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Justo en el primer día del año Cuba conmemoró el cincuenta aniversario de su revolución. El balance, necesariamente provisional, le reconoce en forma obligada una innegable trascendencia histórica, al menos por dos razones: la primera que constituyó un eslabón más de la larga lucha de los pueblos subyugados y subdesarrollados, no sólo de América Latina, sino de todo el mundo. La segunda de las razones es que instauró una nueva forma de lucha en contra de los poderes establecidos: la guerra de guerrillas, una fusión de guerrilla rural sustentada y complementada por la población urbana que después de más de tres años de lucha lograron derribar el régimen neocolonial que tiempo ha, vivía en plena descomposición. Como consta en la historia del siglo XX, a poco tiempo de inaugurado el nuevo régimen cubano, y ante la franca hostilidad del imperio norteamericano, la dirigencia cubana inscribió su revolución en el campo socialista, lo cual la incluyó de manera automática en el pantanoso terreno de la guerra fría, sujeta a todos sus avatares lo que propició tanto avances como retrocesos dada su alineación con el bloque soviético. A partir del momento en que se abrazó la fe socialista y dadas la historia, la cultura, la geografía y los dones que la naturaleza le otorgó, el proceso revolucionario cubano fue visto en todo el mundo como una tentativa por construir un mundo nuevo, por constituir una vía posible de hacer realidad la utopía marxista, no sólo alcanzar relativas independencia económica y política, sino de constituir una sociedad libre, igualitaria, solidaria, fraternal, con un contenido ético y profundamente humanista. Como se dijo entonces: un socialismo tropical. El proceso cubano impactó profundamente en las conciencias críticas y en los jóvenes en el mundo, fue un poderoso aliciente al pensamiento libertario a las luchas anti-sistémicas, fortaleció los afanes de la izquierda tanto radical como moderada en todos sus matices y tendencias, y bajo su impulso e inspiración emergieron en todo el mundo luchas estudiantiles, obreras, de clase media todas ellas de índole libertaria, que perseguían objetivos particulares que fueron concebidos como mínima parte de una revolución mundial que tenía como objetivo final, construir el cielo en la tierra, como lo han prometido todas las utopías. En este 2009 habrá oportunidad para algunos y obligación para otros de conmemorar y pensar seriamente en hacer un balance de hechos que fueron inspirados en gran medida, que no en forma unívoca, por la revolución cubana. Dos de ellos acaecieron en el seno de la UANL. El primero de ellos fue la fundación del sindicato de trabajadores de la casa de estudios, organismo que el próximo 5 de febrero cumplirá 45 años de haber sido fundado. El segundo, la lucha de maestros y estudiantes por democratizar y/o sustituir el modelo de universidad vigente que culminó en la consecución de la autonomía. La rebelión de las cañadas, en Los Altos de Chiapas, detonada el 1 de enero de 1974, introdujo a las etnias originarias y hoy sobrevivientes, a la lucha por la liberación de la que antes habían estado ausentes y aunque en primera instancia parecía calcada al molde del marxismo leninismo, más tarde y gracias a la revolución electrónica, a través de los medios prefiguró una nueva forma de lucha que fue reconocida como la primera rebelión posmoderna; ha tenido un profundo mediático y atraído una cauda de simpatizantes en todo el orbe, atraídos por la novedad de sus acciones y su discurso. Una mirada superficial permite afirmar que los fines que dieron origen a la revolución cubana, al sindicato de trabajadores de la UANL, a los propulsores de la autonomía universitaria y a la rebelión de las cañadas, distan de haber sido cumplidos cabalmente, por lo que no hay lugar ni para el triunfalismo, como tampoco para el conformismo, pero tampoco para el derrotismo. El mundo ha experimentado cambios inimaginables, por lo que no es permisible conmemorar tales hechos históricos con despliegues de nostalgia por un pasado que ha quedado lo más atrás posible, tampoco refocilarse en los logros y eternizar el presente… mucho menos ignorarlos. Cada uno de los casos aquí reseñados tienen asignaturas pendientes lo que demanda el trazo de nuevas metas, fines y propósitos; la determinación de los medios idóneos para lograrlos, el investirlos de valor que los haga susceptibles de un consenso que los persiga infatigablemente y ello sólo es posible si todos ellos se proyectan al futuro. Dicho de otra forma, el pensamiento político de izquierda, la posibilidad de erigir una alternativa de sociedad, una nueva utopía, obliga a estar dispuestos a deshacerse de todo lo que la ha lastrado hasta ahora, a practicar sin contemplaciones la autocrítica, sin olvidar que tal y como Marx lo afirmó, “todo lo sólido se desvanece en el aire.”
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