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ODIO, MIEDO Y VIOLENCIA / II

Claudio Tapia

  • No es lo mismo tomar la tribuna, que secuestrarla o disolverla
  • El PAN asaltó la tribuna en 2006, cuando tomó posesión Calderón
  • El gobierno de Calderón debiera conciliar, en vez de denostar

Atizando el fuego
En la irresponsable tarea de sembrar, mediante el encono y la descalificación, el miedo y el odio que mantiene a amplios sectores de la población crispados, a punto de la violenta confrontación, unos y otros bandos han tenido participación. Sólo que la selectividad, que encierra una doble moral, del aparato de disuasión gubernamental y empresarial se encargó de culpar únicamente a los grupos de oposición cuyos métodos, no todos, son ciertamente indefendibles.

Veamos entonces, para hacer un prudente balance, la también inadmisible actuación de los que se dicen pacíficos amantes de la tolerancia y la unidad.
Ante el inminente albazo legislativo cuidadosamente preparado, los partidos que integran el Frente Amplio Progresista, a una señal, procedieron, temerariamente, a tomar por asalto, de manera simultánea, las tribunas de las Cámaras de Diputados y Senadores que integran el Congreso de la Unión, exhibiendo con esto una alarmante disciplina y capacidad de organización. ¡Muy mal! Casi tan destructivo de nuestra incipiente democracia como el pretendido agandalle legislativo. ¿Cuál de los dos atentados es más nocivo para la vida nacional? El dilema queda ahí. ¿Había de otra? Parece que no. Pero, ninguno de los dos sucesos tiene justificación en una pretendida normalidad democrática que, por otra parte, ni remotamente hemos alcanzado.
Cabe precisar que una cosa es tomar la tribunas de las Cámaras de Senadores y Diputados y, muy otra es secuestrar o disolver el Congreso. Circunstancia, esta última, que no ocurrió.

Más aún, la tribuna de cada uno de los recintos, está en una de las múltiples salas con que cuentan los edificios, de tal manera que sin necesidad de declarar recinto alterno otro domicilio, se puede sesionar, aunque con incomodidades, en otro salón, como sí ocurrió. Los mismos medios han informado de reformas aprobadas a otro tipo de leyes, sin advertir la contradicción. ¿No que las cámaras del congreso están secuestradas?
Por eso, resulta peligrosamente alarmante que nos digan que la última vez que este ominoso incidente ocurrió fue, en 1913, cuando el usurpador Huerta disolvió el Congreso. Mienten con mala intención o por ignorancia de la historia. El antecedente inmediato de tan lamentable suceso ocurrió, en el 2006, cuando el PAN asaltó la tribuna para que tomara protesta el presidente Calderón, ante la amenaza de que lo harían los que le niegan legitimidad. Otro dilema sin resolver, que no tuvo la misma descalificación. En esa ocasión, el Ejercito Mexicano, sin autorización del congreso, resguardó (¿secuestró?) no sólo la cede del mismo sino también a un buen número de colonias circundantes a San Lázaro y, sin embargo, la campaña del odio se dirigió, como ahora, a los violentos de la oposición.

Cerco, secuestro, disolución y hasta golpe de estado, usados indistintamente a conveniencia, son los términos con los que deliberadamente se ha sembrado la confusión que conduce al miedo y la crispación. Para no variar, siguiendo la misma estrategia que en el 2006, los demócratas de la IP han publicado incitadores desplegados, llegando al extremo de exhibir, en la televisión, publicidad pagada en la que se compara a López Obrador con Musolini, Hitler, Pinochet y desde luego Huerta. Una vez más los insultos, mentiras y calumnias. Qué manera de linchar, con la complacencia de las respetables instituciones democráticas, al que abandera la causa de la oposición que, puede convencernos o no pero, no es un usurpador. Siguen obsesionados con el enemigo con el que hay que acabar, al precio que sea, para que, según creen, pueda haber paz social y tolerancia.

Nada justifica su irresponsable invitación a la violencia. Ninguna campaña que incite a la violencia puede fundarse en una pretendida estabilidad si su premisa es que hay que acabar con quienes no comparten el dogma. Es difícil pronosticar en qée va a parar todo esto. Por lo pronto, vamos peligrosamente mal. No hay mayor reto político que intentar los cambios sin perder el espíritu democrático que incluye a la tolerancia, en un escenario de paz social con esperanza, cosa que lamentablemente no tenemos. El gobierno de Calderón debiera entenderlo e intentarlo. Debiera conciliar en vez de denostar. Las luchas políticas que promueven el miedo para gobernar, quedan expuestas a escaladas de violencia de quienes buscan responder al terror a que han sido sometidas. La historia está llena de esos ejemplos. Por eso, más les vale no poner el coco.

claudiotapia@prodigy.net.mx


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