PRIMAVERA Y OTOÑO
DE PEDRO GARFIAS
Oscar Efraín Herrera
En abril de este año se cumplieron 70 años de que el poeta Pedro Garfias escribiera Primavera en Eaton Hastings, el poema más sentido del exilio español. A unas semanas de su 42 aniversario luctuoso, se recuerda al escritor que lo mismo compartía mesa con Neruda, que con un tabernero que no sabía español; que atendía la invitación de intelectuales, así como de curiosos y bohemios, que durante casi tres décadas anduvo errante por varias ciudades hasta que finalmente en 1967, dejó su cuerpo descansar en Monterrey.
Octavio Paz divide en dos grupos a los poetas españoles que se exiliaron en México después de la guerra: a aquellos que llegaron con una obra hecha o bien con lo más importante de ella; y quienes hicieron lo mejor de su obra fuera de su patria. El caso de Pedro Garfias no es sencillo de clasificar.
Al margen de su poesía, a Garfias lo prologa una leyenda que enturbia la lectura de su obra. Ahora, a casi 42 años de su muerte, es más vigoroso el recuerdo por el personaje bohemio, solitario y nostálgico, que por sus poemas surgidos precisamente de la bohemia, de su matrimonio con la soledad y su destete de la patria o, si quiere decirse de otro modo, del eterno duelo que le causó dejar su tierra y de que fueran aplastadas sus ideas.
Republicano, patriota de su España, a la que recorrió y cantó; y por qué no decirlo también: la que lo hizo escribir esos poemas con estilo sencillo y popular que buscaban alentar a sus compatriotas contra el fascismo. Como ocurre frecuentemente, la sinrazón y los muchos intereses de unos pocos triunfaron, y en este caso en la España de antes de la segunda guerra mundial fueron aventados al exilio a miles de españoles.
Garfias, entonces llora “como un becerro que ha perdido a su madre” y escribe en Gran Bretaña, antes de partir a América, una serie de poemas que titula Primavera en Eaton Hastings (Poema bucólico con intermedios de llanto). Entre abril y mayo, cuando comenzaba la primavera de 1939, redacta los poemas de este libro no como una catarsis de su duelo, sino como testimonio de lo que sintieron sus miles de compañeros que no encontraron la forma de decir su dolor.
Compuesto por veinte cantos y dos “intermedios”, de tamaño irregular, Primavera es un libro que transporta a los pasajeros del Sinaia y a los muertos que se quedaron en la España perdida. A partir de una perspectiva paisajista, en la que enmarca su condición de exilio, Garfias conjuga en la palabra soledad a la amada y a la patria, pero quizá también a la idea del mundo en la que él creía. Tres pérdidas de un solo golpe: la familia, la tierra que lo hizo hombre y poeta, y la república que España dejó de ser por varias décadas.
En el primer canto, el poeta se ciñe al endecasílabo y hace una exposición del paisaje costero que lo vigila mientras se embarca. En 35 versos endecasílabos Garfias pone la raíz en su Primavera..., se afianza en la tierra de la memoria y de la tradición española y encausa su poesía por el río alegre del romance. A partir de este primer canto, hay más libertad métrica, se desborda la poesía hacia otros espacios de la página y cuando se contiene, lo hace tan densamente:
El verso humano pesa.
yo lo cojo en mis manos
y siento que me doble las muñecas.
Ya descrito el valor que para él tenía la poesía, no es extraño que recurra a ella para sentirse protegido, en el sentido más fiel de la palabra. Pedro Garfias no recurre a la poesía para desahogarse, sino para transformarse. La Primavera en Eaton Hastings tiene su modelo en las Soledades de Góngora. En el primer caso, el poeta se sienta en una roca frente al mar en la primavera inglesa para contar su exilio y pedir a los hombres muertos de España compartan su presente. Pero también, hace un intermedio para ponerse a llorar “por los que han muerto sin saber por qué / (...) Y por las multitudes / que pasan sus vigilias escarbando la tierra”...
Góngora, en sus Soledades, relata el caso de un joven náufrago que en la estación florida del signo de Tauro (abril-mayo) pide al mar auxilio porque además de su condición, se encuentra lejos y desdeñado de la mujer que ama. El océano se condolió de él. Hay una referencia a Arión, músico que navegaba de Italia a Corinto y fue asaltado por los marineros. Quisieron arrojarlo al agua, pero Arión los convenció que le permitieran primero cantarles una canción. Con su canto atrajo a los delfines, se arrojó al agua y un cetáceo lo llevó a la orilla.
Hay más similitudes, pero dejemos eso para otra ocasión, pues lo que nos ocupa es la poesía de Garfias que en su Primavera introduce dos poemas que son de lo más importante. Los llama “Intermedios”: “Llanto sobre una isla” y “Noche de estrellas”. En el primero el poeta decide soltar sus llantos.
Ahora puedo llorar mis llantos olvidados
mis llantos retenidos en su fuente
como pájaros presos en la liga.
(...)
Sobre esta roca verdinegra
agua y agua a mi alrededor
ahora sí que voy a llorar a gusto.
En el segundo intermedio decide continuar con su lamento, sabe en dónde está y lo que significa el país en donde habita temporalmente, no obstante
Mientras duerme Inglaterra, yo he de seguir gritando
mi llanto de becerro que ha perdido a su madre.
Pareciera que a Garfias el océano no lo ayudó. Quizá fue porque a diferencia de Arión el poeta enfrentó a sus ladrones. El músico convoca a las sirenas, el poeta las describe. El músico pidió la ayuda de los dioses, el poeta en su Primavera no pide a nadie nada. Se sabe solo y confía en lo que ha visto, “Mis ojos son mi vida”, y también se siente encarcelado en una patria que también esclaviza y que es monárquica, por eso dice que
Puedo flotar, saltar desde un barrote
al otro de jaula.
Y aun así no le pide ayuda a nadie, en cambio trata de llorar y de sentir por los otros,
¿Por qué no recordaros,
vosotros que conmigo compartisteis
la lluvia y el espanto?
Hasta aquí Pedro Garfias triunfa sobre su exilio. Ya se ha dicho que la guerra hizo que brotara en él de nuevo su vocación interrumpida de poeta. En el exilio, doloroso como no sabemos, escribe un gran poema, aunque aquí voy a diferir de algunos: no por el tema que aborda ni por su significado político o histórico, sino por un puñado de grandes momentos que se intercalan de versos no tan afortunados.
Si bien la imagen de bohemio estorba para conocer su obra, también lo hace su inclinación por seguir con el ritmo cantado del poema aunque ello signifique alargarlo de más, o en cambio, como lo advierte Max Aub, Garfias tiene un poder de recorte, en el sentido taurino del término, que lo hace acabar un poema inesperadamente.
Sin haber sido incluido en una antología importante, Garfias continúa en la memoria de muchos y bien valdría una edición con los comentarios y textos varios que su obra, no su personaje, inspiraron en escritores como el mismo Aub, Octavio Paz, Gabriel Zaid, Eduardo Lizalde, Juan Rejano, Alí Chumacero y tantos otros.
Diálogo de un hombre solo
A Pedro Garfías le interesaba la manera en que fuera recordado: “A mí nunca me ha dado miedo la muerte, me da miedo la vida, es decir, no quedar decentemente en la memoria de los que me hayan conocido. Yo quiero que me conserven el recuerdo, me quiero morir exactamente igual que he vivido” (La voz con los otros, Renacimiento, Sevilla, 2001, pp. 202).
Y se definía como un hombre solo, ni alegre ni triste: “Yo nunca he sido alegre, pero me ha gustado mucho la alegría de los demás. Pero tampoco triste, porque estando tan lleno de soledad, ya en mí no cabe la tristeza”.
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