ANÁLISIS A FONDO
Simulación democrática
Francisco Gómez Maza
El engaño de los políticos
Sólo hacen creer, para poder
Ciudad de México.- Después de leer la columna de ayer, dedicada a la “democracia” mexicana, en ocasión de la constitución como Asociación Civil del Movimiento de Regeneración Nacional (Morena) y a la confirmación oficial de Andrés Manuel López Obrador de que irá por la candidatura de las “izquierdas” para la presidencia de la república, el doctor Clemente Valdés Sánchez, me envió sus reflexiones “ateas” de lo que es y no es la democracia. Lo que sí es “La simulación de la Democracia”, como él encabeza sus consideraciones.
Para el amigo Valdés Sánchez, en su significado original, democracia es la forma de gobierno en la cual las decisiones sobre los asuntos que conciernen a todos los individuos se toman por la mayoría de los habitantes adultos de la comunidad.
De acuerdo. Sin embargo, en total acuerdo con él cuando asegura: “para empezar hay un hecho evidente: en la mayoría de los países en el mundo actual no existe la menor participación de la población en sus gobiernos y a lo más a lo que llegan muchos sistemas que se presentan como democráticos es a la posibilidad de elegir a quienes serán los gobernantes que en casi todas partes someten, roban y explotan a sus pueblos.” Sopas. Totalmente cierto. Muy escasos somos los que nos atrevemos a afirmarlo.
Enseguida, Clemente habla “De las fantasías democráticas de los gobiernos”:
Lo primero que debemos distinguir para evitar trampas, me comenta, es que el gobierno por el pueblo es algo diferente de las elecciones o las designaciones que haga ese pueblo de algunos empleados para que ocupen ciertos cargos y, si una comunidad política tiene un sistema democrático en el cual las decisiones fundamentales del gobierno se toman por la mayoría de los ciudadanos, en el momento en que esa mayoría acuerda transferir el poder a una o a algunas personas electas por dicha mayoría, ese gobierno ha dejado de tener un sistema democrático.
En este caso, puede decirse, es verdad, que el pueblo democráticamente ha renunciado a la democracia; ha renunciado a tener un gobierno democrático y lo ha sustituido por el gobierno de un solo hombre o, lo que es más frecuente en nuestros tiempos, por un gobierno oligárquico manejado por los grandes empresarios, líderes sindicales y líderes religiosos, pero, obviamente, el gobierno de uno o de algunos hombres sobre el resto de la población de ninguna manera podemos decir que sigue siendo un gobierno democrático, aunque la población elija al individuo o a los individuos que van a gobernar.
Para centrar el tema, Clemente plantea un modelo elemental antes de entrar a la cuestión de si ese modelo es viable y a la cuestión de si es o no es conveniente: Una comunidad tiene un gobierno realmente democrático cuando en la toma de decisiones participan todos o la mayoría de los adultos que viven en la comunidad. No se trata de que los hombres y mujeres de una comunidad participen en la elección de ciertos individuos que van a gobernar, sino de que todos esos hombres y mujeres ejerzan directamente el gobierno.
Para evitar equivocaciones, Clemente aclara que el gobierno de una comunidad por un individuo o por un pequeño grupo no es una forma de gobierno democrática, aunque esos individuos hayan sido escogidos por la mayoría de los habitantes que tienen la edad suficiente para atribuirles buen juicio. Puede, claro está, decirse que cuando la mayoría de la población elige a un individuo o a unos cuantos individuos para que gobiernen al resto de los habitantes, eso es una forma de designación democrática; pero aunque la forma de designación sea democrática, esto de ninguna manera significa que el gobierno ejercido por unos cuantos individuos sea un gobierno democrático. Sostener lo contrario y decir que eso es una democracia es caer en el absurdo total en el cual un monarca absoluto electo es una democracia y una aristocracia electa es una democracia.
El engaño con el que unos cuantos hombres y mujeres en los tiempos modernos se han adueñado del poder político en muchos países reside en que han logrado hacerles creer a sus pueblos que la democracia son las votaciones para elegir a una persona o a un grupo de individuos para que éstos gobiernen, advierte Clemente0. La idea central en algunos países es que eso es una democracia porque los ciudadanos le han transferido su poder original a los individuos escogidos por ellos; en otros, el argumento central es que, aunque sean unos cuantos los que gobiernan, el gobierno es democrático porque quienes gobiernan lo hacen por un mandato como representantes de los ciudadanos por lo cual se dice, absurdamente, que es la población la que gobierna a través de esos representantes.
Para que el engaño funcione, los hombres y las mujeres que se han adueñado y se han distribuido los poderes de la población y que tienen el dominio sobre sus pueblos, establecen, como en cualquier oligarquía, varios “principios” para implantar lo que llaman “la representación política”.
Se trata de expresiones increíbles que muestran la facilidad con la que se puede engañar a los pueblos: la prohibición del mandato imperativo, que en palabras sencillas quiere decir que los llamados representantes no están obligados ni a expresar la voluntad de los votantes ni a defender sus intereses; la idea peregrina de que los representantes no representan a sus electores sino a una nación indefinida, de la cual se desprende que esos representantes no tienen obligación alguna de rendir cuentas a sus electores sino en todo caso a esa nación misteriosa cuyos representantes son ellos mismos y, finalmente, el “principio” según el cual no existe la revocación del mandato en materia política, lo cual en palabras comprensibles para la gente normal quiere decir que una vez que los ciudadanos escogen a representantes que no los representan a ellos sino a una nación indefinida, los escogidos: presidentes, gobernadores, senadores y diputados gozan durante todo el tiempo que dure su mandato del derecho de dominar y explotar a los habitantes, sin que en ningún caso puedan ser destituidos por quienes los eligieron.
Es a partir de esos “principios” como, usando la palabra que utilizan los hombres que en México han hecho de la política un negocio, se “blindan” las llamadas instituciones para impedir la democracia, es decir, para impedir cualquier participación de la población en el gobierno.
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