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1° Diciembre 2010
15l
 


 

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Antología de sirenas
Eligio Coronado

cEl gusto por ciertos temas nos hace buscarlos en libros, enciclopedias, revistas, sitios de internet y hasta en la producción inédita de los autores. Eso mismo ha hecho el escritor e investigador mexicano Javier Perucho en su antología Yo no canto, Ulises, cuento.*

La sirena, esa figura mitológica, nace en la cultura helénica y tiene su primer registro en La Odisea (circa siglo VIII a. C.) de Homero, concretamente en la rapsodia número 12, y fue introducida en la narrativa mexicana del siglo pasado por Julio Torri en su ya célebre minicuento “A Circe”, cuyo final se ha quedado en la memoria colectiva: “Como iba resuelto a perderme, las sirenas no cantaron para mí” (p. 24).

Cuarenta y cuatro relatos sirenaicos, quince de ellos inéditos, componen este muestrario mexicano en el que no faltan un fragmento del texto homérico fundador (p. 21) y una notícula inquietante de Cristóbal Colón (p. 22).

¿Qué nos impulsa a reescribir un mito? ¿Por qué esa voluntaria inmersión en sus aguas universales? ¿Nos subyuga el tema o la posible fama que podamos obtener entre los especialistas, en este caso, sirenólogos?

Lo cierto es que los mitos incitan la imaginación y eso involucra nuestro proceso creativo para imponerles cuanta variante se nos ocurra. Así tenemos a las sirenas que se sirven como alimento (Mónica Lavín: Escamas, p. 44), las sirenas adquiridas por un balneario con fines propagandísticos, pero resultados eróticos (René Avilés Fabila: Las sirenas o la libre empresa, p. 39), o las sirenas que se quejan de Ulises por propalar su mala fama (Eduardo Torres: Silencio de alcoba, p. 31).

También están los que, como el héroe griego, narran sus encuentros con ellas: el que supone haberse librado del influjo sirenaico y luego es atrapado por un puerquero a pesar de sus chillidos (Raúl Renán: Circe, p. 26), el que cree ver una sirena en la marea y luego se entera que era una mujer despedazada por un tiburón (Marcial Fernández: La sirena, p. 54), el que oyó un canto y acudió presuroso, pero luego tuvo que empeñar el barco para pagar la cuenta (Agustín Monsreal: La casa de Circe, p. 42).

El ingenio no tiene límites: el que tiene la suerte de pasar por la isla un día después de Ulises y encuentra a las sirenas afónicas (Oscar de la Borbolla: A salvo, p. 43), el que atrapa una sirena y se come su parte piscícola en la cocina, pero luego, en la alcoba, ella lo devora a él (Héctor Carreto: Pesca, p. 38), la sirena que se entristece en el acuario porque desea unos zapatos de tacón como los que usan las damas que van a contemplarla (Adriana Quiroz de Valadés: La sirena cautiva, p. 29).

Después de semejante banquete marino, uno siente que estos híbridos seguirán navegando en las aguas de la literatura por mucho tiempo más y hechizando, afortunadamente, nuestros oídos.

*Javier Perucho, comp. Yo no canto, Ulises, cuento. La sirena en el microrrelato mexicano. México, D.F.: Ediciones Fósforo / Conarte, 2009. 76 pp. (Colec. Narrativa).

 

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