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Hace cuarenta años prendió la mecha de una revuelta de alcances políticos y culturales inmensos. París, Praga, Berkeley, Tokio, Ciudad de México, y otras tantas capitales del mundo, fueron alcanzadas por revueltas en donde una generación de jóvenes ponía en entredicho el “orden” de la posguerra. Aunque todas ellas surgieron de contextos y demandas particulares, a la postre se habría de observar que tenían mucho en común. Y ese año de 1968 sería definitorio para marcar un antes y un después en el escenario nacional y mundial. La Quincena quiere iniciar la discusión de lo que fueron aquellos acontecimientos, con la entrega de una primera serie de materiales que antecedieron al inicio de las movilizaciones estudiantiles y sociales de ese año, y que tienen su origen precisamente a finales de julio, a la hora de un pleito entre pandillas que culmina con un basukazo dirigido contra el portón de la histórica Prepa de San Ildefonso. La parte complementaria de estos materiales la trasladaremos al número de octubre, en concordancia con la trágica y emblemática Noche de Tlatelolco.
LA REALIDAD IMPOSIBLE, CUARENTA AÑOS DESPUÉS
Alfonso Teja
Que el cambio en el sistema político mexicano contemporáneo comenzó en el 68 es una creencia aceptada por muchos mexicanos. Que ese cambio representó una altísima cuota cubierta con vidas, sangre y dolor, es una verdad más aceptada, incluso en mayor medida, que el primer postulado, antes referido.
Cuidando el sofisma latente, podríamos inferir que históricamente, a nivel colectivo, estamos dispuestos a aceptar más fácilmente el sacrificio y ese costo (in)humano, que la aportación real que aquel trágico momento de crisis dejó como legado para las siguientes generaciones
La lucha era por la libertad y contra la represión
De hecho, ante el registro positivo de los sucesos podemos observar, simplificando de manera un tanto arbitraria, dos posturas extremas. Por un lado, quienes repiten incansables “dos de octubre no se olvida”, aunque no recuerden (o nunca hayan conocido) los detalles de aquellos hechos que culminaron con la matanza de Tlatelolco; y por el otro, los que consideran que México va bien, que estamos a toda madre, y que todas las protestas (las de ahora y también las de hace cuarenta años), son, o han sido, producto de revoltosos que sólo buscan desestabilizar al sistema. Por fortuna, ya han desaparecido aquellas acusaciones, tan socorridas entonces, a propósito de las “ideas exóticas o extranjerizantes”. ¿Se acuerdan?
Cuarenta años son muchos años, y en tiempos como éstos, en los que la velocidad se mide en TeraBytes por segundo, los cambios acumulados han transformado al mundo en una forma sin precedente. Luego, entonces, es válida (y hasta necesaria) la revisión de ópticas y perspectivas. La teoría de la “conspiración comunista” cayó por su propio peso; y el fantasma quedó en eso: un espíritu desdibujado que muchos quisieran darse prisa en olvidar.
A cuatro décadas, sin grandes dificultades, podemos encontrar rasgos y huellas de intentos por diluir, despreciar, o de plano desaparecer, el legado de aquellos tiempos en que una encrucijada de factores comunes (estrictamente hablando aún no llegábamos a lo global), y situaciones convergentes locales en cada manifestación, favorecieron la fiebre que encendió el idealismo de miles, tal vez millones, de jóvenes en un mundo que entonaba generacionalmente canciones de protesta de los Beatles, Bob Dylan, Víctor Jara y las demás voces, sobre todo del Sur, que alimentaban la admiración por figuras como Ché Guevara, o el defenestrado sacerdote Camilo Torres y su famosa frase: “Si Jesús viviera, sería guerrillero”.
El idealismo se reproducía espontáneamente en aquellos ambientes, en los que la lucha iba por la libertad, no tanto por la democracia. La consigna era combatir la represión, no el perfeccionamiento de ningún aparato político. Incluso en los mismísimos Estados Unidos, las universidades anidaban el germen del enfrentamiento entre el nuevo orden (whatever that meaned) y la momiza, que acostumbraba gobernar entre la plutocracia y la tranquila comodidad de no tener que rendir cuentas a nadie.
Acomodemos cada retrato en su marco respectivo: DeGaulle en Francia, Lyndon Johnson en EUA y GDO (léase gedeó) en este Mexicalpan de las Tunas. Los contextos eran muy diferentes, sí; pero con matices, en todas partes queríamos lo mismo: LIBERTAD, ser tomados en cuenta. Veamos cómo estos gobernantes provienen todos del tiempo anterior, cuando las minorías –la juventud incluida–, simplemente no contaban. El aparato hegemónico, estaba embelesado en grado de frivolidad en su propia autoadmiración, hasta que llegó el violento despertar.
Nueva consigna: olvidar el 68
En contraste con lo que se decía y opinaba hasta no hace muchos años, hoy podemos ver en internet numerosos sitios y hasta portales importantes, que presentan artículos y comentarios tendenciosos, fuera de contexto, que pretenden concluir drásticamente que el 68 ha muerto o que debe olvidarse. El más puntual ejemplo de esto es la amplísima difusión concedida al reciente libro de Daniel Cohn-Bendit, el famoso “Danny el Rojo”, uno de los líderes estudiantiles del mayo francés, y que lleva por elocuente título precisamente “Forget 68”, así, en inglés.
Otro ejemplo corresponde al filósofo Alain Touraine, cuyo nombre sobresale en un amplio artículo aparecido en Prodigy MSN Noticias que destaca en su encabezado: “Para sus protagonistas el 68 murió”. Junto con el texto de esta nota, un nutrido grupo de fotografías permite al autor (anónimo) afirmar que “según diferentes protagonistas de la época y analistas, el enfrentamiento ha sido sepultado por los cambios registrados en Francia y en el mundo, que agotaron su razón de ser”. Así de simple y así de contundente.
"No existe más el aspecto de conflictividad que había", dijo el sociólogo francés Alain Touraine, estudioso del fenómeno de mayo de 1968, subraya la fuente.
Lo que no dice la información en la pantalla es que el filósofo y sociólogo francés, desde hace tres años, cuando presentó su obra Un nuevo paradigma para comprender el mundo de hoy (Paidós 2005), ya señalaba cambios en el mundo que obligan a una lectura sólo comprensible desde lo cultural y ya no desde lo social, como ocurría anteriormente. La conflictividad persiste, pero ha cambiado de naturaleza.
Touraine explica que el paradigma social ya no sirve por dos razones. Una es la globalización, que significa que la economía se reorganiza a nivel mundial, y no hay más instituciones a ese nivel. Se desvincula la economía, que ahora es global, de lo social, cultural y político.
Según Touraine, la otra razón es que vivimos en una transición, de una sociedad de lugares a una de flujos, con movilidad, inmigración, encuentro y choque entre culturas. Y anota como faceta más visible de este problema en Francia, el de los inmigrantes, al señalar cómo los franceses más o menos aceptan al que llega sólo si se integra, si se asimila a la sociedad, porque si no lo hace se le rechaza y se le da trato de inferior.
En una entrevista realizada poco después de la aparición de Un nuevo paradigma… Un periodista destacó ante Toureine la curiosa circunstancia que fuese precisamente un sociólogo quien hablase de la destrucción de lo social, de la representación social de nuestra experiencia. “Lo que pasa en París”, respondió el intelectual, “corresponde bastante bien a este fin de lo social. Hasta mediados del XIX hablábamos en términos políticos: paz y guerra, orden y desorden. Eran las categorías que estructuraban nuestra visión y nuestra práctica. Luego durante siglo y medio hemos representado y organizado nuestra existencia en términos económico-sociales, un modelo en el que los conceptos eran capital, trabajo, huelgas y mercado. Y todo eso se ha ido abajo, no estamos ya en ese paradigma”.
Hacia una nueva solidaridad internacional
En la capital francesa, y en otros lugares, hay quien considera que el movimiento de mayo del 68 fracasó como revolución en virtud de que no se produjo la sustitución radical del viejo orden político. Pero se acepta que el movimiento transformó a la sociedad francesa, cambió pautas de comportamiento, introdujo nuevos valores, reconoció los derechos de la mujer, la liberalización de las costumbres, la democratización de las relaciones sociales y generacionales, incluyendo la disminución del autoritarismo en la enseñanza. Nada mal para una generación de soñadores que exigían llevar la imaginación al poder, prohibían prohibir y tomaron las calles cubiertos sólo de esperanza para escribir en las paredes: “Todos somos judíos alemanes”.
En Norteamérica, la óptica, con matices, coincidía en lo fundamental. Noam Chomsky ha dicho: “1968 fue un momento emocionante dentro de un movimiento mucho más extenso. A su vez, el 68 engendró en sí mismo un amplio espectro de movimientos. Sin el 68 no habría existido, por ejemplo, un movimiento de solidaridad internacional globalizado”.
Los derechos humanos y los derechos étnicos registraron fuerte impulso en Estados Unidos y en el mundo hace 40 años, afirma Chomsky, quien también adjudica al movimiento el desarrollo de la conciencia sobre el medio ambiente. Para el influyente representante del pensamiento de izquierda estadounidense actualmente también hay un mayor rechazo a la opresión del que había entonces. “EEUU solía promover o apoyar rutinariamente los golpes de Estado en América Latina. Pero la última vez que los estadounidenses apoyaron un golpe de Estado, en 2002 en Venezuela, tuvieron que dar marcha atrás rápidamente por la fuerte oposición pública. Sencillamente no pueden hacer las cosas que hacían antes. Por eso pienso que el impacto del 68 ha sido duradero y definitivamente ha dado resultados positivos”. Esto afirma el célebre lingüista, de origen judío y pensamiento universal.
Y en México, ¿qué onda?
El inexorable cronista Carlos Monsiváis ha declarado que el 68 representó en nuestro país el fin de la autocracia más represiva, “al menos en la ciudad de México”.
Para el reconocido observador de la realidad nacional, el movimiento del 68 fue muy machista, sin embargo subraya que “ahí comienza una voluntad política de las mujeres de una manera distinta”. Además le dio a las multitudes un sentido crítico para recuperar el impulso de las marchas, y ha estipulado en la vida cotidiana de esta sociedad que “es a través de la movilización pacífica con la que se logran los grandes cambios”. También, dice Monsiváis, el 68 es asimilado por los jóvenes como “un legado de los padres o los abuelos”, a pesar de que el movimiento “está atado, aún, a un lenguaje que hoy no diría nada y, sin embargo, preconiza y adelanta un lenguaje mucho más libre”.
No obstante, aún está pendiente una parte importante de la tarea, pues como apunta Enrique Krauze, “no hay duda que fue un crimen masivo, un sacrificio inútil e injustificable, un acto de terrorismo de Estado contra un movimiento estudiantil que, al margen de sus manifestaciones radicales, nunca empleó métodos violentos”.
“Con la matanza, el régimen del PRI mostró su verdadero rostro y selló su destino: un orden político que asesina su disidencia cívica era una dictadura, y en esa medida el sistema político mexicano tenía el tiempo contado”, dice el historiador.
Y cuarenta años después aún se desconoce exactamente qué sucedió. En su informe de septiembre de 1969, el presidente Díaz Ordaz dijo asumirse responsable por lo sucedido, pero como todos sabemos, los hechos han quedado cubiertos por un espeso manto de impunidad.
Nada extraño resulta que la ex atleta Enriqueta Basilio, primera mujer en encender un pebetero olímpico, haya anunciado con una gran sonrisa que “los festejos del 40 Aniversario de los Juegos Olímpicos México 68 van viento en popa”; para luego recordar cómo entonces “el país se alzaba tras unos acontecimientos violentos y con la llegada de los Juegos Olímpicos se vio otra cara”. Lo que nos remite invariablemente al circo y al entretenimiento, como tapaderas de la más dolorosa –y cada vez menos oculta– realidad social. Hace cuarenta años, una vez; y hoy, otra vez, como si nada hubiéramos aprendido. ¿Y si lo que necesitáramos fuera una buena dosis de aquellos ideales para neutralizar el cínico pragmatismo en que hemos quedado inmersos? ¿Si rescatáramos aunque fuera sólo un poquito de aquella solidaridad verdadera que unía a los jóvenes más allá de fronteras políticas, económicas o sociales? ¿Se vería ridículo, o desfasado? ¿Se habrá agotado totalmente –como pronto lo hará el petróleo– el espacio para soñar? No lo sé, pero quisiera no creerlo.
En mi fuero interno, ahí en donde me niego a envejecer banal e inútilmente, estoy convencido de que el mayor legado del 68 fue ése: el de los ideales, el que se expresaba con la consigna redentora: Soyons realistes, demandons l’impossible! (Seamos realistas, pidamos lo imposible).
“Hay hombres que luchan un día y son buenos.
Hay otros que luchan un año y son mejores.
Hay otros que luchan muchos años y son muy buenos.
Pero hay quienes luchan toda la vida,
ésos son imprescindibles"
- Bertolt Brecht
alfonsoteja@hotmail.com
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