496 15 de marzo de 2010 |
En defensa de Kapuscinski Coral Aguirre Más que sospechoso, me suena a Bioy Casares y su libro BORGES en donde señala acuciosamente cada una de las miserias del quizás más grande escritor del siglo XX, si hay que escuchar a todos aquellos que se dijeron tocados por la provocación borgeana, desde Robbe-Grillet, pasando por Foucault y Eco, y desembocando en Calvino, García Márquez o Pitol. Me suena a “Yo soy más chingón pero no se dieron cuenta”, vale decir a sacudirse como sea, el yugo del Padre. Sí, muy sospechoso. Mi comentario alude a La no ficción de Kapuscinski, biografía del gran periodista, escrita por su discípulo y amigo Artur Domoslawsky.No voy a defender a uno ni a otro. El primero tiene tanto mérito que no necesita mi defensa y el segundo no es Kapuscinski, así que no me interesa. Lo que defiendo es la palabra, el sonido de la palabra, sus meandros, su plasticidad y penetración, la contundencia de su manejo, ejercerla es hacer literatura, cómo no. Así que el muy confianzudo Artur, propone esta vertiente para echarle una ojeada al Kapo Kapuscinski. Pues no se vale, si algo queda de Freud como insuperable es el ejercicio de su escritura; ¿nos habría seducido el psicoanálisis tanto como lo ha hecho si hubiera sido brindado a través de una palabra chata y monocorde? Leo a Braustein más que por su tema, por otra parte estupendo, la memoria y sus vericuetos, por el modo en que lo hace. Es un gran escritor este curioso psicoanalista con seducción palabrera y eso me prende. Nunca Kapuscinski hubiera sido quien fue, reconocido de tal suerte por la inmensa cauda de sus lectores, sin la seducción de su palabra. Y sí, estoy convencida, un periodista debe denunciar, informar, criticar y exponer los hechos de los cuales se ha apropiado para revelarlos; no obstante no habrá comunicación, no habrá eco, no resultará eficaz, si no lo hace como dios manda, esto es, con la gracia de la palabra bendecida, la palabra suma, la palabra canto, la palabra que al decirse dice el mundo y mucho más, más allá, más que lo que dice, más que lo que vislumbra.¿Que hizo literatura?, ¿que algunas cosas no son tales, o son menos ciertas, o en realidad no las presenció por completo? Posiblemente, Kafka nos comunicó el horror de sentirnos culpables sin saber por qué, antes de los campos de concentración y las persecuciones a nuestra índole más íntima, la de nuestra identidad. El asesinato de los condenados de la tierra está mejor pintado por Jorge Icaza o Arguedas que por cualquier periodista veraz, como también los dictadores se aprecian en todo su esplendor, como nunca antes, a través de Carpentier, Asturias o Roa Bastos. Finalmente dónde está la verdad verdadera cuando narramos vivencial, literaria, históricamente, o como quiera que se llame, un hecho. Hay la mirada subjetiva, permeada por nuestros quereres y nuestras utopías, sacudida por nuestras debilidades, indignaciones, demandas de justicia y equidad. Qué individuo puede autoproclamarse poseedor de alguna palabra que no lo nombre, que no contenga lo que es y lo que sueña, lo que odia y desprecia. Nada ha sido agregado con la revelación de Domoslawsky. Ya lo sabíamos. Debíamos saberlo de alguna manera, si no obstante no hubimos de reparar en ello. Y por eso mismo, se nos vuelve más grande, más necesario, imprescindible, este Kapuscinski, generador de historias reales y ficcionadas. Realizar el mundo con la mirada, ser periodista, informar y precisar, señalar y tomar partido, aun desde el rigor que el ejercicio periodístico requiere, es hacernos responsables del mundo que observamos. Es meter las manos hasta las entrañas de los hechos para revelar la materia de lo que están hechos. Y eso requiere toda la imaginación vertida en palabras, que son finalmente, si eficaces, si excelentes, si exactas, la médula de la vida. Repito lo que he dicho tantas veces, y que Lacan no deja de subrayar asimismo una y otra vez: La verdad tiene estructura de ficción. No podía ser de otro modo para los Kapuscinski de este mundo.
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