Indignados contra ocupantes
Samuel Schmidt
Los Ángeles, California.- Los movimientos que han recorrido al mundo han adquirido su mejor denominación en España: son indignados, están indignados; los sistemas se han prestado para el abuso de unos cuantos pasándole una factura de sufrimiento a la gran mayoría.
Los gobiernos han optado por salvar a los banqueros que provocaron el desaguisado que ya se configura como una posible crisis mundial, en lugar de atender al ciudadano, ese que lleva años desempleado, que perdió casa y que está a punto de perder el futuro, mientras los banqueros se pagan salarios y compensaciones millonarias, aun cuando han hundido a los bancos, los escándalos españoles inundan la prensa de ese país.
En Estados Unidos el movimiento se autodenomina “ocupantes”, que también están indignados. No faltará quien piense que en un país que ha construido su grandeza en base a las invasiones y guerras, el concepto de ocupación está incorporado a la cultura nacional; pero también estamos frente a una sociedad que despojada de la capacidad de pensar, de criticar, de protestar y de manifestarse, por eso ocupar representa conquistar algo de libertad.
La primera vez que participé en una manifestación en Estados Unidos (contra un conductor de radio racista), nos aleccionaron sobre los límites de terreno y horario en que podíamos marchar, si nos salíamos de ambos corríamos el riesgo de ser arrestados, y ese es el destino de los que protestan, el arresto, con su consiguiente costo monetario y legal, además de algo de brutalidad policíaca, que en Estados Unidos abunda.
Los que han salido a la calle se han atrevido a ocupar espacios públicos y privados, aunque su reclamo de libertad para estar en un espacio social, se encuentre con macanas y arrestos. Y es que el derecho a la libertad de expresión está restringido para ciertos ámbitos y es limitado, el que se excede encuentra las cachiporras de la policía. No es de extrañar que los republicanos los definan como turba y que dispersen la noción de miedo contra ellos, al rato los denominaran locos, ya que solamente alguien fuera de sus cabales se atrevería a confrontar un orden establecido a lo largo de muchos esfuerzos de represión y despojo ideológico.
El sistema estadounidense ha logrado homogeneizar ideológicamente a su sociedad, las diferencias son pocas y en temas muy restringidos, quien rompe ese marco de inmediato es fustigado con el epíteto mayor: comunista. A Obama lo acusan de socialista, y acusan de anarquista al que se planta en una plaza pública para denunciar que el culpable de la crisis actual se llama capitalismo. Y es que el capitalismo no existe en la retórica estadounidense: el país es una “democracia liberal” y a veces democracia a secas.
Si los ocupantes de cada vez más ciudades ponen el dedo en las injusticias y desigualdades que genera el capitalismo, están atentando contra el simplismo con el que se ha manejado la sociedad estadounidense durante casi un siglo y sobre el que se asienta el sistema de privilegio y abuso. Las desigualdades e injusticias se atribuyen a falta de trabajo.
Durante mucho tiempo he escuchado que si alguien quiere influir debe registrarse para votar y votar; este es un argumento a favor de la desmovilización, la gente no debe estar en la calle para ventilar sus quejas y demandas. El horario de 9-5 ha sido eficiente, uno debe trabajar e irse a casa para empezar a alcoholizarse, todo debe hacerse puntual, sin desvíos ni distracciones, como irse a plantar en una tienda de campaña en las afueras de las oficinas de gobierno y dormir en la incomodidad del piso, eso es antitético con el sueño americano que antes de la justicia busca el confort.
Si romper esto fuera solamente el logro de los ocupantes, estarían dando un gigantesco paso, aunque ha tomado por sorpresa a los organizadores profesionales y a los políticos que temen acercarse a un tren cuyo destino ya los rebasó.
Uno de los valores transgresores de la ocupación es negar el principio de que todo se resuelve votando por las opciones limitadas que ofrecen dos partidos cortados con la misma tijera.
Los ocupantes ya establecieron su agenda: empleos, corrección a los abusos que propiciaron esta crisis, y ¡democracia!; es el turno de los políticos articular las decisiones y correctivos.
En primer lugar debe condenarse y suspenderse la violencia policiaca, los legisladores deben iniciar medidas a favor de los ciudadanos reformulando las prioridades de acción, aunque afecten a los intereses que los han comprado.
Lo fundamental no es frenar la ocupación, es facilitar la libre expresión ciudadana y considerarla como el termómetro de los desplazados y silenciados, hoy hay que potenciar la voz de los indignados para lograr algo de cambio.