ANÁLISIS A FONDO
NO LO PERMITA EL PUEBLO
Francisco Gómez Maza
- “Sufragio efectivo. No reelección” costó un millón de muertos
- La reelección significaría un retroceso a las haciendas porfirianas
Sabios fueron los iniciadores de la Revolución, que en realidad no fue un movimiento revolucionario – un movimiento revolucionario busca cambiar de raíz el estado de cosas e instaurar un gobierno verdaderamente democrático, que emane del pueblo y que mande obedeciendo al pueblo -, sino anti reeleccionista, luego de 30 años de férrea dictadura. “Sufragio efectivo. No reelección” fue el lema de Francisco I. Madero, un hacendado preocupado por sus propios intereses y los intereses de la clase poderosa que no comulgaba con la dictadura y que se valió del campesinado, harto ya del maltrato, la explotación, la exclusión, el racismo, el desprecio de los hacendados de la época – antes de 1910 – y que, al manifestar su descontento con el régimen porfirista – del general Porfirio Díaz, un militar que luchó por la Independencia de México, pero que mostró su verdadera piel de dictador infame y se mantuvo, en base a la reelección, en la silla presidencial y se hizo dueño de vidas y haciendas – era enviado a campos de concentración como Valle Nacional, en territorio del hoy estado de Oaxaca, en donde sufría los peores actos de tortura.
La no reelección es pues, desde el triunfo de la “Revolución” mexicana la filosofía política de los mexicanos, y no hay de otra. Si la clase política tiene miedo de refundar el Estado, y construir un Estado verdaderamente democrático, por lo menos que mantenga los principios que han permitido que la expoliación, la expropiación de los trabajadores del campo y las ciudades sea un poquitín menos inhumana y se disfrace con leves concesiones laborales, de seguridad social, de un sistema escolar ineficiente pero al que tienen acceso muchos mexicanos, una infraestructura que ha permitido modernizar la economía, aunque a costa de la expropiación de los salarios de los obreros y los campesinos. La reelección sería absolutamente dia – bólica, porque institucionalizaría de nuevo la dictadura y la corrupción y la impunidad. Los diputados se despacharían, con mejores razones, sin que nadie les pidiera cuenta, con un cucharón más grande, y el Ejecutivo no tendría ningún problema para imponer sus políticas librecambistas, fondomonetaristas, freedmanianas, neoliberales, para privilegiar al gran capital y expropiar la fuerza de trabajo de los vulnerables. Eso pasa ahora, pero se multiplicaría exponencialmente y México se convertiría en una de esas boyantes haciendas porfirianas, y de eso está consciente el gobierno panista, que renunció a sus principios de “bien común”, de “solidarismo”, para adoptar la filosofía de aquellos “bárbaros del norte”, que un día expropiaron a los panistas doctrinarios, que mantenían, dentro de la derecha, una dignidad a toda prueba y una real preocupación por la nación, tanto que hasta llegaron a plantearse la cogestión de las empresas, como en la desaparecida Yugoslavia de Josiph Broz Tito. Y si estuvieran en este mundo aún Manuel Gómez Morín, Alejandro Avilés Insunza, o Gerardo Medina, corroborarían mis dichos.
Y no únicamente es este columnista el que se opone a la reelección. Roy Campos y Carlos Penna, de Consulta Mitofsky, acaban de levantar una encuesta que revela que la propuesta de reformas políticas, planteadas por el presidente Calderón en diciembre pasado, una de las más controversiales es la iniciativa de permitir la reelección inmediata y hasta por 12 años de diputados locales, diputados federales y senadores, es rechazada por ocho de cada diez mexicanos. Algunas personas consultadas por Mitofsky dicen que los diputados se deben poder reelegir para aprovechar su experiencia y que regresen a pedir el voto a los ciudadanos; otros – la inmensa mayoría - no están de acuerdo con la reelección porque dicen que no habría oportunidad para nuevos políticos. Y yo agregaría que no sólo habría oportunidad para nuevos políticos – la política (la politiquería mexicana, para ser más exacto) es sinónimo de corrupción e impunidad, de las que se salvan muy pocos políticos, que no hacen verano.
Los encuestadores encontraron algunos datos interesantes acerca del nivel de aprobación a la reelección de diputados son: curiosamente, los ciudadanos mexicanos con mayor escolaridad tienden a estar más de acuerdo con la reelección.
La región central del país aprueba con más fuerza la reelección; y el Bajío, al occidente del país, es donde menos se considera como buena la idea. Los perredistas y los ciudadanos independientes rechazan en una proporción de 6 a 1 la reelección legislativa. No se refieren a los cuadros perredistas, a los diputados perredistas, a esa camada derechista que actualmente rige los destinos de ese gremio, cuya cúpula siempre ha sido una canasta de alacranes y hoy por hoy, una mina de oro para la dirigencia. No, los encuestadores se refieren a las bases perredistas que aún confían en que en ese partido se podría dar un viraje hacia la Izquierda.
Hemos dejado en claro ya, en entregas anteriores, que México no requiere de reformas estructurales. Que lo que los mexicanos necesitan es una profunda, radical, refundación del Estado, propuesta que suena revolucionaria y lo es. Es más, es producto del análisis con el método marxista de analizar e interpretar la realidad, una realidad apabullante en la que vivimos las familias, las colectividades, las ciudades, los pueblos, las comunidades de este gran país, que se merece algo nuevo, salir de la desigualdad, de la expropiación de quienes menos tienen a favor del actual Estado y de las grandes corporaciones empresariales y financieras. Un país en donde el sistema “educativo” sea verdaderamente educativo para la libertad, para igualar las oportunidades; un estado donde los servicios de salud sean realmente eficientes; un estado donde las condiciones de vida sean de tal manera vivificantes que los mexicanos pobres no decidan fugarse al “otro lado”, a ser expropiados igual, pero un poquito menos, y encuentren mejor calidad de vida. Un Estado en donde las autoridades gubernamentales sean sólo servidores de confianza de la gente, del pueblo, de los trabajadores del campo y las ciudades. Una utopía que, en nuestras manos está, tiene que convertirse en topía.
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