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CATARATA DE CATÁSTROFES*
Rolando Cordera

pltkAnte la tragedia inaudita uno quisiera parar el tiempo y pedir para todos una pausa para meditar y poner las cosas, si no en orden, por lo menos en perspectiva. ¿Qué y cuándo nos pasó? ¿Por qué tanta destrucción? ¿Por dónde intentar un reinicio?
Hablamos aquí, desde luego, de la muerte de los niños de Hermosillo pero también, inevitablemente, de un Estado que renunció a sus deberes elementales, se desafanó de sus compromisos fundacionales con la justicia social, se desprendió de la ambición compartida con muchos grupos y personas de hacer de México un lugar habitable por su seguridad y bienestar. De aquí la feria, ahora sangrienta, de las subrogaciones nada menos que en el cuidado de los niños, pero también la rendición de los gobernantes ante los usufructuarios y conductores de la tragedia silenciosa de la educación de las que nos advirtiera Gilberto Guevara Niebla hace ya tres lustros. De aquí, en fin, el carnaval de corrupción en que se regodea la procuración y la administración de la justicia y sin la cual no podría explicarse el pozo putrefacto de la seguridad pública en todos sus niveles.
México herido e inseguro, desprotegido y, ahora, acosado por el desempleo masivo que no encuentra refugio en la informalidad rutinaria ni en la inercia migratoria. Éste es, por mal que nos pese, el cuadrante de una soledad que no deja intacto nada ni a nadie y hace ver pueriles las pretensiones de deslegitimar a política y políticos a través del llamado voto nulo. Antes fue el voto útil, luego las marchas blancas, ahora el abandono del voto que no puede sino abrir la puerta al ejercicio impune de la deslealtad, no a este sistema político deshilachado sino a toda propuesta de orden democrático que suponga poner coto al abuso del poder y someter al dictado de las leyes a los poderes de hecho que hoy se ven a sí mismos como únicos depositarios de un derecho configurado a su imagen y semejanza.
Es aquí, se quiera o no, donde se emparentan los justicieros airados que convocan a una especie de montonera contra las urnas, y quienes descubrieron hace poco las potencialidades igualadoras, y por ello justicieras en lo político y lo social, de una democracia de masas que podría, de desplegarse en la movilización, la legislación y el acto ejecutivo, cambiar el orden de las cosas y poner en primer término la necesidad de un derecho para los débiles y de unas leyes capaces por lo menos de poner quietos a los más fuertes.
Eso fue catalogado como “un peligro para México”, aun cuando la propuesta que lo inspiraba no fuera más allá del postulado inicial e incompleto de que por el bien de todos había que poner primero a los pobres. Ahora, lo peligroso se democratiza y lo mismo puede entonarse como jaculatoria el himno lamentable del señor Solá, recién importado de las Españas, que sostener que son todos, políticos y partidos sin distingo alguno, los que nos han traído a este valle de lágrimas y penas en que se ha convertido el laberinto del poeta. Y todo esto sin tocar al Presidente, al que se le pide sea valiente y no pierda el tiempo en disputas baladíes sobre la conducción del país o el rumbo del Estado.
Del reclamo nulificador pueden desprenderse muchas posibilidades para la acción política: un nuevo régimen de partidos que abra las puertas de la arena y, a la vez, deje atrás la manzana envenenada que nos dejó la “reforma definitiva” del presidente Zedillo: la conexión entre dinero y política no sólo no se resolvió con el sistema de prerrogativas, sino que pronto trajo consigo una precoz corrosión moral del quehacer político: dame lana y te doy votos, y si no, por lo menos un millar de pintas, mantas, volantes. Dame lana y te doy fama, aunque sea la de Andy Warhol en versión minimalista debido a las exigencias del rating. Dame lana y te doy consejos, te configuro teorías racionales, te edulcoro el voto en favor de la propuesta más nefasta y vergonzosa.
Pero la lana se acabó y antes de ello, merced al cálculo actuarial, los encaramados en los mandos del Estado, muchos de ellos por autodesignación iluminada, decidieron descargar lastre, abandonar la promoción del desarrollo, oficiar el desastre manufacturero nacional, jibarizar la de por sí débil protección social, renunciar a cualquier tipo de supervisión o regulación para acabar por subrogar el propio Estado o auspiciar el outsourcing de la sociedad y el territorio. Hasta llegar a donde nos dejó la marejada que no es ya la región más transparente.
Y así entramos a la república del veto, que es el que habría que anular y pronto. Los representados y los no representados, que en convención genuina y sin grandilocuencia podría dar lugar a una nueva república, sin grupos de notables y sin la redición de las castas que, todavía sotto voce, algunos nos proponen como salida del infierno.

* La Jornada, 14 de junio de 2009

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