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17 Noviembre 2010
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FRONTERA CRÓNICA
Mi mejor maestra
JRM Ávila

“A mi mamá se la acabó el no poder hacer nada de lo que ella quería seguir haciendo. Yo creo que eso fue lo que la acabó. Conforme fue sintiendo que iba a menos, se rindió, perdió el ánimo, y yo, desafortunadamente, no leí eso a tiempo”, dice Guillermo Cid Chavarría Zapata, y se detiene porque la voz se le quiebra y los ojos se le ponen llorosos.

Hijo de la profesora María Elena Zapata Juárez, fue mi alumno en quinto grado, cuando yo era profesor en la primaria Luis Elizondo, de Apodaca. Lo recuerdo como un niño callado, que casi no se relacionaba con nadie, poco dado a bromear. Ahora, que es un entusiasta profesor de secundaria, sigue siendo serio, pero tiene notable facilidad para interactuar con la gente, lo cual, supongo, lo aprendió de su madre.

Decir que ella fue la mejor maestra que tuve en la vida (sin ánimos de agraviar a las y los demás docentes que alguna vez me dieron clases), es poco, pero no encuentro otra manera de escribirlo. Ella rompió, para mi generación de secundaria, los límites del mundo pueblerino en que nos movíamos, logró insertarnos en otro más amplio y nos hizo sentirlo nuestro, siempre de una manera inteligente y deslumbrante.

De modo que tener como alumno a Guillermo fue para mí un compromiso enorme. ¿Cómo iba a darle clases al hijo de mi mejor maestra? ¿Qué tal si no estaba a la altura? Así que, si antes me esmeraba para dar bien mis clases, ese año fue prueba de fuego para mí, que tenía menos de veinticinco años. Ella nunca se quejó y, al parecer, hasta se alegraba de que yo fuera profesor de su hijo, lo cual nunca dejó de ser grato para mí.

Después de egresar de la secundaria, me encontré con la maestra menos de cinco veces. Con los dedos de una mano puedo contar esos encuentros: un desfile escolar, dos reuniones con mi generación, un homenaje que se le hizo en la Preparatoria 3 de la UANL. Pero cada uno de ellos fue un reencuentro entre un amigo y una amiga que reanudaban una conversación interrumpida apenas el día anterior.

La conocí actuando siempre de manera congruente con su manera de pensar; gozosa, además, de las pequeñas grandes cosas de la vida. Sin embargo, padecía desde hace años de angina de pecho, osteoporosis avanzada y agotamiento continuo. En los últimos tiempos se veía delgada en exceso pero no se quebraba. Su cuerpo no daba para mucho y ella lo sabía. No quería llegar a depender para todo de las o los demás. Eso, como dice Guillermo, la acabó.

Ochenta años le fueron suficientes para ser una excelente profesora, para escribir amenos y bien fundamentados textos en la revista “Conciencia Libre”, para contagiar su manera de ver la vida, para indignarse por el rumbo del país en los últimos años y decirlo (por algo llevaba con orgullo dos de los apellidos más venerados en México), para enorgullecerse de lo que sus exalumn@s conseguían en cualquiera de los ámbitos en que incursionaban.

Me niego a pensar que se haya ido este 13 de noviembre de 2010. Quiero creer que seguirá con vida mientras la recordemos quienes la conocimos. Y esto, espero, va para largo.

Descanse en paz nuestra querida maestra María Elena Zapata Juárez.

jrmavila@yahoo.com.mx

 

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