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11 octubre 2010
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Usted disculpe
Samuel Schmidt

Hace unos años la policía mexicana era capaz de detener a una persona, golpearla –la tortura era/es un método de investigación policíaca- tenerla encerrada por un tiempo largo y después con un “disculpe usted, nos equivocamos”, dejarla ir y que se llevara su agravio a donde sea. La persona agredida se enojaba, pero al verse libre de las fauces de esas bestias se alejaba rápidamente y se contentaba con contárselo a sus amigos. No había –ni hay- mecanismo de compensación que facilitara el castigo a los funcionarios abusivos.

Esta reflexión viene a la mente por la reciente disculpa del presidente Barak Obama, porque hace unas décadas autoridades de salud de Estados Unidos inocularon deliberadamente a presos guatemaltecos con sífilis y gonorrea para buscar un tratamiento contra el mal.

Por supuesto que a los inoculados se les ocultó la perfidia que se cometía. Hay quien dice que un atenuante puede ser que se buscaba una cura contra la enfermedad. El experimento no se aplicó en Estados Unidos, porque los funcionarios le debían respeto a los ciudadanos, respeto que no merecían los centroamericanos considerados seres inferiores. Nadie documentó el nivel de daño causado ni tampoco si se produjeron muertes. Por supuesto que tampoco documentaron los efectos secundarios de la enfermedad y la cura.

Por si todo esto no fuera suficientemente grave, Obama simplemente se disculpa y cierra el episodio. Mientras que el presidente de Guatemala declara que investigarán sobre las violaciones a los derechos humanos. No hay mucho que averiguar presidente Colom, la disculpa de Obama es una aceptación de parte y sin duda ese experimento fue una atrocidad que violó todas las normas de diplomacia y relaciones internacionales. Sobra decir que fue una agresión grave y flagrante a los derechos humanos de las víctimas. Guatemala debe exigir una reparación del daño si es que a su gobierno le queda algo de dignidad.

No sugiero que el tema se resuelva de manera pecuniaria, tal y como hace la iglesia católica con los casos de pederastia, pero debe compensarse a las víctimas y sus descendientes por la agresión sufrida. Paso seguido debe actuarse contra aquellos que cometieron la atrocidad.

Es absolutamente inaceptable que alguien trate de disculpar este tipo de agresión en nombre del avance científico, porque de ser así terminaríamos por aceptar como razonables los “experimentos” de Mengele en los campos de concentración; o mañana saldría por ahí algún militar a justificar que lanzaron a la gente al mar desde aviones porque estaban haciendo un estudio sobre el vértigo. 

Pedir disculpas es un recurso moralino simplón que supone que la gente se da por bien servida porque alguien se arrepiente y si la disculpa viene del presidente del país acarrea un peso político fundamental; de ahí a la próxima infamia solamente hay un paso, porque solamente se requiere una disculpa y todo queda borrado.

De las disculpas de los policías mexicanos que hoy le sirven como sicarios a los carteles del crimen organizado solamente hay un paso; mientras que de agredir la vida de un reo que estaba pagando su falta con lo más preciado que tiene –la libertad- a entrenar a los ejércitos que barrieron con la democracia latinoamericana y con ella la vida de los disidentes, también parece haber un paso. Por cierto, no parece haber ningún presidente de Estados Unidos que pida disculpas por haber entrenado a los gorilas de América Latina, haberlos proveído de armas y haber tolerado el exterminio de miles de ciudadanos cuya falta era pensar de manera distinta.

Tampoco tenemos una disculpa porque la CIA ha controlado rutas de la droga a cambio de financiar algunas de sus aventuras encubiertas con el consecuente envenenamiento de ciudadanos del mundo, incluido Estados Unidos. ¿Podemos pensar que algún día un presidente estadounidense se disculpe por el involucramiento de su gobierno con los cárteles de la droga, como denuncia Charles Bowden en su libro Dreamland?

Es muy difícil evitar el cinismo de los políticos; es más complicado pedirles que abandonen la doble moral cuando se trata de proteger ciertos intereses que no son necesariamente los del país en su totalidad. Por supuesto que parece no haber lugar para exigir respeto cuando en una supuesta promoción de los intereses de la seguridad nacionales se pisotean los derechos de los demás y la dignidad de las personas.

El menosprecio de la política por la gente se extiende con brutalidad hacia aquellos espacios donde se goza de impunidad, y luego se corrige cínicamente y con una mano en la cintura cuando alguien los descubre, y entonces nos avientan un “usted disculpe”, y nosotros nos quedamos tan conformes como si nada.

 

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