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ESTACIÓN PRIMAVERA
Guillermo Berrones
Amaneció el día nublado. El silbato de un tren me despertó. Me arde el rostro. Deseara que fuera la vergüenza al exponer el anacronismo de mis emociones, pero es la alergia de la temporada que vence la escasa resistencia de mis defensas. Corre la primavera con su inaplazable colorido de ternura y yo estornudo. Las brujas renovaron sus bríos en un apartado lugar de la ciudad, escondidas entre las montañas serenadas de la sierra y no estuvieron a tiempo para la cena. Nacieron seis encinos en mis macetas. Brotó la primera flor del perón. Los tréboles se ven más verdes y las tortugas despertaron hambrientas. Pedro Infante ameniza, como cada domingo, el desayuno con su voz alegre. A quién le importa este despliegue de romanticismo añejo. Leo la suerte en el Magazzine y Acuario me recomienda paciencia y tolerancia. Y pienso en la magia de los sueños. En la perversión de los faunos que te asedian. En el ideograma japonés inscrito en tu vientre. En tus dientes mordisqueando el arco iris de una tarde primaveral. En tus rodillas de cabra montés parada firmemente en la ladera azul de la pasión. Pienso en la radiografía de tus huesos como en el destino de Átropos. Y el zodiaco sugiere, irónico, cuidar tus rodillas, dientes y huesos. En este reverdecer de la naturaleza mato el tedio viendo a mi vecina barrer la calle, al perro cagar arqueado en la esquina y a una urraca volar hacia el tren que viene del mundo que habitas.
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