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Pentontos aparte, creo que en el mercado tenemos dos tipos de periodistas: los que se esmeran por ir derecho y los que no. Como regla general asociada, encontramos en ambos estilos colegas en todas las escalas del éxito; y así por un lado tenemos colegas que van rectamente montados en los ideales a puro pelo, mientras otros ya aprendieron a cobrar por la embestida (“voy derecho y no me quito”).

En el otro estilo, más flexible, tenemos desde los tortuosos cínicos habitantes del castillo de los monstruos, maestros de la máscara y el disfraz, hasta las prístinas y elevadas plumas veleta, que con maestría inigualable siempre señalan el rumbo correcto, sople para donde sople el viento.

El lector necesita conocer y reconocer el tipo de sus periodistas favoritos, si es que los tiene, porque como bien se sabe, la rutina y la costumbre adormecen los sentidos, y entonces todo parece que está bien, cuando no lo está.

Ayer, durante mis lecturas matutinas, este servidor de ustedes habría pasado por un leve encabritamiento, si no tuviera bien presente todo lo antes dicho. De todos modos, no pude evitar que me saliera desde muy adentro un ¡qué poca! Y paso a explicarme.

En varios medios electrónicos locales y de otras partes, aparecieron citas de la columna que Ricardo Alemán publicó este miércoles en El Universal bajo el título “¿Y los 9 mil millones, Andrés?”, en la que acusa a AMLO de haber recibido esa cantidad de dinero en 1992, a cambio de, supuestamente, retirar un plantón del Zócalo.

Evidentemente este asunto debe ser investigado, por la prensa, por las autoridades correspondientes, si así procede, y por todo aquel que tenga verdadero interés en la verdad. Yo, por lo pronto voy a darle seguimiento al tema, porque ni fanático, ni incondicional del peje. A mí mis timbres, como decimos.

Pero el punto que quiero subrayar es que mientras el periodista capitalino señala en su diatriba, de manera no muy destacada, que son “nueve mil millones de viejos pesos, es decir, nueve millones de ahora”, todos los que reprodujeron la cita destacaron la cifra en miles de millones, salvo alguno que mencionó el pequeño detalle de que se trata de viejos pesos. ¡Qué casualidad!

¿Verdad que no suena igual nueve millones de pesos, que nueve MIL millones?

El otro Jacobo
Gran diferencia pudo observarse en el mismo diario antier, cuando nada menos que Jacobo Zabludovsky afirmó, en su columna “Bucareli”, que Andrés Manuel tiene razón en su defensa de las famosas y todavía no bien comprendidas doce palabras, y en el aparente empecinamiento que muestra en este punto que, insiste, debe quedar explícitamente consignado en la ley.

Dice Jacobo, quien además de periodista es licenciado en derecho, que Santiago Creel le refirió que tal agregado no es necesario porque “una idea similar priva en el contenido aprobado”. A partir de ello, JZ concluye que no encuentra en qué perjudica una reiteración expresa “que daría a la ley más claridad, cualidad indispensable de toda ley bien hecha”.

Y el buen Jacobo que, en el atardecer de su carrera como periodista, parece querer superar aquellos tormentosos mediodías de todos conocidos, reafirma: “Todo el pleito es por ese párrafo. La obstinación en no agregarlo provoca sospechas que en este caso son más que justificadas. Porque no olvidamos al maestro Eduardo García Máynez. El que hace la ley hace la trampa”.

Yo sólo reproduzco lo escrito por el veterano. Pero también veo situaciones como la resolución de este miércoles del Tribunal Electoral del Poder Judicial de la Federación, en el sentido de que el Consejo Coordinador Empresarial sí violó las disposiciones legales en las elecciones presidenciales del 2006.

La resolución advierte que la campaña propagandística del CCE fue ilegal y los partidos beneficiados (PAN, PRI y Verde) son también responsables, por lo que deberán ser sancionados por el IFE, según determinó dicho tribunal en respuesta a una queja presentada por el PRD.

El hecho de que una campaña propagandística de la cúpula empresarial haya sido ilegal no es algo menor en ningún sentido. ¿Hacia dónde avanza un país en donde los poderes público y privado se confabulan para violar la ley?

¿Y sabéis algo, aún más vergonzoso, queridos compatriotas? A los partidos se les sancionará, sí, y como alguien dijo, le quitarán uno o tres pelos al gato; pero ¡oh sorpresa, que no sorprende! el código vigente en el 2006 no preveía la sanción a particulares, y ése es el motivo por el cual el CCE no podrá ser multado o sancionado de ninguna manera por el IFE.

Me pregunto: ¿tenían ya contemplado el eventual daño colateral los señores mandamases que cuentan con algunos de los mejores jurisconsultos y litigantes a su servicio?

La última y nos vamos
El domingo pasado, durante la convivencia familiar que tanto disfrutamos en casa con hijos y nietos, durante el momento de la charla política obligada junto a la crisis de tigres y rayados, Ana Paulina, de once años, participó espontáneamente para referirnos que en su Liceo les habían dicho que Andrés Manuel López Obrador se había cambiado el nombre, y que en realidad se llamaba Manuel Andrés. Obviamente, el mensaje para las crudas mentes infantiles fue transmitirles que el acrónimo del líder de la resistencia civil en este país no es AMLO, sino MALO. Y eso que se trata de una escuela católica, de esas que enseñan que hay que cumplir los Mandamientos donde dice: “No mentirás”.

Es en esta línea de pensamiento en donde lo afirmo: unos vamos, o procuramos, ir directos hacia la verdad. Y otros van directos, pero a esconderla. 

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