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CRISIS
¿O DISPUTA DESIGUAL?*

Víctor Reynoso

pltkNo siempre es fácil distinguir entre el ruido y las nueces. Sobre todo cuando lo que tratan muchos es de hacer ruido o magnificarlo. La sucesión en la presidencia del Partido Acción Nacional (PAN) después de la renuncia de Germán Martínez Cázares, ¿muestra un serio deterioro de la institucionalidad de este partido o expresa simplemente una disputa desigual por el poder, en la que la oposición es tan débil que sólo le queda radicalizar su lenguaje?
Para los críticos, la presencia de una sola candidatura, la de César Nava, así como la cercanía de éste al Presidente de la República muestran que más que una elección se trata de una imposición del Ejecutivo federal. Básicamente lo mismo que sucedió con Germán Martínez en 2007. Algunos han afirmado que el PAN copia con esto las prácticas del antiguo partido hegemónico, el PRI.
Los hechos señalados son claros, la interpretación no tanto. Es claro también que la elección del presidente panista se ha ceñido, tanto en 2007 como ahora, a las normas escritas del partido. Desde sus primeros años ha sido el Consejo Nacional panista el que elige al presidente. Lo será también este año. La cuestión, han señalado los opositores a Calderón y a Nava, es que la mitad de los consejeros son empleados federales, y votarán por eso mismo a favor del candidato del Ejecutivo. Por eso no vale la pena presentar una candidatura distinta.
Aquí estaría la cuestión: que el órgano encargado de la elección del presidente nacional estuviera cooptado por un individuo, el Presidente de la República. Que con ello se perdiera por un lado la autonomía del partido y su institucionalidad, pasando a ser un instrumento de una persona. Y se perdiera también una sana dinámica de balances y contrapesos, en la que el partido en el poder es un apoyo crítico al Presidente de la República no sólo en el respaldo a sus políticas, sino también al ampliar su perspectiva para permitirle ver qué tan adecuadas o no son. Si se pierde la autonomía del partido, se pierde también esta visión más amplia y más crítica.
Y todos perderíamos: los panistas, el Presidente, los ciudadanos. De ser cierto este escenario, los panistas deberían revisar su tradicional institucionalidad, en particular el papel del Consejo Nacional, que funcionó notablemente para resolver las crisis del partido mientras estaba en la oposición, pero que quizá dejó de funcionar ahora que está en el poder.
Ciertamente hay que preguntarse qué tanto esta situación es una nueva norma en las relaciones entre la Presidencia y el PAN o qué tanto es más bien una circunstancia. A favor de la idea de que la nueva relación se normalizó, es decir, que se convirtió en una norma o regla la subordinación del Consejo Nacional panista al Presidente de la República, está el argumento de que la mayoría de los consejeros son subordinados suyos.
Pero hay también razones circunstanciales que mostrarían la situación actual no como la subordinación “institucional” del partido al Presidente, sino como la ascendencia de Felipe Calderón sobre el PAN en este momento. Calderón es lo que se ha llamado un “panista desde la placenta”. Su padre fue el primer cronista oficial del PAN y estuvo muy cerca de los padres fundadores. El mismo Felipe fue panista desde niño y llegó a ser secretario general y presidente nacional del PAN. Ganó la Presidencia de República a contracorriente dos veces: primero al interior de su partido, contra el candidato “oficial”, Santiago Creel, y luego en la elección constitucional, contra López Obrador. Por todo esto puede ser que su legitimidad al interior del PAN sea lo que explique, al menos parcialmente, que tanto Germán Martínez como César Nava, por su cercanía con él, sean candidatos sin rival.
Si el primer escenario o hipótesis sobre la actual sucesión panista habla de que el partido perdió su autonomía frente al Presidente, el segundo escenario consistiría en que no hay tal crisis de institucionalidad, y que lo que estamos viendo es una simple disputa por el poder, propia de toda organización política. Su peculiaridad en esta coyuntura sería que hay un grupo con tal fuerza, el de Calderón, que no vale la pena oponérsele.
La fuerza, en este segundo escenario, tendría que ver más con la legitimidad que con la capacidad de control. Los opositores han radicalizado su lenguaje simplemente porque es el único recurso que les queda: no tienen un candidato mínimamente fuerte que oponer al de Calderón.
Los dos escenarios no son excluyentes, pueden mezclarse en distintas proporciones. Si el primero, la pérdida de autonomía, es el que predomina, los panistas deben ir preparando una reforma de fondo. Si la desigual disputa por el poder es lo que más pesa, la tarea es una buena artesanía política para restaurar la unidad partidaria.

* El Universal, 2 de agosto de 2009


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