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7 de julio de 2010
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Así es Monterrey

Lidy Adler

 

Extremosa, dicen todos. Porque hace un calor insoportable o un frío que engarrota. Rodeada de montañas y con su Cerro de la Silla que la enorgullece.

Así es Monterrey. Con su gente sencilla del norte, dicen también.

 

Cuando llegué en 1977 a esta ciudad del noreste de México tuve la sensación de viajar al pasado, a la vida provinciana, a pesar de ser la segunda o tercera ciudad en importancia del país. Era un mes de mayo caluroso, húmedo, gris. La gente sudaba, se abanicaba, el aire acondicionado era un lujo que pocos podían tener, así que la mayoría se contentaba con un ventilador.

 

Era la época de las grandes industrias, las personas mayores hablaban orgullosas de lo bien que los empresarios trataban a sus empleados, las excelentes prestaciones que recibían. Había colonias enteras para los trabajadores, clínicas con excelentes servicios médicos, clubes deportivos…

 

Pero Monterrey enfermó, le dio calentura, como le dicen en estos lares a la fiebre, se le subió la temperatura. Se habla mucho del calentamiento global, del efecto invernadero en el planeta. Las temperaturas anuales en verano suben y suben, los cerros han sido invadidos por edificios y hasta el Cerro de la Silla, símbolo de la ciudad, será abierto en sus entrañas para dar paso a un túnel.

 

Se está debatiendo la autorización de un mega fraccionamiento habitacional en un paraje de la Huasteca, considerado zona ecológica protegida y pulmón de la ciudad. El parque vehicular se ha triplicado en los últimos diez años, y el transporte público es tan deficiente que por cada 10 personas, tres poseen un vehículo, siendo la ciudad más motorizada de América Latina.

 

De las industrias, ya pocas quedan. Monterrey es hoy una ciudad donde el comercio y los servicios han tomado el lugar de las fábricas y la producción. El primer golpe fuerte a la industria ocurrió cuando el 10 de mayo de 1986 el gobierno de Miguel de la Madrid decretó el cierre de una importante industria paraestatal, Fundidora Monterrey, provocando el desamparo y la miseria de 12 mil trabajadores y sus familias.

 

Este cierre puso en evidencia la ineficacia del gobierno para administrar esta empresa, la corrupción de ciertas esferas del sindicato y la voracidad de los empresarios. Este fue el primer paso para justificar todas las privatizaciones que se han planteado desde entonces. La crisis económica mundial ha empujado a miles de medianas y pequeñas empresas al cierre, y las políticas hacendarias mexicanas contribuyen a la quiebra de otras tantas.

 

Pero indiscutiblemente la peor enfermedad es el virus de la corrupción que ha penetrado en todos los niveles de la sociedad, tanto que el narco halló cabida y tiene tomada a la ciudad. Las noticias de cada día traen balaceras en distintos sitios de la urbe y si antes se limitaban a ajustes de cuentas entre ellos mismos, ahora cualquier calle, restaurante, centro nocturno o barrio es escenario de sus acciones. Y para controlar al narco se ha llamado al ejército, quien no pocas veces se ha extralimitado en sus funciones.

 

¿Tendrá curación Monterrey? Sus habitantes se lo preguntan. ¿De quién depende? ¿De los políticos? ¿De la sociedad? ¿Del ejército, acaso?

 

La paradoja es que mientras la calidad de vida ha empeorado para la mayoría de la población de la ciudad, Monterrey se muestra más hermosa, más cosmopolita, más interesante. Como una mujer después de múltiples cirugías estéticas, esconde las cicatrices que están detrás de tanta belleza.

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