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ANA Y ARMANDO
Ileana Cepeda

-¡Vamos, por este lado todos, unidos!– Se escuchaban los gritos de un joven, del que su baja estatura dejaba ver apenas su pelo erizado; su voz sonaba con tanta fuerza que podían escucharlo a metros los muchachos que marcharían ese día. Ana y Armando estaban juntos como hace ya unas semanas, su relación se había fortalecido entre las estrategias y las organizaciones estudiantiles entre mítines y gritos. Apoyaban la lucha y ese día habían decidido marchar por su credo. Minuto a minuto llegan más y más jóvenes que se unen a la marcha.

Armando toma la mano de Ana y la aprieta fuerte enviándole una invitación que sólo Ana entiende; caminan sin hablar, se miran ocasionalmente. Ana camina y sabe que va trazando un camino de silencios entre el barullo de la multitud. Armando la acompaña con miradas furtivas que queman, ella voltea lentamente y acaricia su brazo, Armando responde las caricias con sonrisas. Él la mira y alza las cejas pidiéndole le permita alzar su falda, Ana responde sí, con una sonrisa tímida. Salen de la contingencia dejando a sus amigos que gritan apasionados por sus ideales. Armando jala a su novia y entran a un hotel que esta en la calle donde marchan cuadrillas de jóvenes a quienes no les importa que se retiren dos a seguir con una pasión alterna; al fin es pasión.

Ella entra corriendo, él pide las llaves de la habitación y la alcanza, entran, cierran la puerta y las ventanas. Una habitación clausurada permite la libertad de dos cuerpos que se aman. Armando la abraza con fuerza, la sujeta, sellando su cuerpo, eternizando el momento, delinea su cuerpo mientras ella se agita. Afuera, un soldado sostiene un arma; la abraza y acaricia el gatillo, tiembla de emoción, de nervios, de miedo, de dolor esperando una señal, un momento climático para alzar el fuego y estallar el ardor. La señal está cerca, la orden la da Ana cuando se estremece, arde y tiembla. Ya es tiempo, el ejército prende el fuego y las balas penetran los cuerpos. Armando se siente consumado.

En la plaza, los estudiantes se agachan para cubrirse dejando su espalda como blanco del ataque. Los amantes yacen en la cama, se miran a los ojos, ella desnuda su espalda mientras él la sostiene con caricias, las miradas calman los ruidos. Hay silencios y gemidos de dolor y pasión, la plaza y las sábanas se manchan de carmesí: el color de la pasión. Después viene la zozobra, la tranquilidad, la angustia, la paz y la culpa. Ana y Armando alcanzan la marcha: una marcha muerta. Caminan entre la sangre que se fusiona con las lágrimas; y forman el dolor.

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