NOSTALGIA DE LA REVUELTA
(Primera parte)
Cris Villarreal Navarro
Como si mi ciclo universitario hubiera estado marcado por un hado maldito, mi ingreso a la preparatoria, en septiembre de 1964, coincidió con la llegada al poder del siniestro Gustavo Díaz Ordaz y mi graduación de la Facultad de Leyes en junio 1971, con el primer año de gobierno del siguiente esbirro Luis Echevarría. Sin embargo, puedo asegurar que todo el tiempo que mi generación invirtió en tareas destinadas a intentar cambiar nuestro mundo, desde volantear repartiendo panfletos en una brigada de información al pueblo, hasta el máximo sacrificio de ofrendar la propia libertad o la vida, dio resultados. Fueron esos años los que iniciaron el ocaso del sistema prisidencialista que aún ahora, embozado en una sotana negra, se empeña, dando sus últimas brazadas, en sobrevivir.
Mi entrada a la Universidad me cambió la brújula. En septiembre del 64, recién ingresada al Colegio Civil, fui invitada a formar parte de la Planilla Oro. En el organigrama yo quedé al frente de la Secretaría de Acción Femenil y durante los días de campaña aún recuerdo cómo me temblaban las piernas al estrenarme como oradora en los salones de clases. No mires a las caras de los estudiantes sino a la pared de enfrente, me aconsejaba Miguel. De esos ritos de iniciación también recuerdo que, para devaluación de mi autoestima, nadie creía que los discursos que balbuceaba, cerrando con la impactante frase de Salvador Díaz Mirón: “Nadie tiene derecho a lo superfluo mientras haya alguien que carezca de lo estricto”, hubieran sido de mi propia autoría. Todavía al mes siguiente, el 10 de octubre, los integrantes de la Oro seguimos celebrando nuestro triunfo durante mi fiesta de quince años en el Club Monterrey de la colonia Chepe Vera.
Eran tiempos encontrados entre un régimen bestialmente autoritario y una juventud limpia y esperanzada que estaba empeñada en despertar contra todas las prevenciones letárgicas del sistema. Con un arsenal de ideas, tomadas de lecturas de libros prestados, círculos de estudios y en charlas de café, captábamos entre líneas la información filtrada que la censura de la pridictadura nos imponía y nos enterábamos cómo andaban las cosas en realidad. Lo mismo que en estos días, con los medios de difusión actuando de valiosos aliados del poder, la tramposa versión oficial callaba cuanto movimiento de saneamiento político intentara mejorar el ambiente de la nación. La oposición no existía en ese México Jauja sin auditorías, en donde el erario público era patrimonio de los funcionarios en turno. Rubén Jaramillo, Demetrio Vallejo, Valentín Campa, Arturo Gámiz, eran nombres que sólo un reducido número de mexicanos conocíamos y venerábamos
Mientras en el verano de 1968 Monterrey disfrutaba de su vida ancha y ajena, en la RG se escuchaban All you need is love y Hello Good Bye del último LP de Los Beatles, y yo trabajaba de dependienta en la Librería Cosmos de don Alfredo Gracia y la señora Elorduy; empleo que me había apalabrado mi queridísimo y nunca olvidado maestro de la preparatoria Horacio Salazar Ortiz. Por las noches solía acudir a la Escuela Municipal de Verano, en donde a veces me encontraba a Jesús Rodolfo Rivera Gámiz, atractivoestudiante de la Facultad de Economía, que cuatro años más tarde moriría acribillado impunemente por la policía judicial regiomontana en el ataque a los Condominios Constitución. Mientras atendíamos esas jornadas en que se nos ilustraba con la presencia de intelectuales como Puente Leyva, Carvallo y Monteforte Toledo, entre otros, en la ciudad de México, el 22 de julio, con una escaramuza entre estudiantes, se iniciaba el Movimiento Estudiantil que duraría 146 días, y cuyo desenlace sería la masacre de Tlatelolco.
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