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- “Tú que no puedes, yo que me acuesto…”
- “Después del niño ahogado, que más da tapar el pozo”
Decía doña Esperanza: “tú que no puedes, yo que me acuesto”. Y este adagio puede aplicarse a la tardía y contra todo principio de la ciencia económica reacción gubernamental ante la recesión económica, que ya nos rebasó desde hace meses. Las medidas anunciadas, seamos honestos y sinceros no tienen fundamento para afirmar que nos van a salvar de la carestía de los bienes y servicios que requiere la población porque van dirigidos fundamentalmente a apoyar a los dueños de los medios de producción y de distribución, y estos no se comportan de acuerdo con las leyes de la oferta y la demanda, sino en sintonía ventajosa de lo que he dado en llamar las leyes de la necesidad y del abuso y el gobierno – que tendría que hacerlo, como lo está haciendo los mismos gobiernos de corte fondomonetarista – está renunciando a su papel, no digamos ya de motor de la marcha de la economía, sino ni siquiera de rector.
La política económica tendría que ir por el camino de la intervención del Estado en controles de precios, rebajas de impuestos, apoyos directos, transparentes, a los procesos productivos, principalmente al campo y a las medianas y pequeñas industrias, pero sobre todo mantener el cuidado para que quienes salgan beneficiados sean los consumidores.
El plan anunciado este miércoles, muy de mañana, tiene, más que aroma de cuidado, olor a propaganda preelectoral, porque la mediática lo presenta como una especie de panacea que impacta a las conciencias no informadas y engolosina a los dueños del capital, que se verán beneficiados con los apoyos al empleo, a la economía familiar – qué es eso de dar apoyos para la compra de electrodomésticos y no controlar los precios de los alimentos, por ejemplo - y las pequeñas y medianas empresas. La inversión en infraestructura no debería ser incluida, pues está ya en el presupuesto y el plan de carreteras no será ampliado por la crisis. La eficiencia del gasto público es, por lo menos en el papel, una práctica que debería ser permanente, en tiempos de vacas flacas o en tiempos de bonanza.
Las 25 acciones, entre las que impacta la congelación de los precios de las gasolinas durante todo el año – después del niño ahogado… las gasolinas despelucan a la mayoría de quienes tienen un automóvil o las medianas y pequeñas empresas que usan ese carburante como el sector transportes, o las líneas aereas-; la reducción de 10 por ciento en el precio del gas LP – igualmente -; la baja en las cuotas de las tarifas eléctricas – es un sofisma porque sabemos ya que los industriales pagarán menos por la energía, pero esos ahorros no los repercutirán en los precios productor y de ahí se cogerán los distribuidores y comercializadores para, no sólo no abaratar los productos finales, sino para, sin cuidado, meterle la varita a los consumidores; la asignación de recursos adicionales a Petróleos Mexicanos (Pemex) – y dónde quedaron las millonadas por excedentes obtenidas en los meses pasados, cuando los precios de las diferentes clases de petróleo crudo estuvieron por las nubes - y a las entidades federativas –17 mil y 14 mil millones de pesos, respectivamente– para inversión y desarrollo de infraestructura (este punto estaba ya en los planes de desarrollo y con recursos asignados desde que los legisladores aprobaron el presupuesto de gasto para este año –, cuando los gobernadores fueron los principales beneficiados con los excedentes petroleros, pero se gastaron el dinero sin prever, sin cuidado, de nuevo. Tome en cuenta, con cuidado, el amable lector que la palabra cuidado la he estado repitiendo constantemente. Y el punto de que el gasto público se ejerza de forma “más transparente, más eficiente y (...) con mayor oportunidad”, no contribuye en nada porque, si de algo carecen las administraciones gubernamentales es de eso, de transparencia, eficiencia y oportunidad en el gasto.
En ningún momento se retoma la filosofía político – económica de Keynes, que ahora, en esta severísima recesión, han adoptado desde la más periférica economía capitalista hasta el Departamento del Tesoro y los estrategas de la Casa Blanca para adoptar la política de intervención del Estado en la economía, tan satanizada en tiempos de bonanza para los dueños del capital y por ende una bonanza infinitamente menor, pero bonanza, para la fuerza de trabajo. Al plan mexicano, pues, le hace falta eso. Seguir el ejemplo del icono de la intolerancia, del fundamentalismo, del descuidado George W. Bush, e intervenir directamente en los procesos productivos, porque es una terrible irresponsabilidad y ligereza dejarle todo a las fuerzas del mercado, que no son más que la necesidad de los consumidores aprovechada inmisericordemente por la avaricia de productores, distribuidores (coyotes, pues) y comercializadores. Ningún gobierno puede mirar de soslayo que el principio de Laissez-faire… Debe evitarlo porque hacerse de la vista gorda ante la avaricia que mueve al abuso enoja al pueblo y sólo con cuidado puede evitarse el sentimiento de malestar individual y social y el odio de los gobernados hacia los gobernantes.
Pero así es este asunto de las relaciones del gobierno con sus gobernados. Desde la más remota antigüedad asistimos a un drama de graves consecuencias, como me dijo un día el pensador Leonardo Boff: la ruptura entre el trabajo y el cuidado. En los últimos diez mil años, en forma lenta pero persistente el trabajo comenzó a predominar sobre el cuidado – trabajo hecho con frenética búsqueda de eficacia, como afán nervioso de producción y ansia desenfrenada de dominio de las fuerzas de la naturaleza y, agregaría, de la misma fuerza de trabajo conformada por una legión de desamparados hasta de la mano de dios y esa carrera se aceleró enormemente con la implantación, en los tres últimos siglos, del proceso industrializador que se generalizó en toda la tierra y estableció una verdadera dictadura del trabajo-producción y del trabajo - intervención en todos los procesos de la naturaleza. El trabajo se convirtió en un medio para hacernos más ricos sin definir el sentido y el destino de la riqueza, que se convirtió en un fin en si misma y esclavizó al ser humano con la siguiente lógica: quien tiene quiere tener más, quien tiene más dice que nunca es suficiente.
El cuidado es siempre un gesto amoroso. Es antes la mano que acaricia que la mano que agarra. El cuidado es la mano que se tiene hacia la otra mano para modelar juntas un entorno humano que nos permita vivir sencillamente felices en este bello y espléndido planeta. Esto no lo entienden los políticos y no lo entenderán nunca. El cuidado no se opone al trabajo, sino hace que sirva a la vida, a la producción de felicidad y a la instauración de la convivencia. Ayuda a encontrar la justa medida entre el esfuerzo que garantiza el buen vivir de todos y el tiempo para estar juntos y celebrar la gratuidad de la vida y la belleza de la creación.
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