FURTIVOS, OBTUSOS Y ABUSONES OFICIALES DE TRÁNSITO
Tomás Corona
“Si no peleas para acabar con la corrupción y la podredumbre, acabarás formando parte de ella”.
Joan Baez
Serían las nueve cuando salimos con mucha precaución y con la velocidad necesaria para librar el denso tráfico que fluía por la rápida avenida. Me había tomado unos jaiboles y mi hijo conducía la camioneta llena de amigos. No habíamos avanzado ni 20 metros cuando una miserable lamparilla y una voz atronadora nos conminó a orillarnos hacia la izquierda, ¡qué raro!, hacia una franja de tierra atestada de pozos que nos llenó de sobresalto y alertó nuestros sentidos.
-Tranquilos, no pasa nada, les dije, no cometimos ninguna falta, a ver qué quiere este cabrón…
Había otro carro “orillado” hacia la derecha, entre unos matorrales, no sé como le haría el chofer para “estacionarse” allí. El “transitillo” fue a atenderlo primero y a nosotros nos dejó esperando, seguro de su presa. Pasaban los minutos, uno de los güercos dijo que pasando el semáforo que teníamos casi enfrente se acababa Villa Juárez y los tránsitos no podían entrar a Guadalupe, incitándonos a emprender la graciosa huida. Recordé la amarga experiencia que padecimos con el cristalazo en aquel pueblo miserable y les dije:
-N´ombre, no tiene caso, vamos a esperar…
En la semioscuridad vimos que el chofer de aquel auto manoteaba, por fin, con un arrancón, reflejo quizá de su molestia, se perdió entre los otros coches. El tráfico seguía fluyendo interminablemente y aquel remedo de tránsito se acercó parsimoniosamente a la ventana de mi hijo, diciendo:
-Pero mira nada más, si eres un polluelo, ¿cuántos años tienes?
Mi hijo le mostró orgulloso su credencial de elector. El imberbe sujeto la aluzó con la lamparilla y dijo:
-¡Ah!, muy machito, ¡eh!, a ver tu licencia de conducir y tu tarjeta de circulación…
El tipejo aquél casi se las arrebata y dijo:
-Éstas te las voy a recoger y pasas con tu papá el lunes por ellas allá a Tránsito de Juárez, ¿sabes dónde está?
Mi sangre comenzaba a hervir, pero estaba seguro de que mi cachorro sabría cómo salir de aquella situación. El hombrecillo aquél era tan torpe que ni siquiera se había percatado de mi presencia.
-Achis, y por qué me las va a recoger (argumentó mi hijo) y mi papá no tiene por qué ir si yo ya soy mayor de edad, levánteme la infracción, si es que cometí alguna, y ya.
-¿Pero qué no te das cuenta, muchachito, (arguyó el individuo) que arriesgaste varias vidas al agarrar la avenida a exceso de velocidad?
-No fue a exceso de velocidad, fue como a 45 kilómetros (recalcó mi hijo), además ya tenía rato en la cuesta y los carros no dejaban pasar, si agarrar una avenida es cometer una infracción pues póngamela y ya…
-¡Eh, eh! Tampoco te me pongas muy loco porque te recojo también la camioneta y pa´que la saques del corralón va a estar canijo… Mejor hagan una coperacha y ya hombre, a ver, cuántos son, cuánto “train”…
¡No pude más!, “lo Rodríguez” se me subió hasta el cogote, hasta el cerebelo y, con toda la calma que me fue posible, le dije a aquel hombrezuelo abusivo y fanfarrón.
-¿Cuál es el problema, oficial?
Al escuchar mi aguardentosa voz, aquel remedo de tránsito palideció como fantasma…
-Señor, buenas… Pues aquí, el joven…
No le di tiempo a que explicara, a pesar de mi profundo encabronamiento, hice gala de toda mi paciencia y pausadamente le fui explicando mis razones y argumentos:
-Mire, oficial, lo que le dice mi muchacho es cierto, ya teníamos rato esperando y no lo dejaban pasar. ¿Dice usted que le interesa proteger las vidas de los demás? ¿Y por qué no pone su patrulla del otro lado de la cuesta, donde todos la vean, en vez de tenerla de este lado, oculta y con las luces apagadas? Al verla, los coches bajarían su velocidad y los que vamos saliendo del club deportivo no arriesgaríamos la vida de nadie… Se arriesga uno más al salirse de la avenida y orillarse en un terreno tan escabroso… Ahora, si usted considera que se cometió alguna infracción, pues aplíquela y ya, tenemos prisa…
El pelafustán aquel se armó de valor, de ese vano poder que confiere el abuso de autoridad y me dijo:
-No señor, tampoco me esté faltando al respeto, usted no es nadie para darme órdenes… El reglamento dice…
El pobre imbécil no entendía o se estaba haciendo el occiso.
-No es una falta de respeto oficial, ni le estoy dando órdenes, es una sugerencia y nada más. A ver, dígame, cómo estuvo eso de la coperacha, eso sí que es una falta de respeto, eso se llama corrupción, señor y más vale que le entregue las credenciales a mi hijo si no quiere que lo denuncie…
-¿Usted me va a denunciar a mí?, ¡pero si está usted borracho!, a ver, ¿dónde trae escondida la botella? Según el reglamento… (dijo, aluzando con su lamparilla hacia el interior de la camioneta. ¡Nunca lo hubiera hecho!)
-¡Mira, hijo de tu pinche madre, ya me colmaste la paciencia!, o no entiendes o te haces pendejo, ¿el reglamento?, ni siquiera lo leen, se lo pasan por los güevos, levanta la pinche infracción, dale sus papeles a mi hijo y llevemos la fiesta en paz o ahorita mismo le hablo a derechos humanos y te traigo al canal 12 para que vean el abuso que estás cometiendo aquí escondido, cazando a los pobres incautos que salen apurados del club…
Inevitable mezcla de injusticia, fanfarronería y un poco de alcohol, los muchachos me miraban asustados y me pedían que me calmara, mi hijo, con toda la ecuanimidad que le permitieron sus dieciocho años, me dijo:
-Tranquilo, pá, no vale la pena que te alteres, yo lo arreglo… ¿Entonces, oficial?
Aquel peladillo se empequeñeció aún más, atosigado por el furor de mi rabia, pero no perdió el aplomo y contraatacó, a sabiendas de su inmenso y banal poder.
-Dile a tu papá que se calme o me veré forzado a pedir refuerzos, y me los llevo a todos presos a la delegación por faltas a la autoridad.
-¡Hijo de tu chingada madre, ahora sí te la parto…!
Intenté abrir la puerta de la camioneta, prudentemente mi hijo había puesto los seguros, pero no fue eso lo que me detuvo, fue una poderosa visión, una premonición de que algo malo pasaría… Me imaginé de pronto encarcelado, con todos los muchachos, la comisión de derechos humanos había hecho caso omiso de mi petición y los medios, en vez de cumplir su sagrada misión de informar, se ensañaban, como siempre, y decía la prensa amarillista, en primera plana: “MAESTRO EBRIO AGREDE A PUÑETAZOS A OFICIAL DE TRÁNSITO”, me imaginé también barriendo las calles de aquel pueblucho para purgar mi condena después de haber permanecido 36 horas preso en aquella sórdida celda, rodeado de maleantes; me imaginé lleno de vergüenza, de rabia e impotencia ante aquella situación injusta y, cuando volví al oprobioso presente, dos lágrimas quemantes surcaban mis mejillas.
Afortunadamente la cosa no pasó a mayores, mi hijo extendió un billete, no vi bien de cuanto, ni tampoco quería saberlo, aquel transitillo corrupto lo aceptó con gusto, devolvió las credenciales y dijo cínicamente:
-¡Se van con cuidado!, ¡que les vaya bien…!
Pasaron varios minutos en silencio, luego los chavos comentaban emocionados el suceso, había sido una espléndida escena de antivalores para ellos y lo festejaban entre chascarrillos y risas.
-N´ombre, se vendió barato, el batillo, nomás le di cincuenta bolas…
Decía mi hijo mientras yo reflexionaba… ¿Qué hacer ante la puta corrupción? ¿Qué sociedad les estamos heredando a los jóvenes? Puse el CD pirata de Cuco Sánchez y la primera canción que escuché relajó mis alterados sentidos y me puse a tararearla… “Arrieros somos y en el camino andamos y cada quien tendrá su merecido…”
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