¿Gente por conocer? No alcanza la vida Jaime Velázquez La novela de Celia del Palacio, No me alcanzará la vida, despierta el interés del lector por un siglo cada vez más lejano, el XIX, tan desconocido como el XX para los más jóvenes. Es posible que las novelas imperecederas sean aquellas que muestran con gusto su esqueleto de historia, de bolsa de la memoria, útiles complementos críticos de los libros olvidados en las bibliotecas escolares. Mientras tal uso se extiende, quedan las pesquisas personales, dificultosas, las que sirven para tratar de reconstruir los laberintos recorridos por los autores, con precipicios donde el silencio estremece, sin quejarnos de lo incompletos que fueron nuestros reiterados asomos escolares a los huesos de la patria. En su libro sobre Miramón, José Fuentes Mares dice que usó fuentes primarias, documentos de archivos europeos y norteamericanos y los quince tomos sobre Juárez de Jorge L. Tamayo. “Pero me sirvo sobre todo -agrega- de un fondo incomparable y hasta hoy casi por entero desconocido: la colección de cartas que Concha Lombardo de Miramón guardó celosamente hasta su muerte, y los doce cuadernos manuscritos de sus Memorias. Todo gracias a que Francisco Cortina Portilla, su adquiriente, resolvió ponerlos a mi disposición”. Es por ello que el libro sobre Miramón empieza con un capítulo cuyo encabezado no deja lugar a dudas: “El amor y la guerra se conjugan”. Celia del Palacio es historiadora y la mitad de su novela es la reconstrucción de la biografía de Miguel Cruz Aedo, la recuperación de sus cartas, intensa por la fuerza de la escritura literaria, combates y guerreros incluidos; la otra mitad es acerca del amor. Héroe desconocido, como casi todos nuestros héroes, Miguel Cruz Aedo revela las fisuras del gobierno de Benito Juárez y va de los años 1850 a 1859. Abogado, poeta, militar liberal, Cruz Aedo pasa con fuerza aquella década entre el amor y la guerra, amando a su país y a una viuda oriunda de Durango. En la novela vemos a un par de gobernadores de Jalisco, un López Portillo y un Ortega. Éste recibe órdenes de Santa Anna de apresar a Cruz Aedo y de enviarlo a la ciudad de México. En el camino Cruz Aedo escapa y en Michoacán es presentado a Ignacio Comonfort y otros personajes, de manera que por la página 203 Cruz Aedo puede exclamar: “Amigos, el general Santos Degollado es como un padre para mí”. El drama queda planteado. Cruz Aedo fue compañero de Ignacio Vallarta y de José María Vigil, el esforzado lector de las poetas mexicanas de cuatro siglos. Cruz Aedo tuvo un duelo con Jesús González Ortega, que llegaría a ser jefe militar de todos los liberales de la guerra civil religiosa de Reforma después de que lo fuera Santos Degollado. Mal perdedor, González Ortega tuvo que dejar Guadalajara y nunca se repuso del odio que le tuvo a Cruz Aedo. En el año 1856 Cruz Aedo conoció a Ignacio Manuel Altamirano en la ciudad de México, donde asistió a veladas literarias y políticas. En 1858, de vuelta en Guadalajara y al frente del batallón Guerrero, trató de librar a Juárez y sus ministros del cautiverio impuesto por un militar y tropa sublevados. Francisco de Paula le escribió a Santos Degollado el 13 marzo de 1858: “En el cuartel contiguo a la ex Universidad, fue secundado el movimiento iniciado en Palacio, lo que produjo, como V.E. debe presumirlo, la prisión del Excmo. Señor Presidente y de la de los demás miembros del Gabinete: la artillería quedó en poder de los sediciosos”. El día 15, A. Bablot escribe a Santos Degollado: “Los cuerpos de Guardia Nacional al mando de los Sres. Contreras y Medellín y Cruz Aedo, se han defendido con valor, han tomado la ofensiva varias veces y casi han dominado ya la situación.” Y más adelante: “Ayer al medio día, Cruz Aedo asaltó la Compañía y Palacio con el mayor denuedo pero sin resultado alguno, porque había concertado este movimiento con (los de la iglesia de) San Agustín que debía apoyar por el flanco izquierdo y en el momento preciso que esto debía ser, se hallaba en este cuartel un parlamentario por cuya razón se habían suspendido las hostilidades: sin esta circunstancia, a estas horas se habría terminado ya aquí este escándalo de los religioneros”. Y, por último, citamos parte de lo que Matías Romero escribió sobre esto: “No teniendo noticias del armisticio los del batallón Guerrero que estaban en (la iglesia de) San Francisco, mandaron a Palacio una columna a la cabeza de Cruz Aedo y (de) Molina. La bizarría con que los soldados llegaron a la plaza agitó extraordinariamente a los pronunciados, quienes creyeron que les habíamos traicionado y empezaron a manifestar su furor con imprecaciones.” Al final de estos sucesos, González Ortega, ya coronel, se burlará de Cruz Aedo y le llamará “héroe del momento”. También hubo lugar para que después, Sofía, la viuda, se luciera y Celia del Palacio la colocara como combatiente en Atenquique, “como uno más de los hombres” e iniciadora del Boletín del Ejército Federal en Jalisco. Para Rafael de Zayas Enríquez, “el temerario coronel” Miguel Cruz Aedo cometió una “imprudencia”. En septiembre de 1859 Cruz Aedo se casó con Sofía Trujillo y en octubre recibió la orden de Santos Degollado de ir a Durango como jefe de las fuerzas constitucionalistas en Hacienda y Guerra. Allí acababan de pasar por el Ejecutivo tres gobernadores: Heredia, Subízar y Murguía. Sofía viajó para alcanzar a Cruz Aedo y en el último sitio antes de llegar a Durango se topó con el coronel Patoni, que quería ser gobernador y que estaba reunido allí con los diputados. Allí nos dice la novelista que González Ortega y Patoni estaban aliados. En la página 323, en la novela, Santos Degollado confirma: González Ortega “no me inspira confianza”. El nudo al que llegará la vida de Cruz Aedo, en Durango, tiene que ver con el destino de Santos Degollado, el de Jesús González Ortega, el del propio Juárez. Y aquí el lector profundiza su tarea de investigador. Santos Degollado y González Ortega, cada uno por su cuenta, trataron de terminar la guerra sin consultar a Juárez y haciendo negociaciones con el enemigo. Pero estos sucesos corresponden al año 1860. Como recordamos, Juárez empezó a tener antipatía por Santos Degollado, a quien le siguió un juicio, y fue González Ortega el que recuperó la ciudad de México. Lo cual daría para una continuación de la novela y para varias otras novelas. En cuanto a Cruz Aedo, el punto culminante de la novela es cuando Santos Degollado le dice que se quede en Durango y que aguante. Pero Santos Degollado en esos días estaba por cambiar de cargo e irse al puerto de Veracruz a conferenciar con Juárez. ¿Cuánto dura la orden de un jefe que deja de serlo? De Celia del Palacio tenemos una bibliografía muy valiosa. En 1995 publicó su investigación sobre La Gaceta de Guadalajara y el poemario Otra bugambilia en la ventana (varios editores de Sinaloa y Fonca). En 1999 una editorial de Xalapa-Ciudad de Veracruz publicó Espirales del deseo, que reunió los poemas que llevaba escritos hasta entonces. En 2004 apareció un estudio suyo en el libro colectivo Bicentenario de la prensa provincial en México y en 2007, como directora general editorial de la Universidad Veracruzana, coordinó el libro Medio siglo de labor editorial universitaria en Veracruz. El editor Santillana anota otra obra de Celia del Palacio: La primera generación romántica en Guadalajara: La Falange de Estudio, además de otras investigaciones. En el grupo de La Falange Celia del Palacio encontró por primera vez a Miguel Cruz Aedo, hace veinte años. jaimeva1@hotmail.com Para compartir, enviar o imprimir este texto,pulse alguno de los siguientes iconos: ¿Desea dar su opinión?
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