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claudioFanatismo ecológico, una coartada

Claudio Tapia
        

Empiezan a escucharse las voces que, con razón, alertan sobre los peligros del fanatismo ecológico que tiende a impedir los beneficios que a la humanidad ofrece el desarrollo, cuando es sustentable, agrego yo. En efecto, un compañero del Foro Libre y Democrático coincidiendo con Catón (Fanatismo ecológico, El Norte, 7 de julio) nos comenta que percibe un tufillo de intolerancia en uno de los grupos opositores al proyecto Valle de Reyes en el Área Natural Protegida del Parque Nacional Cumbres de Monterrey. Creo que mi buen amigo puede tener razón, dado que en un grupo plural, unido solamente por el interés de defender el medio ambiente para una vida digna, pueden participar personas que viven religiosamente sus ideas y creen en verdades únicas reveladas por los dioses o por la naturaleza convertida en deidad. Lo mismo ocurre en los grupos de tecnólatras, de adoradores del desarrollo a ultranza y, de neoliberales para los que el mercado es ley  natural.
Pero Catón va más allá. Después de contar de manera chistosa la forma en que Jehová mandó las devastadoras plagas contra  el pueblo egipcio e intervino en contra del ejército del Faraón cerrando el Mar Rojo a su paso para proteger al pueblo conducido por Moisés, concluye que los ecologistas de esa época se oponían a todo eso y que esa “historietilla puede aplicarse al fanatismo ecológico que en nombre de la protección al medio ambiente estorba a veces la realización de obras de beneficio para el hombre”. Si bien nos pide a todos ser cuidadosos, “sobre todo para evitar las depredaciones de quienes no tienen idea de lo sagrado que es la vida en todas sus manifestaciones…o arruinan el hábitat en el que moran; o degradan la tierra, el aire, el agua”, vuelve sobre la idea de que las aspiraciones del hombre para una vida mejor “no deben ser indebidamente limitadas por el fanatismo o intolerancia radicales”. Esto último en alusión a Valle de Reyes, perdonando la suspicacia.
A continuación, como ejemplo de una actitud así de intemperante, que puede costar vidas humanas, el columnista se refiere al retrazo de meses que sufrieron las obras de construcción de la nueva carretera entre Saltillo y Monterrey, causado, según él, por el extremismo de quienes no querían que se dañara la vegetación. Además, agrega alarmado, que “durante los meses en que la obra estuvo suspendida hubo accidentes fatales que causaron la muerte de personas” concluyendo que, “Muchos otros casos iguales pueden encontrarse, que impiden, sin razón, obras similares”.
El respetable censor, merece alguna aclaración dejando de lado su desafortunada comparación. Empecemos primero por el  aspecto puramente ecológico: siguiendo con el discurso bíblico, conviene recordar que en el paraíso estábamos en pura  contemplación, sin ninguna necesidad humana, pero como el demonio, valiéndose de Eva, logró que  comiéramos el fruto del árbol de la ciencia del bien y del mal, fuimos expulsados del Edén y, lo más importante, condenados a ganar el pan con el sudor de nuestra frente. Desde entonces, tenemos que satisfacer nuestras necesidades transformando la naturaleza con el consecuente daño colateral inevitable, ignorado al principio y, por supuesto, no deseado.
Cubrir nuestro cuerpo, alimentarnos, transportarnos, tener un techo o cualquier otro satisfactor que se nos pueda ocurrir, requiere de la modificación del medio ambiente con sus ineludibles consecuencias. Así ha sido siempre, sólo que ahora el daño ecológico se ha agravado hasta al grado de poner en riesgo toda forma de vida en el planeta debido a la creciente sobrepoblación humana y a sus modos de consumo.
No hay satisfactor de necesidades humanas, que no requiera de la transformación de la naturaleza con su consecuente impacto ambiental. De Yahvé me salto a Karl Marx: “Producir es la actividad esencial de los humanos, lo que los distingue de otras especies animales. Producir significa transformar la naturaleza, y al hacerlo el ser humano expresa su rasgo esencial. No se limita a tomar de la naturaleza, sino que deliberadamente busca modificarla”. Así, tanto en el discurso religioso como en el materialista, queda claro que estamos frente a una seria contradicción que se ha convertido en el verdadero tema global de la humanidad: la impostergable necesidad de optar entre el  progreso a cualquier precio, incluido el de la extinción de la vida en el planeta, o su preservación impidiendo, en lo posible, la degradación ambiental que aquél implica. La solución: el justo medio, el Desarrollo Sustentable.
Creo que se puede explicar de manera sencilla: Tomamos una balanza y en uno de sus extremos ponemos los beneficios y satisfacciones que una obra pública o privada trae consigo. Del otro lado, ponemos los inevitables daños al medio ambiente atemperados por las medidas correctivas que se puedan efectuar. Ponderamos y sopesamos, evaluamos y decidimos, en función de la relación costo ecológico-beneficios a obtener.
A partir de esa premisa, podemos extraer algunas conclusiones y señalar salvedades. Primera: dicha ponderación o estudio de factibilidad no es aplicable a proyectos que se pretenden realizar en Áreas Naturales Protegidas o Reservas de la Biosfera; ahí, simplemente no se puede hacer nada. Esas áreas, por razones ambientales demostradas, se tienen que conservar en estado natural, protegidas de la acción transformadora del hombre. No hay lugar para caprichos o fanatismos de nadie, es la ley.
Segunda: la demora en la construcción de la carretera Monterrey- Saltillo no se debió a la intemperante intervención de extremistas ecologistas sino a la clausura de la obra pública que efectuó la SEMARNAT, porque otra dependencia federal, la SCT, ignorando sus facultades y violando la ley inició la construcción de la carretera, sin los permisos respectivos que implican el compromiso de llevar a cabo acciones correctivas de los daños ecológicos. Se trata de preservar valiosos ecosistemas y no simples plantitas, lo que no es una sinrazón. Ni fanatismos ni intolerancia radical, otra vez la defensa de la legalidad que, en nuestro país,  ni siquiera las dependencias del ejecutivo federal están dispuestas a cumplir.
Tercera: resulta temeraria la intención de encubrir la impericia e imprudencia de los irresponsables que, violando la ley, produjeron accidentes en la carretera justamente durante los meses en que la nueva  obra estuvo suspendida culpando a los ambientalistas que de fanáticos pasaron a homicidas. De los fatales accidentes, anteriores y posteriores ¿quién responde?  Si seguimos así, va a resultar que la hambruna global también es culpa de los ecologistas.
Finalmente, insisto, a riesgo de la descalificación ¡No a Valle de Reyes!

claudiotapia@prodigy.net.mx

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