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ricardoEl discípulo de Guillermo O’Donell, Jorge Vargas Cullell, plantea en un libro de reciente publicación la posibilidad de que la democracia ha logrado rebasar los ámbitos políticos para comenzarse a insertarse en otras áreas de acción como los mercados y la misma familia.* Pone como ejemplos la regulación de los mercados, un tema que sin duda tomará aún mayor relevancia después de la crisis financiera mundial, y los derechos de los menores, aun por encima de la autoridad normalmente autoritaria de los padres.

Las consecuencias de esto es que la democracia, al permear otras esferas de acción provoca una asimilación más allá de lo normalmente considerado como político. Hablar por ejemplo de un mercado democrático parece una absurda contradicción. Sin embargo, se vuelve cada vez más recurrente encontrar leyes que buscan una redistribución de los recursos de manera más justa, sea mediante la intervención estatal, o a través de medidas restrictivas promovidas por los mismos cuerpos empresariales o sindicales.

El encuentro de la democracia con cuerpos naturalmente antidemocráticos ha puesto sobre la mesa una vieja discusión: ¿somos verdaderamente animales democráticos? ¿Es esto una invención que ha funcionado pero que no por ello deja de ser artificial? La democracia se enfrenta todos los días con sus peores enemigos en actores que supuestamente deberían defenderla ¿Es posible imaginar a un ciudadano que prefiera otra forma de gobierno donde las libertades y los derechos mínimos no estén garantizados? Cuando se defiende la completa libertad del capitalismo parece que tenemos frente a nosotros a esos ejemplares.

¿Qué implicaría pensar en un sistema con mercados democráticos? Irremediablemente se tendría que poner el acento sobre el derecho de los muchos para acceder a las mismas oportunidades que los pocos que actualmente gozan de estos privilegios. La primera crítica a esta posibilidad es que los la democratización desincentiva la creatividad y el derecho de los mejores para seguir logrando más. Cuando llevamos esa reflexión al ámbito político es cuando podemos hacer comparaciones interesantes. Los defensores del mercado desregulado plantean lo que hace un momento les comenté, y que cualquier intervención es una distorsión; ¿entonces tendríamos que pensar lo mismo para lo político?

La democracia establece límites artificiales a realidades que de otra manera no serían igualitarias. Hablando de la capacidad de tomar decisiones, ésta debería recaer naturalmente sobre los más aptos, sobre los grupos de interés que tienen la capacidad de organizarse y eventualmente comprar las voluntades de los funcionarios en las instancias gubernamentales. Darle la oportunidad de tomar decisiones a personas que no tendrían la capacidad de defender este derecho sin la ayuda del Estado es entonces una distorsión de la realidad social. Los más fuertes deben gobernar y los más débiles deben sucumbir por su incapacidad para sobrevivir. Planteando esta realidad que obviamente sería rechazada por cualquier ciudadano en el siglo veintiuno es que podemos hacernos la siguiente pregunta: ¿cómo es que toleramos la injusticia en la economía mientras juzgamos con tanta fuerza la injusticia social?

La valoración de esta simple pregunta puede hacernos reflexionar varias cuestiones ¿Es necesario que el Estado intervenga en la economía como lo hace en la sociedad para garantizar la igualdad? La respuesta implica un debate tan largo como la historia del capitalismo moderno. Ante la situación mundial actual es que tenemos que preguntarnos: ¿es necesario establecer controles a quienes han aprovechado su situación privilegiada? ¿Si la economía es algo idealmente libre, por qué la política no ha de serlo? ¿Qué nos hace pensar que los ciudadanos necesitamos que el Estado nos garantice derechos políticos pero que no se le ocurra meterse para garantizar derechos económicos?

Vargas Cullell nos asegura lo que para quienes vivimos en América Latina resulta evidente, pero que a veces se nos olvida recordar en las instancias internacionales. La verdadera democracia no llegará mientras no podamos garantizar una democracia económica. No hablo de socialismo, sino de mismos derechos para mismas condiciones. La desigualdad económica es una forma de autoritarismo, basta ver cualquier nota del periódico para responder quiénes son los que verdaderamente toman las decisiones hoy en día, en nuestra supuesta democracia.

 

* Ochoa, Óscar (2008) La Reforma del Estado y la Calidad de la Democracia. Editorial Porrúa/EGAP. México.

http://lasillaquevuela.blogspot.com

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