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7 de julio de 2010
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FRONTERA CRÓNICA

Un lobo que sí llegó

JRM Ávila

 

Cada ciudad tiene sus temores. Chicago le teme al fuego; México, a los temblores; Monterrey, a las inundaciones. Ninguno de estos temores ha nacido como algo gratuito. Chicago recuerda casi con veneración el Gran Incendio de 1871. México tiene una cicatriz en la memoria: el sismo que la devastó en 1985. Monterrey aún no olvida la pesadilla que representó la inundación de 1909. A veces esos fantasmas se aparecen y pasan de largo dejando apenas una advertencia sobre lo que son capaces de hacer. Pero a veces parecen encarnar y dejan a su paso destrucción, impotencia, desesperanza.

 

Hace dos semanas hubo en el metro de Chicago un incendio que se extinguió en apenas tres horas y no ocupó más que una nota pequeña en los medios. La semana pasada salió una nota casi perdida en los periódicos sobre un temblor en la Ciudad de México que fue recibido como algo cotidiano por quienes lo atestiguaron. Monterrey acaba de ser azotada hace menos de una semana por el Huracán Alex y es posible que la recuperación de su vida cotidiana tarde más de un año.

 

Antes de la llegada de Alex, escuché declarar a una mujer que vivía en una zona de riesgo: “Dicen que viene un huracán pero no le tengo miedo. Antes se ha de llevar a los malos en la punta que a mí”. Y no hubo argumento válido para sacarla de su casa y trasladarla a algún albergue. Esto es común cada que llega el verano y las autoridades advierten una y otra vez sobre la amenaza que representa cada huracán para nuestra ciudad. Por fortuna, la mayor parte de las advertencias sólo quedan en eso. Por desgracia, a mucha gente las advertencias le entran por un oído y le salen por el otro, como si le dijeran que viene el lobo y éste no llegara.

 

Sin embargo, esta vez el lobo sí llegó y el fenómeno meteorológico colapsó a Monterrey de tal manera que se llevó en la punta a decenas de personas, pero sólo la mujer que oí en radio sabrá si se trataba de los malos a los que ella se refería. El caso es que Alex dejó, además de muertes, desapariciones, evacuaciones, calles y barrios en ruina, gente damnificada, fallas en el suministro de agua y electricidad, destrucción, impotencia, desesperanza.

 

Monterrey no es una ciudad perfecta, como tampoco lo son Chicago ni México. Si alguien nos dijera: ¿Qué esperan para salirse de aquí?, no nos iríamos. ¿Qué se le va a hacer? Cuando uno quiere a una ciudad imperfecta, la completa con la imaginación y se muere con ella sin importar que mil lobos la acechen. Por cierto, ahí viene otro lobo y se llama Bonnie.

 

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