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LEYENDO ESPERO
Lorena Sanmillán

culturalogoEn mi empresa de diseño gráfico soy al mismo tiempo empleado y jefe. Salgo a ofrecer tarjetas de navidad a diferentes negocios para que se las regalen a sus clientes. El dueño del bar de moda en la ciudad, ofrece comprarme cien mil piezas. Lunes en la tarde puntual acudo a la cita.
La secretaria me dice que está ocupado. ¿Gusta esperar? El pedido vale la pena. En mi portafolios, junto con los catálogos,  cargo uno de los libros de Saramago. “El hombre duplicado”. Lo comienzo sin afán, sólo por pasar el rato. Tertuliano Máximo Afonso –el protagonista- me acompaña; a sus treinta y ocho años de metódica vida se encuentra con la noticia de que en la misma ciudad habita un hombre exactamente igual a él.
El argumento es tan cotidiano y sensato que no puedo más que sumergirme en la historia.  ¿Y si en este momento alguien viera una película donde una mujer igual a la espectadora lee un libro en una sala de espera? La duda es tan fascinante que incita a seguir leyendo hasta dar con el fin de la novela. Me siento observada. Cuido mi postura y ademanes, no sea que alguien me esté viendo en algún lugar. Olvido el asunto de las tarjetas. La secretaria me interrumpe, ¿Podría volver mañana?
Martes. Llegar puntual. Saludar ¿Gusta esperar? Sentada de nuevo, abro el libro donde me he quedado el día anterior. El protagonista avanza en su búsqueda. Tejo y destejo en mi mente, sin embargo, la maestría del escritor para narrar el suceso me rebasa. Su prosa en cascada plena de diálogos traslapados  invita a releerlo para que no se pase de lado ningún dato.  La secretaria de nuevo interrumpe. ¿Podría volver mañana? Estamos muy ocupados, hoy recibimos a los proveedores.
Camino a la salida, paso por la bodega. Latas de cerveza, envases de refresco, botellas de bebidas varias, bolsas de botanas, uniformes de los empleados, publicidad, vasos, platos desechables, luminarias rotas, ceniceros sucios, escobas, trapeadores. Confirmo lo dicho por el escritor en una frase que acabo de subrayar “El caos es un orden sin descifrar”.
Miércoles. Puntual, saludar, esperar. ¿Se va a poner a leer su libro? Sí. Sospecho que la secretaria nunca ha leído más que aquello que le es menester para llevar a cabo su trabajo. Ignora que Saramago es portugués, nacido en 1922, que antes de dedicarse por completo a las letras fue mecánico, que a sus veinticinco años publicó su novela Tierra de pecado.  Tampoco sabe que en 1998 él ha obtenido el Premio Nobel y que entre las características de su obra destacan la ironía, la compasión y la imaginación así como el ritmo vertiginoso de sus relatos. Lo que sí sabe es decir Ya no la podremos atender hoy, ¿podría volver mañana?
Cien mil pesos, por lo menos. Mi ambición gobierna el juego de palabras sobre las cien mil piezas que le pienso vender. Regreso el jueves y sigo leyendo esta novela que resulta ser un homenaje magnífico para todas las esquizofrenias. La secretaria, apurada, manda por fax algo que estaba sin terminar. Tertuliano enuncia su comentario desde la página 129 de la Edición de Punto de Lectura “La precipitación trae siempre complicaciones”. Sobre su error, se reedifica en su eficiencia ¿Podría volver mañana?
Viernes. Llegar puntual. Saludar. Comentar el libro con la secretaria. Ya hasta sabe cómo prepararme el café. El licenciado sigue ocupado, no creo que la pueda atender hoy, pero ya mero terminamos de leer, ¿verdad? ¿Terminamos? ¿En qué momento ha leído ella siquiera un párrafo? Me conmueve su empatía lo mismo que me seduce la narrativa de esta obra tal cual me sucedió en El evangelio según Jesucristo, Casi un objeto, Todos los nombres, Viaje a Portugal y Ensayo sobre la ceguera. Por alguna razón, en  Memorial del Convento, no he podido pasar de la página dieciocho. 
Con el último sorbo del café leo la palabra final del libro. Lo cierro con un gran sabor de boca por ese final sorpresivo. Me retiro, lectora feliz, vendedora derrotada. Saramago me regala una frase que encierra la metáfora de esta semana: “No decidir a tiempo puede ser un arma de agresión mental contra los otros” Así es. Sonrío deseando que a la otra Lorena Sanmillán le guste la película y que a ella sí le compren las tarjetas, si no cien mil, aunque sea una, pero que venda. No hay mejor compañía que un libro en las salas de espera.

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