Suscribete
 
1159 3 Octubre 2012

 

Poesía y lenguaje
Eligio Coronado

Monterrey.- ¿Existiría la poesía si no hubiera lenguaje? Por supuesto que sí. La poesía refleja el impacto de la realidad sobre nuestro espíritu y el lenguaje es sólo su vehículo. Si no hubiera lenguaje, la poesía buscaría la forma de manifestarse.


Claro que el lenguaje es la representación gráfica y sonora ideal de la poesía, como se puede ver en cualquier poema escrito, hablado, impreso o grabado, pero la emoción que ha generado al poema no tiene nada que ver con el lenguaje, sino con la persona que experimenta la emoción.


Incluso en ese caso, si la persona decide no escribir o grabar el poema, éste habrá existido aunque no haya pruebas de ello. Pero es sumamente difícil que un poeta no conserve pruebas de su bitácora existencial.


Por eso, en La sal me sabría a polvo*, Jaime Labastida reflexiona sobre su experiencia con el lenguaje (dado su oficio de escritor) desde el momento en que “las palabras odiosas / se aglomeran en el cráneo / y entonces hablamos / o escribimos como si supiéramos / aquello que en verdad deseábamos decir” (p. 11).


La formación del oficio literario implica toda clase de cuestionamientos acerca del lenguaje, géneros, estilos, corrientes, escuelas, figuras de dicción o pensamiento, autores, obras, influencias, teorías, creación de personajes, estructura de textos, etc.: “¿De dónde vienen  las palabras? / (…) Vienen de lejos, ya se sabe, poseen / una vejez de siglos, hablan adentro / de nosotros con una voz ajena” (p. 23), “¿Todo está dicho? ¿No hay nada nuevo / bajo la sombra extraña de estas hojas?” (p. 30), “¿De dónde nace, pregunto, la poesía? / ¿Acaso del silencio, del silencio / profundo de la muerte, del estupor tardío” (p. 24).


Labastida (Los Mochis, Sin., 1939) recorre el cuestionario que todos transitamos en mayor o menor medida, con la misma o diferente intensidad: “Aquí les dejo, pues, en cuerpo y lengua, / en cuerpo y escritura, todo aquello que soy: / la pura nada, la nula pretensión de ser eterno. / Tengan piedad de mí, viví en exceso” (p. 162).


La experiencia establece que la obra de Labastida sobrevivirá porque nos dice lo mismo que nosotros queremos decir, aunque con nuestras propias palabras y estilo: “¿Quién susurra palabras ciegas / en los oídos sordos de los hombres? / ¿Quién escribe estos signos sin sentido? / ¿Quién tañe flautas tristes por las tardes? / (…) ¿Con qué tinta / indeleble están escritas las palabras / en el seno profundo de las cosas” (p. 17).

*Jaime Labastida. La sal me sabría a polvo. México, D.F.: Edit. UANL / Siglo XXI Editores, 2011. 166 pp. 

 

Su nombre :
Su correo electrónico :
Sus comentarios :

 


15diario.com