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26 de marzo de 2010
15diario.com  


 

ANÁLISIS A FONDO

¿Guerra contra el narco o limpieza social?

Francisco Gómez Maza

 

  • El alcohol es más dañino que cualquier droga

 

mazaimgA nadie debe extrañar. Es inteligible y comprensible la afirmación del presidente Felipe Calderón en el sentido de que sería “ingenuo echarse para atrás”; que el ejército y policías mantendrán el combate a los cárteles del crimen organizado; y también es comprensible la del embajador estadounidense, Carlos Pascual, de que “el éxito en la lucha anti narco no se verá de un día para otro”. Ambos reaccionan en base a la base de datos de la memoria; no viven el presente. No son responsables (responder – habilidad: habilidad de responder con espontaneidad, con lucidez). Se quedan en lo pasado, en su álbum de fotos viejas. Uno representa un gobierno sojuzgado por el aparentemente poderoso e inexpugnable imperio estadounidense; el segundo, a este gobierno aparentemente poderoso, pero que está en un proceso de extinción; de mentalidad imperial en todos los asuntos de su vida interior y del mundo y, en este caso, en la lucha contra el narcotráfico, que la tiene perdida tanto por el enorme poder de inteligencia, de estrategia y de armamento de las bandas criminales, en el caso de México, como por el indetenible y devastador avance de las adicciones al alcohol y a las drogas ilegales en su sociedad, que a la vez no le interesa realmente combatir porque manteniendo a la juventud drogada puede controlarla y olvidarse de movimientos que subviertan el orden del american way of life. Ambos caen en la provocación de una entidad que aparece con mayor y más profundo estado consciente, los cuadros de mando de las bandas del narcotráfico, y ambos, presidente y embajador, se van con la finta, entre la mentalidad de la servidumbre y la imperial, que aún cree que las tiene todas consigo, aunque en su propia manifestación de poderío está cavando su fracaso y su desaparición como la más belicosa potencia mundial. Sólo los inconscientes, los gobiernos débiles, los de la derecha siguen convencidos de que los Estados Unidos siguen siendo los amos del mundo, cuando Rusia podría desaparecerlos del mapa con su capacidad nuclear.

 

Noam Chomsky (lingüista, filósofo, activista, autor y analista político judío estadounidense, profesor emérito de Lingüística en el MIT), desenreda la mentalidad imperial estadounidense en la lucha contra el narcotráfico, invita a considerar, a propósito de las bases militares de Estados Unidos en Colombia con el objetivo oficial de ayudar al gobierno de ese país en la guerra contra el narcotráfico, un caso análogo, aunque con distintos protagonistas. Supóngase, dice el incisivo Chomsky, que Colombia, China o cualquier otro país reclamasen su derecho a establecer bases militares en México, con el fin de fumigar y destruir las plantaciones de tabaco que Estados Unidos tiene en Carolina del Norte o en Kentucky. El plan se completaría con el bloqueo de las zonas productoras, mediante la acción de las fuerzas navales y aéreas, y con el envío de inspectores que comprobasen la total eliminación de tales plantaciones. Con todo esto se pretendería impedir el tráfico de tabaco hacia los países que sufren sus efectos. El tabaquismo se ha revelado más letal que el alcoholismo, que a su vez es más dañino que el uso de cocaína o de heroína, las cuales son más perjudiciales que la mariguana. Si al número de muertes producidas por los productos nocivos aspirados por los fumadores se suman las causadas en los fumadores “pasivos” – aunque el número de éstos sea difícil de determinar –, es casi seguro que el efecto letal global de la nicotiana tabacum supere al de todas las demás drogas, en su conjunto. Sería, pues, bastante lógico perseguir con más empeño a los cultivadores de tabaco que a los de coca. Es evidente que esta suposición no es verosímil en la realidad, y no sólo porque el tabaco en la mayoría de países, no es una sustancia prohibida y muchas drogas sí lo son. Sin embargo, ante su lógica implacable, lo que habría que preguntarse es por qué ocurre así. Por qué Estados Unidos, que dice sentirse afectado negativamente por las drogas que le llegan desde el sur del río Grande, se atribuye con naturalidad el derecho a desplegar sus ejércitos en Colombia para combatir a los cultivadores de coca, y no es siquiera concebible que ningún otro país pudiera hacer nada parecido si afectara a sus intereses de forma análoga.

 

Para Chomsky, la respuesta es sencilla y tiene una base indiscutible: la mentalidad imperial que subsiste en Estados Unidos de Norteamérica, y que está tan enraizada en el pensamiento de esta nación que pasa inadvertida. Hecho que también subsiste, aunque a menor escala, en muchos otros países occidentales, como es fácil observar en Europa. Sin embargo, los resultados hasta ahora obtenidos parecen no justificar el esfuerzo empeñado. La “guerra contra el narcotráfico” dura ya más de cuatro décadas en Colombia y se ha intensificado en los últimos diez años: ni el consumo ni el tráfico de drogas han disminuido. Las razones que ofrece Chomsky no dejan lugar a dudas. Varios estudios bien fundamentados muestran que la prevención y el tratamiento de la adicción a las drogas son mucho más eficaces que las medidas de fuerza utilizadas en esta guerra interminable. Y que el tratamiento preventivo o curativo de los drogadictos – los consumidores en este negocio – tiene un rendimiento costo/eficacia que mejora en más de 20 veces a los ataques efectuados contra los cultivadores en la “guerra química” desencadenada para destruir los campos de cultivo de la droga. Según Chomsky, sólo hay dos hipótesis que permitirían explicar la situación actual y que se resumirían en algo así como: “O los dirigentes de los Estados Unidos de Norteamérica han sido sistemáticamente insensatos durante 40 años, o la finalidad de la guerra contra el narcotráfico es muy distinta a la que se proclama”. Excluida la hipótesis de la insensatez, sólo queda sospechar cuáles puedan ser las verdaderas razones de esa supuesta guerra. Dentro de Estados Unidos, dos hechos son patentes: la “limpieza” de la población socialmente menos útil (lo que ha llevado a Estados Unidos al primer puesto mundial en el índice de población encarcelada) y, como sucede con la “guerra contra el terror”, el sometimiento y sumisión de una población atemorizada por el peligro de las drogas, para impedir que muestre su irritada oposición a unas políticas económicas que han llevado a esa nación al mayor desequilibrio social que jamás ha sufrido.

 

Por su parte, en el exterior, la guerra contra el narcotráfico es una forma de ocultar en Colombia – y en otros países – algunas de las más inmorales acciones antisubversivas. Es el segundo país del mundo (después de Sudán) con más población expulsada de sus hogares, mientras que las oligarquías locales y las multinacionales ocupan las tierras abandonadas por los campesinos y las dedican a explotaciones mineras, producciones agroindustriales, cría intensiva de ganado o infraestructuras para la industria, cuyos beneficios difícilmente llegarán a las poblaciones afectadas. Y parece, por las declaraciones aparentemente inofensivas, inocentes, ignorantes, inconscientes, reactivas del presidente Calderón, que Obama seguirá el tortuoso camino trazado – y en parte ya recorrido – por sus antecesores, y frente al que ya mostró supina indignación, por el asesinato en Ciudad Juárez de personas relacionadas, dicen, con el consulado estadounidense, que no por los 19 mil asesinatos que ha provocado la guerra del narcotráfico en territorio mexicano, o si, por el contrario, dispondrá de apoyos, medios y voluntades suficientes para salir del empantanado problema que Chomsky expone con tanta claridad, pero cuya resolución se ve difícil y compleja, pues no depende sólo de las decisiones que adopte la Casa Blanca, aunque éstas puedan señalar al mundo el inicio de un nuevo camino.

 

El presidente Calderón no se ha dado cuenta de que el Imperio estadounidense está en declive, en los estertores de su caída. Y por eso se aferra a la vieja idea, a la trillada y fallida estrategia de la violencia militar contra las bandas del crimen organizado, cuya reacción, que más huele a respuesta consciente, se intensifica, se fortalece y se ahonda en la medida en que el presidente insiste en no abandonar este campo de batalla empapado en ríos de sangres, sembrado de cadáveres, rodeado de miles de viudas y huérfanos, sin sentido, porque la guerra solamente él cree que la está ganando, animado por los empleados de la Casa Blanca que, farisaicamente, aceptan la corresponsabilidad en el fracaso del combate a las bandas del crimen tanto en su propio territorio como en el mexicano. El discurso de la secretaria de estado, Hillary Clinton, no deja de ser protocolario, diplomático, pero más temprano que tarde los estadounidenses dejarán vestido y alborotado al presidente mexicano y habrán conseguido su objetivo, que no es acabar con las bandas criminales, porque son extremadamente productivas para el establecimiento financiero del Imperio, sino establecer también en su traspatio igual número o mayor de bases militares en su intento por continuar considerándose los amos del mundo, que ya no lo son porque tienen enfrente a Rusia y al eje germano francés, que ya se dio cuenta de que no es negocio continuar siendo aliados del imperio estadounidense.

 

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