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El reloj político de hoy

Juan Angel Sánchez

  • A 15 meses de las elecciones los políticos ya están en campaña
  • Parecería que la democracia reclama campañas permanentes
  • Tanto el que aborrecemos como el que preferimos tienen su coartada: quieren salvar al país y a nosotros mismos

En los tiempos dorados del priismo circulaba una anécdota que hacía referencia a los consejos que el presidente de la república que terminaba su periodo, daba a quien tomaba su lugar para que éste supiera con certeza el momento en que ya detentaba y disfrutaba del poder real, y cuándo éste terminaba. Lo interesante del asunto es que el principio y el fin no coincidían con el 1 de diciembre y el 30 de noviembre datado seis años después, sino con el lapso comprendido entre la fecha del destape propio y el de su sucesor. Según la anécdota, el presidente saliente le heredaba toda su sabiduría a quien lo sustituía en tres cartas cerradas que marcaban el principio y el fin de su poder real, y con ello el reto de abrirlas cuando fuese necesario salvar una situación problemática. La primera carta indicaba: “culpa de todo a tu antecesor”; la segunda: “cambia el gabinete” y la tercera: “es momento en que debes escribir tres cartas”.

El contexto que hizo posible esta realidad y la ficción que lo acompañaba, la manera en que la opinión ciudadana vivía, sufría o gozaba tal situación, se ha ido diluyendo hasta casi desaparecer. La alternancia acabó con los destapes a la antigüita y el recurso de las tres cartas como medida del tiempo efectivo de duración del poder presidencial, es una anécdota olvidada. No se sabe si para bien o para mal, pero es un hecho innegable que hoy los tiempos políticos transcurren más rápidamente y se viven con mayor intensidad, sin dejar de tener como punto de referencia al calendario y al reloj, pero con una dinámica propia. Dicho de otra manera: el reloj de la política camina más rápido. Intentemos ilustrarlo.

A 15 meses de las elecciones de julio de 2009, los políticos, sus partidos y los funcionarios de todo nivel y jerarquía están, desde hace tiempo, en campaña electoral. Los regidores aspiran a ser alcaldes o diputados locales; éstos a su vez se preparan para ser diputados federales o senadores, o gobernadores. No es escaso el número de miembros del gabinete que aspiran también a gobernar sus estados; los partidos esperan las elecciones de medio término para tratar de conseguir mayorías en los congresos, para arrasar en las votaciones y algo parecido espera también el presidente de la república, quien desea minimizar el contrapeso que el legislativo representa. Puede sonar a exageración, pero como en la política las apariencias “son”, y la forma es fondo, toda obra emprendida, toda gestión, todo problema que se resuelve o se intenta, todo gesto, toda imagen, hasta la fotografía de un abdomen prominente es, aunque se niegue, un acto de campaña.

En suma en los tiempos que se viven, todo lo que se hace o se deja de hacer; se dice o se calla; se afirma o se niega no cae en el vacío de la indiferencia o la ignorancia, pues a través de los medios masivos, de la noticia, la caricatura, el editorial, la imagen, el comentario, la insinuación, la crítica objetiva o visceral ya han delineado una interpretación del acontecer político que cultiva en las mentes y en las conciencias la convicción de que la democracia reclama campañas permanentes. Pueden ser múltiples y diversas las razones y los fines que persigan los actores políticos del momento, tanto los que ocupan el escenario principal, los intermedios y los ubicados a ras del suelo, llámense como se llamen, pertenezcan a los partidos o a las facciones que pertenezcan, adopten las posturas que adopten, radicales a favor o en contra, en todo ello hay un leit motiv que prevalece sobre todos los demás: su búsqueda por alcanzar o conservar o incrementar el poder que detentan los obliga a vivir en permanente campaña.

Puede sonar absurdo, pero adoptar esta hipótesis permite entender por qué nuestro político preferido y su contrario, aquel que aborrecemos y denostamos, actúan ambos como lo están haciendo: dada la evidente precariedad del poder que ostentan, la necesidad de estarlo refundando, y como ya no hay una autoridad indiscutible que les escriba cartas y les brinde la certidumbre que no tienen, asumen que la solución es vivir en permanente campaña electoral. Por supuesto que tienen una coartada: alegan estar salvando al país, salvándonos a usted y a mí y a todos, pero su conducta y su discurso demuestran todo lo contrario, mientras que en privado, nos tronamos los dedos tratando de saber de qué o de quiénes nos van a salvar. Quizá de ellos mismos.

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