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7 de abril de 2010
15diario.com  


 

Hernán Solís: halo de luz

Ismael Vidales Delgado

Hay hombres que transpiran luz. Hernán Solís Garza era uno de ellos. Estos seres excepcionales no nacen en camadas ni se dan en macolla, vienen de vez en vez, siempre dotados de un halo de luz que dispara dardos en forma de palabras, todas certeras, todas capaces de preñar las mentes más estériles.

 

Tuve el privilegio de ser alumno de Hernán en la Normal Superior, aunque en los años recientes recibí el más grande de sus elogios; precisamente en Conciencia Libre me llamó “discípulo” y aclaró que alumno significa “sin luces” y que yo las tenía, a su juicio. Siempre guardaré como un tesoro especial, este bondadoso señalamiento.

 

Hernán tenía una especial agudeza e ingenio y un humor finamente depurado. Una ocasión, lo convencimos de que sostuviera un “mano a mano” con otro gigante de la cátedra y de la hombría de bien, Oliverio Tijerina, conductista éste, psicoanalista el otro. Fue una semana inolvidable, abarrotada de alumnos y oyentes en el reducido auditorio de mi amada Normal Superior. Abrió un lunes Oliverio, solemne, prudente, didáctico como buen normalista, y después de referirse bondadosamente a Hernán, que estaba en primera fila, vestido con un traje azul brillante, camisa blanca impecable, corbata amarilla de puntitos y larga cabellera blanca, dijo: “Cuando Hernán y yo nos conocimos en la Universidad…”, no fue más lejos, lo atajó Hernán diciendo desde la butaca que ocupaba: “discúlpame Oliverio, no nos conocimos en la Universidad, sino en Comales, y tú andabas en el tren vendiendo un cochinito”; obviamente, era una broma que Oliverio aceptó de buena gana y después de una sonrisa discreta, dio inicio a su conferencia.

 

El martes fue el turno de Hernán, dictó una conferencia con el nombre de Psicodinamia de la protesta; esta vez, el propio director de la Normal, Oziel Hinojosa, escuchó íntegra esta pieza de sabiduría: el análisis de la protesta del adolescente con el más puro enfoque psicoanalítico, a partir del complejo de Edipo. De inmediato, yo hice la transcripción de la grabadora de carrete Ampex, Oziel revisó el original, Hernán lo aprobó, Jaime Romeroll diseñó la portada y la conferencia quedó editada en forma de folleto medio oficio por el Departamento Editorial de la escuela.

 

Pasaron los años, la Sociedad de Medicina Psicosomática convocó a un curso que impartieron los mejores psicoanalistas en el auditorio del Hospital Muguerza; esta vez, el no menos célebre doctor Ricardo Díaz Conty fue el encargado de jugar la broma a Hernán, ya que fue el encargado de presentarlo; desde luego mencionó algunos datos del currículo de Hernán y al mencionar que estaba preparando un libro, dijo: “Ya pronto va a salir la autobiografía de Hernán que llevará por nombre Los que se creen dioses”; el auditorio rió de buena gana (y efectivamente, la obra sería editada por A.P.M. México en 1983); Hernán solamente dijo: “Se agradece el piropo, médico”.

 

En 1971 la Editorial “Nuestro Tiempo”, en su colección “Ensayos sobre el Mexicano”, publicó la primera edición de Los mexicanos del Norte, obra de referencia obligada para los estudiosos del tema, y colocada en el mismo nivel que las obras de Samuel Ramos, Santiago Ramírez y Francisco González Pineda.

 

La pluma de Hernán fue mucho más allá de los textos sobre su especialidad: la psiquiatría. Sus monografías, ensayos, artículos, críticas, traducciones y especialmente sus cuentos, lo dibujan como un experto, con dominios enciclopédicos, sensibilidad literaria, acuciosidad científica y excelente literato.

 

El 27 de diciembre de 2003, gracias a la interlocución de mi querida Licha Olivares, cuñada de Hernán y su alter ego en muchos de los escritos publicados en Conciencia Libre, nos reunimos para desayunar en el Hotel Ancira. Fue ésta una extraordinaria  experiencia que me hizo recordar aquella legendaria sección de las Selecciones del Readers Digest “Mi Personaje Inolvidable”, porque ésta fue la última vez que hablé con Hernán; de ahí en adelante solamente le leí.

 

Pero esa vez, ¡imagínese usted!, me obsequió dos de sus libros, autografiados: “Para Ismael, con cariño, admiración y gratitud. Hernán”, Guardo con especial afecto Los mexicanos del Norte y Treinta años después, de Rebal Ediciones, con portada de mi amigo Mauro Machuca. En esta edición dice: “Hernán Solís Garza (1933), nació en un pueblo que ya no existe.” Y se lo dedica “A José Luis González Ch., quien padece una seria enfermedad revolucionaria, que espero -Freud mediante- sea incurable.”

 

La segunda obra recibida esa mañana es Los que se creen Dioses. Estudios sobre el narcisismo, editada por Plaza y Valdés, en junio de 2000. En la cuarta de forros se lee “Desde la fecundación, uno ya es suficientemente viejo para morir, sí, sólo somos muertos soñando que vivimos; empero el milagro de Aracataca tiene razón: la vida sigue siendo la mejor vaina que se ha inventado”.

 

Hernán, amigo mío, el día que te fuiste no te enterraron, tiempo atrás te sembraron y floreciste en María del Socorro y fructificaste en Dulce María, José Cuauhtémoc, Oscar Ricardo y José Luis. Nunca te irás del todo, tu partida física la entendías claramente como el viejo Netzahualcóyotl, que bien recitabas en la traducción del Padre Ángel María Garibay: “Como una pintura nos iremos borrando, como una flor hemos de secarnos sobre la tierra, cual ropaje de plumas del quetzal, del zacuán, del azulejo, iremos desapareciendo… ¡Aquí iremos desapareciendo: nadie ha de quedar!”

 

Amigo, no fui a tu funeral, tierra de por medio me ocultó la noticia de tu muerte, pero ahí estaban tu amigos… los pájaros, tus libros, la tierra, las plantas, el silencio… Cuando nos volvamos a encontrar, seguiremos la charla suspendida temporalmente aquella mañana.

 

ividales@att.net.mx

 

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