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Hoy inicia un nuevo año. Como hace mucho no sucedía, la crisis económica y sus consecuencias cotidianas abruman a la ciudadanía. Quizás desde 1994 no vivíamos una situación semejante. El llamado “error de diciembre”, que desestabilizó a nuestra economía, tuvo repercusiones desastrosas en la economía familiar; pero existen diferencias notables entre aquel tiempo y el nuestro. La más importante es que hoy se trata de una recesión internacional, y en 1994 se diagnosticó como una crisis doméstica. Recuerdo perfectamente la desesperación en aquel aciago diciembre, cuando la depreciación del peso amenazaba la estabilidad nacional. Pero la incertidumbre mayor provenía de la ausencia de liderazgo presidencial. Muchos nos preguntábamos el porqué de la tardanza de las autoridades encabezadas por Ernesto Zedillo en dar una explicación a la catástrofe económica.
A diferencia de 1994, hoy hubo un intento de explicación de nuestra circunstancia económica; pero se trató de una lamentable falla en la comunicación gubernamental; porque nadie podría pensar que nuestro secretario de Hacienda, Agustín Carstens, no sabía de la magnitud de los desajustes económicos que la economía internacional mostraba. El diagnostico del “catarrito” nacional parece una tomadura de pelo. Si lo dijo en serio, pues estamos en un gravísimo aprieto, pues las “aspirinas” no servirán para remitir la neumonía que presenta nuestra economía. A estas alturas, sería necesario que de nuevo saliera nuestro rubicundo secretario y diera una explicación clara y contundente de lo que sucedió y de los efectos que habremos de esperar. Desde luego que ha habido explicaciones, pero el responsable directo poco ha sabido decir al respecto.
La crisis económica tendrá una influencia directa en los resultados electorales nacionales que se llevarán a cabo durante 2009. Así ha sucedido en diferentes momentos de nuestra historia. Es muy probable que buena parte de los votos que obtuvo el candidato presidencial del Frente Democrático Nacional, Cuauhtémoc Cárdenas, en los comicios de 1988, haya provenido del descontento de las clases medias golpeadas por la crisis de 1987, que tuvo en octubre de aquel año su momento más dramático, con el crack de la bolsa. El entonces partido en el poder recibió un pronunciado voto de castigo por las malas cuentas rendidas. Por eso, los presidentes salientes han preferido diferir la toma de decisiones hasta después de los procesos electorales. A nivel internacional, el ejemplo más claro es el de George W. Bush; la debacle económica afectó sin duda al candidato republicano John McCain.
La factura de la crisis económica la habrán de pagar los candidatos del partido en el poder, no sólo quienes aspiran a una diputación federal, sino los postulados a los congresos locales, presidencias municipales y a alguna de las seis gubernaturas en disputa. Máxime que se encuentra muy extendida la sensación de que no existe un proyecto claro por parte del gobierno federal para enfrentar la tormenta económica. En nada ayuda que el directamente responsable de presentar soluciones haya salido con un diagnóstico de pésimo gusto como el referido “catarrito”. Y conste que no estoy incluyendo en mi reflexión el efecto de la crisis de inseguridad que hemos vivido en los últimos años y que afectará necesariamente a quienes sean postulados por el PAN.
El año que inicia será muy difícil en el terreno económico; pese a las ingenuidades del secretario de Hacienda, todos los diagnósticos serios son coincidentes: la cosa estaba fea y se pondrá peor. Urge que el gobierno de Felipe Calderón presente una estrategia coherente que brinde a los mexicanos al menos alguna esperanza de que quien conduce la riendas de la economía tiene idea de hacia dónde deberá dirigirse el barco nacional. En un país presidencialista, la imagen firme del responsable del cargo es fundamental. Lo tendría que hacer si aspira a detener la caída libre que presentan los resultados electorales de su partido desde el 2006.
* Investigador de El Colegio de la Frontera Norte.
victorae@colef.mx
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