores destacados de su generación.

La promotora de la negritud
En ese propósito la conocí cuando vivía en departamento del sur de la Colonia del Valle y preparaba la obra “Caribe Negro”, un espectáculo de poesía y música afroantillana, que sostuvo a lo largo de años en escenarios muy diversos educando en la tolerancia y la libertad. Era un espectáculo extraordinario que fue montado en colaboración con el inolvidable Jaime Cortés, un director de teatro ya fallecido que amaba las comedias musicales y con quien siempre sostuvimos un contacto amistoso. No hace muchos años fuimos  Julia y yo a visitarlo y lo encontramos muy acabado. Al tiempo nos dejaría. Con Jaime Cortés tuve la oportunidad de conocer a otros actores que cada fin de semana lo visitaban para sostener largas tertulias sobre el mundo de las artes escénicas, y en aquellos ya lejanos años, el tema del sindicalismo independiente.

Julia, Jaime y muchos de sus amigos rompieron con la Asociación Nacional de Actores (ANDA) y promovieron el Sindicato de Actores Independientes que tenía como líderes a los actores Enrique Elizalde y Carlos Bonilla; lo hacían quizá porque no estaban de acuerdo con el control corporativo que se ejercía desde la ANDA contra sus afiliados que como en otros ámbitos buscaban democratizar ese tipo de sindicalismo.

Activismo y música
Quizá ahí se encuentra la primera escuela de activismo de Julia, además de la que se cultivaba en la casa de sus padres: Esther Martínez y el escritor comunista Juan de la Cabada. Ella los amaba entrañablemente como también a su hermano Alfredo, un músico que tocaba la batería en ese entonces con el grupo de jazz de Juan José Calatayud, uno de los pioneros de este género en México. Cuando Alfredo se casó a mediados de los setenta fui invitado a la ceremonia religiosa y la recepción que se celebró en la Casa Azul donde vivieron Frida Khalo y Diego Rivera. Ahí, en un ambiente de jazzistas se escucharon las voces profundas de las hermanas Bermejo para los recién casados y sus invitados. Fue una tarde-noche inolvidable en Coyoacán. Pero no sólo la familia Marichal cultivaba el jazz. También la música y la poesía afroantillana. 

La vivienda de Julia era un lugar lleno de colorido y punto de encuentro de muchos actores y músicos latinoamericanos que llegaban a un lugar que frecuentemente los recibía a ritmo de tumba, bongó, guitarra, cajón peruano o maracas. Ahí se ensayaban las letras de compositores y poetas como René Depestre, Juan Sojo, Emilio Ballegas o Nicolás Guillén. Eran tardes noches inolvidables. Siempre terminaban con risas, ron, bocadillos y afecto que generaban una atmosfera auténtica de bohemia y arte caribeño. 

Despedida
Luego salí del DF y me instalé en Mazatlán. Los contactos se fueron haciendo esporádicos hasta que alguien ayudó al reencuentro. Alguna vez vino a Mazatlán a impartir un curso de actuación en la Escuela de Artes Martínez Cabrera. EN 1979 llegó el Honoris Causa que la UAS otorgó a su padre Juan de la Cabada y con ello la publicación en 10 tomos de su obra literaria. Su amor por el narrador campechano se transformaría en una obsesión que duraría hasta su último aliento.

Quería tener todo lo que se hubiera escrito sobre su padre que había muerto en septiembre de 1986. Fue una tarea que se impuso, y por lo que leo en prensa, para eso había contratado a su sobrino. Tengo en mi poder una colección de esa colección que editó la UAS y se la había prometido para su acervo. No nos volvimos a ver desde una tarde de 2008 cuando estuve en su casa donde ocurrió ese crimen horrendo. Esa tarde en compañía de un buen amigo pintor, mi esposa y mi hija comimos un marlín que habíamos llevado desde Mazatlán.

Fue una tarde larga que disfrutamos todos y prometimos volver a vernos pero eso, cuando iba a pensar, ya no fue posible. No obstante nos escribíamos y hablábamos ocasionalmente. Julia en los últimos años se volvió  cibernauta y acostumbraba a estar conectada hasta altas horas de la noche. No era raro que en la madrugada mandara un mensaje que siempre remataba con una orden final que hablaba de su amor por la vida, decía: A pesar de los tiempos ser feliz todo este siglo.

Contra la indiferencia
Cerraba, además, sus mensajes electrónicos con las palabras que el pastor luterano Martín Niemöller escribió contra los indiferentes y pusilánimes del mundo, una extraña premonición que hoy es un llamado para todos seamos o no del movimiento digno que encabeza Javier Sicilia acompañado de un puñado de mexicanos coherentes y valientes:

Cuando los nazis se llevaron a los comunistas, no dije nada, porque no era comunista. Cuando encarcelaron a los socialdemócratas no dije nada, porque no era socialdemócrata. Cuando se llevaron a los católicos no protesté, porque no era católico. Cuando vinieron a buscarme a mí no había ya nadie que pudiera protestar.

Ese tipo de persona fue Julia Marichal y su voz profunda seguramente la recordaremos por siempre quienes tuvimos la oportunidad de conocerla, tratarla, amarla, admirarla y hoy estamos pasmados ante la ignominia de los violentos que nos la han quitado para siempre.
¡Descanse en paz!

 

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