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27 octubre 2010
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Huichilobos en la web
Hugo L. del Río

Gracias a la libertad de expresión trabajo y sobrevivo. Desde muy joven, he tratado de vivir de acuerdo con la frase que le atribuyen a Voltaire:

“Estaré hasta la muerte contra lo que dices, pero defenderé hasta la muerte tu derecho a decirlo”.

Pero nada es perfecto.

Nadie nos regaló el derecho a decir lo que pensamos y sentimos. Costó siglos de lucha y ríos de sangre.

Y, como todo lo que hace el  ser humano, la conquista social sin la cual ningún pueblo se puede considerar libre, se bifurcó en muchos caminos, algunos de los cuales van a dar al despeñadero.

La facultad de manifestar por medio del discurso, en la prensa, la legislatura o incluso en el púlpito, cayó en la ciénaga de la difamación, la mentira, la contrainformación.

En México, para variar, le dimos nuestro toque particular a la libertad de expresión. Supongo que empezamos por los narcocorridos, que se difundían sin rubor por muchas estaciones de radio.

Valientes y generosos que son los narcos. Cuando sea grande, escuché decir a muchos niños, seré como ellos: poderoso, fuerte, rico, con mi camioneta y mi cuerno de chivo. La gente me tendrá miedo.

Entiendo que esa apología del vicariato a golpe de acordeón y tambora, ya está prohibida. Por lo menos espero que así sea.

Pero ahora tenemos algo peor: la presencia de los sicarios en internet.

Soy un analfabeto cibernético. Perdón por la referencia personal, pero es necesaria para explicar lo que sigue:

Me dicen personas de mi entera confianza que el narco desde hace buen rato tiene sus blogs, creo que hasta sus páginas, además de ocupar espacios en iPods, Facebooks y todo ese arsenal de herramientas y vocabulario de palabras que ni entiendo.

El martes 26 aparece en un diario local una foto tomada de un video subido a YouTube donde aparece un señor secuestrado a quien rodean gavilleros equipados con armas largas y, naturalmente, encapuchados.

Esto da mucho qué pensar.

Vamos de menos a más. Los gavilleros usan uniformes camuflados si no idénticos sí muy parecidos a los que visten los soldados y marinos. Y uno de los malosos aparece incluso tocado con un casco “Fritzi”.

Los civiles nos confundimos fácilmente. Quizás los miembros de las fuerzas armadas no. Existen toda una serie de detalles que sólo los militares o quienes están próximos a ellos pueden identificar:

La plaqueta de identidad en el pecho, el sector en el brazo izquierdo, los botones de la chaqueta o camisa y todos los etcéteras que usted guste y mande.

En buen lío nos mete este exitoso acto de mimetismo de los malevos.

Si te marca el alto un retén de hombres con uniformes camuflados, ¿qué haces? Si se trata de personal militar y no te detienes abrirán fuego. Y con toda la razón del mundo.

Y si son de los malos te cayó la maldición gitana. Suspendes la marcha y si bien te va te quitan el mueble y te dejan en calzones.

Si no haces alto te rafaguean.

¿Cómo vamos a saber quién es quién?

Pero ése es el problema menor. El lío gordo es que el narco ya está en internet. Sus programas, por así decirlo, no son muy católicos, como escribió Cervantes:

Torturas, mutilaciones, asesinatos, clamor de secuestrados.

Y papá gobierno, que tanto se esmera en proteger los intereses de Televisa, ¿no puede hacer nada al respecto?

Los cárteles están despoblando a México. El gobierno les da tanto miedo como el pavor que me inspira el elefante Dumbo.

Se dan el lujo de desafiar abiertamente al Presidente Felipe Calderón. El michoacano dijo en Tijuana hace un par de semanas que el esfuerzo conjunto de los tres escalones de gobierno (¿?) había derrotado, ya, al crimen organizado.

Y ya vemos lo que pasó: otro baño de sangre. Sí, en Tijuana.

Los especialistas dicen que el narco manda en cosa del 70 por ciento del territorio de México. Quizá debamos dar por perdida a Ciudad Juárez, tal vez la metrópoli más violenta del mundo y, en todo caso, una de las fronteras más importantes.

Parece que los capos entendieron muy bien aquella frase llena de sabiduría ranchera: No basta con poner el huevo, hay que cacarearlo.

O como decían en los corporativos regiomontanos cuando teníamos empresarios de a de veras:

Gano mucho dinero, pero invierto una buena parte en proyectar mi imagen.

(Joven gobernador: por favor no haga caso de esto.)

Las redes del narcotráfico están proyectando su imagen. A la inmensa mayoría de los mexicanos nos asusta eso. A algunos, por el contrario, los convence de que lo suyo es el vicariato.

El gobierno sigue la política del avestruz: no quiere admitir que el narco despierta simpatía entre mucha gente.

Y es que hacen la tarea que debería realizar el gobierno. Construyen puentes, carreteras, clínicas, reparten dinero, despensas, becas.

Y hasta se dan el lujo de edificar uno que otro templo con todo y placa de bronce cuya leyenda agradece el aporte económico del zeta jefe de los zetas.

¿Qué el gobierno no puede hacer eso? Finalmente, es su responsabilidad. Si Calderón ya decidió que las fuerzas armadas son casi su único sostén –“las bayonetas, Sire, sirven para todo, menos para sentarse en ellas”, le dijeron a Napoleón—por qué no pone a los soldados y marinos a construir y/o acondicionar escuelas, y todo eso.

Y en lo que toca al narcoweb, ¿qué no se puede controlar eso?

¿O el gobierno no lo quiere hacer porque así le conviene?

 

PD: mi más sentido pésame a Jesús Héctor Benavides, amigo y colega desde hace poco más que medio siglo. Sé lo que duele perder a la madre. Para el arqui, un abrazo.

hugodelrio@hotmail.com

 

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