DIARIO DE CAMPO
OTRA REFORMA POLÍTICA, YA CHALE
Luis Miguel Rionda
En el tratamiento de los asuntos públicos, es impresionante el gusto que tenemos los mexicanos por las reuniones de trabajo, los foros, los comités y las comisiones. Es viejo el adagio político mexicano que dicta: “si quieres que un asunto no se resuelva, crea una comisión”. Y es de una pertinencia clara en los momentos actuales.
El presidente Calderón envió a la consideración del congreso una iniciativa de reforma política –la segunda que habría en su administración- antes del fin de año, y la respuesta del legislativo, a través del Senado, fue abrir un selecto foro de consulta sobre el tema. De nuevo presenciamos el interminable desfile de las mismas caras de siempre: los opinadores, los académicos y los santones eternos, a los que siempre hay que invitar a predicar sobre el tema. Por supuesto, se acompaña con trasmisión televisiva en vivo o diferida, para exaltar el ego de los elocuentes disertantes. Los políticos de todo signo hacen cara de entender algo de lo que pregonan los intelectuales orgánicos, y agitan afirmativamente sus cabezas: hay que ir a fondo con la reforma, no hay que permitir que el presidente haga de las suyas, hay que salvar a la República y a sus preciosos partidos políticos.
La política se convierte de nuevo en el arte del pavoneo, la pasarela, y la grandilocuencia, y se deja de lado el fondo del asunto: que hay suficientes iniciativas en la hielera del congreso, que incluyen siempre sesudas exposiciones de motivos, donde se pueden encontrar las ideas más valiosas para afinar o reformar la reforma calderoniana. Pero no, ese sería trabajo de gabinete, sin las luces de las cámaras y el pulular de micrófonos y audiograbadoras. No hay glamur en el análisis de lo existente; siempre es mejor convocar a nuevos encuentros chispeantes, llamativos, fashion. La tarea legislativa real es agotadora, infame e ingrata. Nadie gana capital político batiendo con sudor las iniciativas acumuladas. Es mucho mejor dar la nota con foros esplendentes que convoquen a la prensa y los medios electrónicos. Eso sí da beneficios pingües para el legislador protagónico, que necesita lucir públicamente su fino traje de diseñador, así como su peinado envaselinado y refulgente con corte y tinte de estilista. La política es imagen, es pretending, pero no sustancia.
No nos hagamos tontos. Ningún legislador tiene intención de prestar oídos a los arrogantes cicerones del foro del Senado. Saben que la decisión final es su prerrogativa, y no la van a compartir. En todo caso buscarán obtener beneficios políticos personales y de partido a cambio de apoyar tal o cual propuesta de sus líderes. Y hasta ahí.
En esta ocasión no he dado seguimiento a las participaciones de los santones en el foro, y es por pura flojera, lo confieso. El canal del Congreso los trasmite, a veces en vivo. Pero ya me fastidié de tanto rollo sin destino. Recuerdo los foros para la refinería de PEMEX, para seleccionar los consejeros electorales, y otros más que ya borré de mi disco duro mental. Eran tan frecuentes los rebuznos de los diputados y senadores, tratando de lucirse a costillas de los invitados a los foros, que he desarrollado aversión hacia estos eventos de pacotilla.
Bien haría el Congreso nacional en dejarse de este tipo de estrategias de dilación, y abocarse el estudio de las iniciativas existentes en el archivo. Por supuesto, teniendo como eje la iniciativa presidencial. Los opinadores podremos coincidir en que la propuesta del ejecutivo es limitada, desequilibrada e incluso interesada en reforzar el presidencialismo. Pero es un excelente motivo para legislar positivamente en favor del cambio de rumbo, pero un cambio sin dedicatorias, que busque reforzar los equilibrios y las potestades entre los poderes. Los legisladores tienen un abanico amplísimo de posibilidades, pero me parecen anonadados por los ignotos alcances del asunto, incluso si se deja a nivel de la propuesta presidencial. El fantasma de la Reforma del Estado sigue recorriendo los pasillos de San Lázaro y las arcadas de Xicoténcatl, espantando a los parlamentarios ladinos con sus cadenas a rastras y sus amenazas de suprimir ventajas partidistas y privilegios personales.
Todos son reformistas hasta cuando les conviene. Después se aferran a sus alforjas. Humana condición.
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