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¿COSMOPOLITISMO?
Coral Aguirre

A la luz de la terrible catástrofe de Haití es bueno reflexionar sobre lo que significa contar con foros internacionales y locales que asuman la responsabilidad de vincularnos a todos los seres humanos que habitan la tierra. El cosmopolitismo es aquello que nos hace ciudadanos del mundo sin doblegar el estado-nación sino contribuyendo al bienestar de los diversos pueblos con conciencia del mundo en tiempo y espacio. Desde los griegos en donde se origina la palabra, ante todo significa una aspiración constante de reunión con independencia de cualquier otra filiación que podamos tener. 

En estos momentos en que recibo desde el foro de escritores la invitación para sumarme a la solidaridad con Haití, resulta oportuno traer a colación algunos apuntes a propósito. En primer lugar que vivimos una realidad que supera una lógica temporal para radicar en una conciencia geográfica. La lógica temporal se preocupa sobre todo por la construcción de conceptos, en este aquí y ahora por oposición, el pensamiento se orienta hacia las geografías produciendo un conocimiento imaginativo. Estamos pues ejerciendo una conciencia con lugares concretos, con diferencias y semejanzas. Cada grupo humano, cada devastación que sufre, cada lesión a la humanidad, resulta responsabilidad y conciencia de todos nosotros. Y nuestra imaginación entonces provee de los actos y acciones que ellas nos instan a realizar.

Si bien el concepto de cosmopolitismo fue una aspiración como decía antes que parte de los griegos en nuestra civilización occidental, halla su concreción máxima y su paradigma imborrable con los juicios de Nüeremberg, aquellos juicios en donde se establece por primera vez de manera flagrante que ética y política van juntos y que los ciudadanos de todas partes somos portadores de derechos que provienen de diversas culturas, lenguajes, religiones, etnias. Además que la explosión de riesgos globales: ecológicos, económicos, sociales, políticos, son difíciles de atender sólo por los Estados y que es absolutamente imprescindible que la cooperación, la justicia, la defensa de los derechos humanos se den por encima de las fronteras.

Hay una “comunidad imaginaria” a la que tenemos que ser leales. Este es el ejercicio que se requiere en este momento frente a la catástrofe haitiana. 
En otro orden de cosas, en Los orígenes del totalitarismo Hannah Arendt al reflexionar sobre los tribunales internacionales señala que la idea de que lo bueno es bueno para todos es poderosamente bárbara.  Por lo tanto se trata de acotar los derechos humanos a cada pueblo, cada región, cada lugar. Allí está el ejercicio de nuestra imaginación, porque lo bueno para, dice ella, es tan amplio como la propia humanidad y si un buen día contamos con una humanidad altamente organizada y mecanizada democráticamente, es posible que ella misma, la humanidad como un todo, decidirá liquidar a ciertas partes de ella. Uno desearía que no fuera éste el caso.

Corren rumores respecto de, ¿por qué Haití?; ¿por qué semejante tragedia en el país más pobre del mundo? No lo sé, no quisiera hacerme eco de ellos. Lo único que podemos hacer y proclamar con cada acto que emprendamos a favor de su soberanía y su bienestar mínimo, es que se acompañe con una profunda reflexión de nuestra parte, que nos haga  lúcidamente imaginativos como para explorar desde nuestra pequeña barricada común, los alcances de un supuesto otro cosmopolitismo, el de una globalización poderosamente económica y política que fragiliza nuestra existencia. La de cada uno de nosotros. La de todos los ciudadanos de buena voluntad del mundo.

Somos Haití.

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