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3 de marzo de 2010

15diario.com
 
 

Los hijos pródigos

Graciela Ríos

Los políticos y los funcionarios públicos de alto nivel le hacen daño a la sociedad de muchas maneras. Una de ellas es otorgando puestos de poder a personas que no sólo no tienen la preparación académica ni cuentan con la experiencia necesaria para desempeñarse eficientemente en las posiciones que les confieren, sino que además, abusan de ésta para humillar, ningunear y agredir a quien se les ponga en frente.

Son personas que disfrutan del poder y no hay mejor lugar que el Gobierno, para sentirse omnipotentes. Gozan teniendo personal bajo su cargo porque les gusta sentirse superiores, dar órdenes a diestra y siniestra y ser obedecidos ciegamente sin un sólo cuestionamiento, ni una sola oposición.

Es ahí, desde sus puestos soberanos que serán sujetos de halagos y cumplidos porque muchos necesitan los favores y los empleos que ellos pueden prodigar, aunque más adelante se los cobren demasiado caros.

Son tantos lo que desean obtener un patrocinio, una beca, un apoyo y convertirse en beneficiarios, por lo que tener un presupuesto a ejercer se convierte en una fuente inagotable de seguidores y lambisconerías.

Una cuenta de gastos es lo más apetecible para aquellos servidores públicos que requieren de halagos para satisfacer las carencias enormes de su personalidad y sentir que valen al menos algo, aunque sea a través de adulaciones pasajeras.

Estos “funcionarios” juegan el papel de trabajadores tenaces e intensivos –aunque no es más que eso: un juego, un simulacro – y, ante los ojos de sus protegidos, cuentan sus hazañas, sus logros y las historias de la gente marginada y sin oportunidades que ellos con su bondad rescatarán.

Comparten también los sueños y planes de acción que desean llevar a cabo –y que no son más que un espejo de las ambiciones de sus jefes inmediatos- para hacerles creer que con éstos harán lucir su área y la dependencia de tal forma que el o la titular salga generosamente beneficiado.

Todo esto, lo saben, resulta en la mente de los que los resguardan como una especie de pegamento que les permite enraizarse en sus posiciones y convertirse en hombres o mujeres de “confianza” tan sólo para su beneficio personal.

Y una vez asegurada una posición “clave”, hacen de las suyas, quitan a empleados de sus puestos sin importar si son o no valiosos, si su experiencia es crucial para el desempeño de un empleo, sin tomar en cuenta su edad ni su antigüedad. Los eliminan, a pesar de que poco antes los hayan felicitado por su desempeño, cubierto de halagos y de abrazos, corriéndolos sin la indemnización de ley que debería haber de por medio, para otorgarle las ansiadas plazas de gobierno a quienes son sus cuates, a sus parejas hetero u homosexuales y a todo aquel que les convenga para después, pedirles que devuelvan el favor de otra manera.

“Como amigo puedo no ser muy bueno pero como jefe soy un hijo de la chingada”, me compartía el director de una importante área de gobierno. Y era cierto. Ofendía, insultaba, gritaba a su personal y a quién se le pusiera en frente y si alguien no coincidía en sus opiniones o destacaba un poco más de lo debido, a través de calumnias y difamaciones buscaba la manera de lograr que se retirara de la institución sin darle alguna compensación económica a cambio.

Para colmo, mordía la mano de su benefactora a sus espaldas y cada que podía, aseguraba que entre él y la titular había una amistad “íntima” que los unía de forma estrecha.

Los de arriba necesitan tener gente de confianza y quizá por eso se aferran a quién sea, sin ver el daño terrible que se provocan, que le causan al gobierno, y que afecta principalmente al país entero.

Son estos hijos pródigos que se multiplican como ratas en los que se depositan la ejecución de las políticas públicas. Son ellos los responsables de activar los planes sociales, económicos, culturales, de salud y de educación en México y es por esta práctica que tenemos un sistema de gobierno sin futuro ni progreso.

 

grios@assesor.com.mx

 

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