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7 de abril de 2010
15diario.com  


 

Don Rubén

J. R. M. Ávila

Mientras nos estrechamos la mano, Don Rubén me ve a los ojos como si se asomara adentro de mí. Luego me señala una silla frente a él y comienza a exponer su visión del mundo. Cuando hago alusión a un escrito suyo, que Caro me llevó porque le pareció interesante escucharlo hablar, se suelta diciendo que todo lo que escribe es cierto. Yo me voy a ir, dice convencido, voy a hacer un viaje, y me voy a llevar a mi mujer y cuando regrese con ella, la voy a traer de dieciséis años. Caro me deja platicando con él, mientras va en busca de la esposa. Y aquí me quedo, qué se le va a hacer. Y ya que no hay más remedio, me dispongo a escucharlo.

Sí, me dice, voy a viajar muy lejos, a otra dimensión, y voy a regresar con mi mujer rejuvenecida. Usted a lo mejor no me cree, porque ha de decir: Este hombre cómo va a saber más que yo, si ni siquiera hizo estudios de nada. Pero déjeme decirle que todo está en la Biblia. Lo único que falta es saber interpretar bien lo que dice. Porque no es nomás lo que se lee ahí, sino lo que está detrás.

A ver, dígame usted, ¿por qué cree que la Biblia dice que nos multipliquemos? Le digo que tal vez para conservar la especie. Él dice que no, con una sonrisa satisfecha. Le voy a poner un ejemplo, dice, suponga que tiene un corral con gallinas, que se multiplican y se multiplican hasta que ya no caben ahí. ¿Qué es lo que haría? Le digo que tendría que venderlas o hacer más grande el corral. Estalla en una risa abierta: Claro, le acaba de atinar. Ahora imagínese, sigue diciendo, que la vida aquí ya no cabe, ¿no buscaría irse a otros planetas? Eso que le digo, está en la Biblia.

Lo interrumpo para preguntarle qué lee. Él dice que principalmente la Biblia, pero no se lo cree todo, porque fue escrita por muchos hombres, y los hombres fallan. ¿Y por qué fallan?, porque todos los hombres tenemos la ambición de querer ser más que los otros, y dominarlos y conquistarlos. Habla de que la Conquista la hicieron los españoles para lograr una mezcla de razas y mejorarla. Y se pone a decir que los negros son la base para esa mejoría y enumera una serie de datos que no sé cómo consigue hacer embonar.

Recuerde un día de su infancia, me dice de repente. Lo hago sin decirle qué recuerdo y a él no le importa eso. ¿Cuánto se tardó en viajar hasta su infancia? Ni un segundo. Así es como yo voy a viajar. Así es como viajo. Yo veo a mi papá y a mi mamá que ya están muertos y platico con ellos. Así se viaja a otras dimensiones. Yo no sé mucho, ni estudié, pero sé que es verdad lo que digo. Hay personas que me van a ayudar a hacer mi viaje, desde aquí me van a dar energía para que regrese. Yo platico mucho con esas tres personas: un evangelista y dos señores que curan. Cuando yo me vaya, ellos van a estar al pendiente, por si algo me falla. Y cuando regrese y les diga: Yo soy Rubén Magallanes, y no me crean, porque voy a ser un muchacho y mi mujer va a tener dieciséis años, por las puras huellas de los dedos nos van a reconocer y entonces van a entender que yo decía la verdad.

Nosotros no somos de esta tierra, dice. Vinimos de otra dimensión, y hay gente que lo sabe pero no le conviene que se sepa, porque así saca provecho y hace con los demás lo que quiere. Le pregunto qué más lee y no dice nombres de libros, pero regresa a la Biblia una y otra vez. Habla de adelantos científicos, de la eternidad, de que la gente puede ser eterna y los avances científicos lo muestran. Sostiene que nosotros vinimos de otra dimensión, que el chango siempre ha sido chango y la gente siempre ha sido gente, y que la Biblia tiene la razón para todo. Le digo que eso de la eternidad es muy relativo. Para un perro, añado, seríamos eternos. Claro, dice don Rubén, y para una mosca, peor.

Insiste que se puede viajar a otra dimensión y que rejuvenecerá a su mujer. Le digo que un profesor mío que era físico nuclear decía que en menos de doscientos años se podría viajar de Monterrey a México en un instante, y mostraba una hoja en la que trazaba dos puntos, uno en una esquina y otro en otra, y decía que si ahora se tiene que recorrer todo el espacio entre un punto y otro, llegará el momento en que (y aquí doblaba la hoja y empalmaba los dos puntos) se podría viajar plegando el espacio.

Ándele, dice eufórico, pero yo voy a viajar de otra manera. No vale la pena que le diga cómo porque usted no está preparado para entenderlo. Pero, como le digo, me voy a llevar a mi mujer y regresaré con ella de dieciséis años (no entiendo tanta insistencia hasta que veo llegar a Caro con Lupita, la mujer de don Rubén, con la pierna izquierda plagada de várices tan abultadas que parecen yugulares a punto de reventar), y cuando regresemos, continúa, y se convenzan de que somos nosotros, por las huellas de los dedos, a ver entonces qué dicen los que no creían.

Mientras Caro y la mujer de don Rubén recogen granadas y naranjas, el hombre da vueltas a las mismas ideas. Lo cuestiono con cortesía para no ofenderlo y para todo tiene salida, hace encajar en su esquema, en su visión del mundo, todo lo que ha leído, con una seguridad y una congruencia que pasman. Total, que yo salgo de ahí con un libro regalado y hojas sueltas que contienen apuntes de don Rubén; y Caro con granadas, naranjas y limones, además de dos cotorritos que no quieren cobrarnos, diciendo que cómo van a hacerlo si les llevamos tanta ropa. Agradecemos y nos retiramos.

Don Rubén nos detiene para decir que en la siguiente visita que les hagamos tal vez no los encontremos porque andarán en otra dimensión o, en caso de que los encontremos, serán mucho más jóvenes, ante lo cual su mujer nos sonríe como disculpándolo. Antes de irnos, habla de un sueño en el que viajó a otra dimensión y veía al universo como si fuera una maqueta y había voces que decían que era peligroso, que sería peor que el gran estallido, pero no decían de qué hablaban. Sentía que detrás de él había una presencia pero no alcanzó a voltear porque en el momento en que quiso hacerlo, despertó. Por fin deja de hablar y nos permite retirarnos.

De eso hace casi un año.

No he sabido de él ni de su mujer.

 

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