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1166 12 Octubre 2012

 

CRÓNICAS PERDIDAS
La canela me pone tieso
Gerson Gómez

Monterrey.- Aligerada la cruda, atendido pleno, trato de novia sin serlo en la ducha, paso veloz, uno dos, uno dos, rumbo al trabajo de oficina de mi chica.

El dispensario de alimentos de los siervos de Jesús Herido en la Cruz para los desvalidos, ha levantado el puesto: remitido a la calle a los comensales.

Sigue el horario de confesiones: de correr las amonestaciones para los futuros contrayentes: cursillo de carácter obligatorio, para obtener la venia del gobierno municipal, en caso de interés matrimonial.

Aun con esa contrariedad, llego sonriendo con mi chica. No se puede tener toda la suerte del mundo.
¿Quedó algo de comer?, le pregunto.

Tal vez, afirma. ¿De dónde vienes tan simpático? ¿Comiste payaso?

De hacer el amor con tu compañera de casa, pienso, pero no lo digo.

Acabo de terminar de comer. Ya reciclé en la basura los restos. Aquí en la tienda de al lado, venden lonches de atún. Te habrá quedado dinero para comprar alguno, después de la gran fiesta y vida de anoche.

Precisamente de eso quiero hablar. Aliviáname. Hoy por mí, mañana por ti.

Seguramente prepara la andanada de reproches, guardados sin alquilar, en la memoria.

Ven vamos, me dice. Lleva en mano el monedero.

Uno a cero. Marcador a favor del visitante. Me compra dos lonches, el refresco de medio litro y hasta el pan de azúcar, como postre.

Bajo las ráfagas frescas del aire acondicionado de su oficina, ingiero los alimentos. Asentado completamente el estómago, soy un hombre nuevo.

Me entran unas ganas terribles de acariciarla. Quitarle la ropa. De hacerlo sobre su escritorio. Allí mismo. Me fascina el aroma del liquid paper, deberíamos cubrirnos, así eliminamos las estrías y el exceso de grasa.

El papel carbón de las máquinas de escribir, me recuerda mi trabajo en la mesa de redación. Hasta al aromatizante artificial de canela. Debe ser eso. La canela me pone tieso.

Tú no tienes llenadera, me dice.

Vez, te tengo ley, eso cuenta en una relación, la oxigena.

Contigo he curado mis vicios temporales, los de la vida social: la coca, crack, el alcohol no; bueno, tampoco mi gusto por las mujeres; en menor grado, sólo uno conservo cabal: el amor.

Donde me entere que me estás poniendo el cuerno, te corto los huevos. Bonito pajarito, aquí está su alpiste. Siga comiendo.

No va a ser necesario. No se atreverá. Tampoco le daré motivos. Por supuesto, de mi boca no saldrán noticias.

Imagino cantando misas, de rostro angelical, después de capado. Aleluya. Aleluya. Al encontrarme en la habitación de la compañera, en pelotas, ella exigiendo: móntame, vaquero, móntame.

Coloco los empaques vacíos en la basura.  Es una regla mínima de urbanidad. No dan en el clavo, las indirectas.

Préstame las llaves de la bodega, le digo. Voy a hacer la digestión. La pequeña siesta de hora y media, antes de ir a buscar empleo.

Debería darte vergüenza, no llegas a dormir, apareces como fantasma a la puerta por la mañana, te quedas en cama cuando me vengo a trabajar. Ahora vas a tomar un descanso.

Entonces le digo: a ver, dobla un costal lleno. No se puede. Te vas a lastimar la cintura. Hasta herniar.

Me entrega las llaves haciendo pucheros. No vayas a llorar, le digo. Parece que me estás tomando el pelo, viendo a ver hasta dónde aguanto.

Como crees, le digo. Luego la beso. Creo le puse mucha cebolla al lonche de atún. Ahí me pasas a disculpar.

 

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