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EL VOTO EN BLANCO,
UN VOTO POSITIVO*
Néstor de Buen
Es obligación ciudadana ejercer en esta ocasión el derecho de voto. Se trata de la contribución para la elección de miembros del poder ejecutivo municipal, que tanto importa para la vida común y, lo que me parece aún más importante, la participación en la elección de 50 por ciento del Poder Legislativo, ese que debe convertirse en la vía en que la representación de los ciudadanos decide sobre las reglas del juego, proponiéndolas o sugiriendo su reforma.
Nada obliga a que el voto se atribuya a una candidatura especial, a uno de los muchos partidos políticos que hoy muestran las caras de sus elegidos y algunos mensajes que, al menos, garantizan la indiferencia, como esos que proponen renuncias si no logran la seguridad. Lo que ocurre es que está difícil que se renuncie de antemano a algo que no se tiene.
Existe la opción de cumplir el requisito del voto sin otorgarlo a ningún candidato y, por lo mismo, a ningún partido. Hoy se produce una corriente de miedo frente a la posibilidad del voto en blanco. No es, por supuesto, abstención.
La razón es evidente: un voto en blanco mayoritario sería la más notable expresión de desprecio hacia unos partidos políticos que no inspiran la menor confianza.
Respecto del PRI, existe una larga historia de fraudes, de acciones irresponsables, de ficción política que radica en su propio nombre, creado en la época del presidente Miguel Alemán, que expresa la contradicción más notable: el “Partido de la Revolución Institucional”, cuando la revolución es esencialmente la ruptura con las instituciones de un sistema que no funciona, que es exactamente lo que ha hecho el PRI: destruir los principios sustanciales de nuestra Constitución y sus antecesores y antecedentes: los Flores Magón y su Partido Liberal; Salvador Alvarado, el gran gobernador militar de Yucatán y su vocero en el Constituyente, Héctor Victoria; la labor soberana de los jacobinos que encabezaba Francisco J. Múgica, que hicieron posible el artículo 123, obviamente con el texto anterior a la adición vergonzante que le hizo López Mateos con el apartado “B”; Lázaro Cárdenas con su expropiación petrolera, hoy en trance de ser cancelada, y la ejecución de la reforma agraria que Carlos Salinas deshizo al romper con la propiedad ejidal.
El PAN, con un sexenio y medio de poder, no lo ha podido hacer peor. Inseguridad; crisis económica que ciertamente no es sólo privilegio de México; pobreza en crecimiento; ejercicio de un poder político en beneficio de empresarios sin vergüenza y en perjuicio de sindicatos democráticos; deportación de extranjeros rompiendo la tradición fundamental de ser la casa del exilio político; pobreza en la elección de los responsables de las diferentes secretarías de Estado; represión contra partidos políticos a la vista de las elecciones que vienen, y otras linduras por el estilo.
El PRD, desperdiciando la mejor oportunidad de su vida al caer en un desgraciado juego para la elección de sus dirigentes, que ha puesto en grave riesgo la situación de la izquierda mexicana, tan en precario por regla general y que podría lograr ahora una mayoría si no hubiera sido por sus problemas íntimos.
De los demás partidos poco hay que decir. Sólo, por señalar algo, la enorme contradicción entre una propaganda en favor de la ecología, que es en favor de la vida, y un discurso oportunista en favor de la pena de muerte en que se ha colocado el Partido Verde Ecologista. Se le olvida algo fundamental: las fallas lamentables del Poder Judicial que en el caso de la pena de muerte no tienen remedio.
El voto cancelado no es un voto en blanco. Por el contrario, es un voto de protesta, un voto ciudadano que reclama por esa vía su molestia esencial ante la falta de respeto por sus derechos; la conversión de la política en instrumento de intereses personales o de grupos no representativos.
Hace muchos años que los mexicanos hemos perdido la confianza en las autoridades. Al votar cancelando la boleta estamos llevando a cabo un acto político positivo, proclamando una alerta para que no se repita lo negativo. Hay demasiada experiencia que justifica plenamente la falta de confianza en las autoridades. Hoy se hace aún más notable cuando los que tienen a su cargo la seguridad del país son los primeros en ser arrestados por sus alianzas indecentes con el narcotráfico, sin olvidar que pervirtiendo su función principal se ha convertido al Ejército en un cuerpo policiaco para lo que no está preparado ni constituye su objetivo. Y no quiero insistir en las alianzas indecentes entre las autoridades laborales y los sindicatos más corruptos.
Pienso que un voto en blanco mayoritario constituirá la expresión más rotunda de la inconformidad. Por supuesto que existe el riesgo de que algún partido resulte beneficiado aunque obtenga una minoría mayoritaria, y todo hace suponer que el PRI sería el candidato a alcanzar esa posición. Pero valdrá la pena el riesgo, que podría ser una llamada de atención para que los partidos cambien de actitud y busquen en la democracia lo que han dejado atrás en sus quehaceres.
México es un país espectacular. Nuestra posición geográfica, la abundancia de litorales, la obra ancestral prehispánica, la frontera misma con el país que cuenta, a pesar de sus crisis, con la economía más desarrollada; el arte, la educación y la cultura; su literatura de valores universales; la capacidad de atraer turismo. Todo ello sería la base para un desarrollo que bien lo merece nuestro pueblo. Pero tendríamos que borrar una palabra que nos identifica: corrupción. Vale la pena intentarlo.
* La Jornada, 14 de junio de 2009
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