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Nunca se ha escrito tanto del capital –dijo alguna vez el autor de El Capital, Carlos Marx- cuando se carece de él hasta tal punto.
Nos gusta tanto hablar de dinero y sobar la palabra esmeradamente, oír de la Bolsa de Valores como si tuviéramos dinero en ella, deseamos tener una tarjeta de crédito o varias, como si fuéramos solventes (actualmente hay una crisis por la insolvencia de los tarjetahabientes), nos regocijamos cada que nos hablan por teléfono para darnos la gran noticia que nos presta dinero un banco.
Se lucha a diario en la selva neoliberal para alcanzar a comer, aunque sea chatarra, solución para llenar el estómago, pagar la cuota de la escuela pública o privada, o ir con el doctor amigo a consultar la enfermedad.
Se carece de capital, primero porque vivimos una economía ficticia, de sobreconsumo, con préstamos bancarios, créditos de plástico y adquisiciones a plazos en almacenes y supermercados.
Las ofertas comerciales para sufragar necesidades falsas y que nos hacen ver como urgentes, se volvió un juego entre comerciantes y usuarios en espera de un error de estos últimos para cobrar el precio real de un artículo adquirido en calidad de neurotizado urbano.
Este período que viene, fin de año 2008, marcado por el desmoronamiento mundial del ícono del capital o dinero, adquiere paradójicamente una posición relevante, destacada e importante para la humanidad, que nos debe acercar a un análisis riguroso de lo que será el dinero en el siglo XXI.
Debemos cobrar conciencia de este último estertor del capital económico como ídolo, identificándonos sólo con nuestra fuerza de trabajo y su eficacia tangible para controlar nuestro sustento primordial, ocupándonos más de nuestra riqueza creativa. 
Si nos alejamos de necesidades ficticias, creadas para que nos birlen nuestro dinero, estaremos en dominio de nuestro capital. Si nos identificamos más con la naturaleza y recursos naturales, evitando que otros se atrevan a depredarlos, nos posicionaremos como nación, cercanos a tener el capital que por suerte nos tocó poseer en nuestro territorio.
Un gobierno enajenado y competitivo es un gobierno hiperconsumista, que no protege los recursos naturales nacionales, ni prodiga a su fuerza de trabajo empleo, bienestar y calidad urbana, sólo soluciones mediáticas y fuegos artificiales.
 

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