498 17 de marzo de 2010 |
La Lagartera de Francisco Toledo Eligio Coronado Dos enormes lagartos se apacientan bajo el sol herrumbroso de Monterrey. La sorpresa de los turistas los cobija. No hay miedo, sólo precaución. El metal no se moverá a menos que nuestro terror lo invoque. Su isleta escamosa desentona con el paisaje de concreto que la rodea, si bien el agua del Paseo de Santa Lucía la justifica. Además, nuestro sentido de la estética agradece el obsequio visual. No lejos de allí, un obeso caballo boteriano nos arroja al abismo inexplicable del despilfarro, pero La Lagartera tiene un efecto refrescante. A ese pantano sí descendemos, como diría el poeta, sin mancharnos el plumaje. La editora Claudia Lozano recupera la historia inmediata de esta escultura monumental en un catálogo que combina diseño y elegancia: Francisco Toledo. La Lagartera*. Ensayos analíticos y explicativos de Teresa del Conde y Elisa Ramírez, un testimonio del promotor cultural y artista plástico Mauricio Fernández Garza (gestor de la obra), una entrevista a Javier Zarazúa, encargado de la realización de la misma; una cronología de la escultura, una semblanza de Toledo (Juchitán, Oax., 1940), hecha por Claudia Lozano (al igual que la entrevista citada); dos prólogos de Natividad González Parás y José Antonio González Treviño (exgobernador del estado y exrector de la UANL, respectivamente), una cronología de las exposiciones del pintor y un safari fotográfico de Roberto Ortiz que nos lleva al lugar de los hechos, hacen muy disfrutable su lectura. La información registra todo: desde el génesis de la idea hasta la inauguración del monumento el 6 de agosto de 2008, con las consabidas estaciones del viacrucis laborioso: la intermediación de Mauricio Fernández, la anuencia del gobernador, la aceptación de Toledo, la elección del sitio idóneo, la elección del operador técnico de la obra (Zarazúa), la búsqueda de los materiales, de los colores y del sistema hidráulico; la conclusión del molde, el traslado de las piezas al Paseo de Santa Lucía (frente al Museo de Historia Mexicana) y el ensamblaje de setenta fragmentos de casi 400 kilos cada uno hasta alcanzar una magnitud de 16 toneladas, hecha de pasta de resina y acabado en fibra de vidrio. Y todo esto sin contar los interminables viajes de Toledo para supervisar los avances. El catálogo es un paseo sensorial que transcurre por los ojos y las manos y nos seduce de inmediato por su buena factura, además de transmitir con fidelidad la exuberancia avasallante del artista oaxaqueño.
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