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1167 13 Octubre 2012

 

CRÓNICAS PERDIDAS
Ojos de compromiso
Gerson Gómez

Monterrey.- Desperté mucho más apendejado a lo habitual. Completamente podrido de las neuronas. Como para ponerme en marcha e ir a buscar empleo.

Imposible. A veces, he logrado sobreponerme. Esporádicamente. Pero quiero comer un buen bisteck. Corretear la chuleta.

En este sitio inmundo, donde sólo quedan las mujeres, y no todas en edad casadera o en proceso, los hombres se han ido a los Estados Unidos a probar suerte, mi carrera universitaria puede aspirar a vendedor de botica, con trabajo de lunes a sábado, jornal completa, paga raquítica.

Entonces es mejor seguir muriéndose de hambre. Yendo al dispensario. Con los vagabundos y los migrantes en camino a la frontera, o de regreso del fallido sueño americano. Sin prisas.

Se me ocurrió, en el único momento de lucidez del día, después de involucrarme con la romie de mi chica, ir a la única estación de radio, y ofrecer mis servicios profesionales.

La otra estación en el cuadrante es la radioemisora universitaria, con programación exclusiva para retardados mentales.

Ahí te ves, le dije a mi chica, después de lavarme la cara. Voy a dar un paseo. Te veo en casa.
Llegué como Juan por su ídem. Pidiendo a la secretaria, con rostro de empleada doméstica, el nombre del gerente.

Ella escondida detrás de la brisa del abanico, en este poblado intermedio, entre las montañas descendiendo a la costa. Así el aire marino se impregna en los cuerpos. Olemos a tizne de caña quemada y a camarones al aguachile.

Ah, me respondió, usted busca al ingeniero Eulalio.

Ese mismo, conteste.

¿Asunto?

Jamás uso balas de salva. Siempre voy directo al grano.

Vengo a ofrecerle la oportunidad de su vida. La receta secreta del éxito.

Ah, repitió la dosis. Fíjese no está. Se fue desde ayer a la capital. En busca de anunciantes. Para el programa de los éxitos con banda. Regresa como en una semana, si bien le va.

Entonces, ¿quién está a cargo de la estación?

Uy, pues el ingeniero Eulalio. Pero todo lo deja grabado en la computadora. La estación casi se maneja sola. Con un switch.

Yo vengo todos los días. Me llamo Paulita del Socorro, para servirle a Dios y a usted.

Hago el aseo, recojo las cartas y pago los recibos. Estoy al pendiente de contestar el teléfono, por si algo se le atora al patrón.

¿Cómo le dicen en su casa, ilustre señorita?, le pregunté a semejante adefesio, muestra de la belleza campirana serrana.

En casa me dicen Nena, y aquí en la oficina, Coco.

Entonces, Nena Coco, ¿cree usted que podría programar una cita con su jefe?

Para esta semana va a estar en difícil, ya le dije que viene hasta la próxima semana. Pero para la próxima, con seguridad, déjeme preguntarle al ingeniero si lo puede recibir.

¿Le urge mucho?

Un poco, contesto con bastante poca modestia, para restregarle en la cara el hambre: me encanta contar las piedras en los frijoles, de mi plato de comida del dispensario.

Ante todo, la compostura. El porte. Ese no se enseña en universidad, sino en la vida.

¿Tiene algún teléfono?

Fíjese que no.

¿Ni dónde dejarle recado?

No se preocupe, yo me doy la vuelta el lunes, como a esta hora, para ver si me puede recibir el ingeniero Eulalio, su patrón.

Antes de irme, no sé si le han dicho alguna vez en su vida, tiene usted los ojos más hermosos de esta región.

Desde mi ingreso a la estación, no pude abstraerme. Quedé prendado.

Ojalá me permita invitarle un refresco, e ir a pasear al Jardín. Por supuesto, si no tiene compromiso. Novio.

  

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